Oscar Niemeyer: el poeta del hormigón
Es el icono del modernismo que, con sus líneas curvas, le dio belleza a Brasilia. A los 96 años, trabaja doce horas por día, defiende a rajatabla el comunismo, admira a Borges y dice que lo importante en la vida es luchar contra la miseria. Retrato íntimo del último genio vivo de la arquitectura del siglo XX
lanacionarRIO DE JANEIRO.- Si el mundo tiene un puñado de genios vivos, uno de ellos es Oscar Niemeyer. No sólo porque se haya ganado el mote de héroe de la curva de concreto, icono del modernismo. También porque al final de una charla con uno de los mayores arquitectos del siglo XX, lo que más impresiona no tiene que ver con la arquitectura, sino con una especie de fuerza casi sobrenatural: ¿cómo alguien que tiene 96 años, abre la puerta de su estudio fumando un cigarro negro, caminando como un joven y contando que está trabajando en diez proyectos simultáneamente?
Rebelde hasta el último pelo de su calva con melena, definió a la Revista el objetivo de su arquitectura como la búsqueda de la "sorpresa y el espanto".
En el fondo de los ventanales de su estudio, ondulados como a él le gusta, reposa una vista monumental: el cerro Pan de Azúcar a la izquierda, la playa de Copacabana al frente, Ipanema a la derecha. Allí trabaja 12 horas por día, prácticamente marcando tarjeta. Vive en el barrio de Sao Conrado, en una casa diseñada por él -la fabulosa Casa das Canoas-, con su esposa de 90 años. Tiene una hija arquitecta, cuatro nietos, quince bisnietos y poco más de 600 obras desparramadas por el mundo.
Cuando le encargan un proyecto -como ahora, que está diseñando un museo-monumento a la paz para Moscú-, se sienta frente a su tablero (nada de computadoras) y trabaja hasta encontrar una forma que tenga una concepción artística más allá de la utilidad.
Visitó por última vez la Argentina en los años 50, para recibir un premio. Pero le encanta el país. "Me gusta mucho leer a Borges. Me gusta Maradona. Lo que me gusta de Maradona es que no se transformó en un comerciante. Es un hombre como todos, que le gusta beber, las mujeres, jugar al fútbol. Me gusta la bohemia de él", comenta.
Y cuenta, a poco de haber recibido un premio a su trayectoria por parte de la Fundación Konex de Argentina, que lo que más lo entusiasma es pensar en la forma que tendrá la escultura que va a crear para instalar en los 4000 asentamientos del Movimiento de Campesinos Sin Tierra.
El inventor criticado
Brasilia es quizá lo primero que viene a la cabeza cuando se piensa en Niemeyer.
A mediados de los años 50 Lucio Costa, el arquitecto con el que Niemeyer había comenzado a trabajar como asistente, fue elegido durante el gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961) para diseñar una nueva ciudad en medio del mapa. A Niemeyer le tocaron los edificios principales para la ciudad modernista que sería la nueva capital del país.
Las ideas de palacios como el de Itamaraty, la actual sede de Relaciones Exteriores; de la Alvorada, la residencia oficial del presidente, o el del Planalto, la sede administrativa de la Presidencia, surgieron de tableros instalados bajo carpas, en medio de la construcción polvorienta de una ciudad que aún no existía.
"Acá hay invención", dijo el famosísimo arquitecto francés Le Corbusier -inspirador de Niemeyer y luego influido por él- mientras caminaba por la rampa del edificio del Congreso diseñado por el brasileño.
A pesar de que, por ejemplo, en Europa hoy sus obras se convirtieron en motivo de culto, su arquitectura también recibe críticas. Algunos la consideran de inspiración soviética, apologética de la monumentalidad. Otros le critican el desmedro de la funcionalidad en virtud de una ostentación estética. Pero nada de eso le importa a él: "Cuando una obra crea belleza, la belleza es su propia justificación".
Las obras arquitectónicas más representativas de Brasil salieron de su cabeza: el Copam, en San Pablo, aquel edificio residencial para 5000 personas, inspirado en una ola. El Museo de Niteroi, que parece un plato volador en el aire. La imponencia del Palacio de Itamaraty, con sus arcos inusitados.
-¿Podría definir su arquitectura?
-Comenzó en 1940 con el proyecto de la Pampulha (conjunto de predios modernistas en Minas Gerais). Es una arquitectura más liviana, que busca la forma diferente, la sorpresa. Trato de llevar el concreto a su límite.
-¿No tuvo dificultad para convencer a las personas, cuando les mostraba estas ideas no convencionales?
-No. Yo creo que el propio concreto armado sugiere la curva, porque si hay un espacio grande para vencer, la curva es la solución natural. La línea recta es más cara. Un escritor francés dijo un día que la sorpresa y el espanto son las características principales de una obra de arte. Es eso lo que quiero lograr. Si vas a Brasilia te pueden gustar o no los palacios que diseñé, pero no vas a decir que viste alguna vez una cosa parecida.
-Trabaja mucho...
-Trabajo de lunes a viernes, entre las 9 y las 21. Pero la arquitectura no es importante. Lo importante es la vida, la lucha por un mundo mejor, luchar contra la pobreza y la miseria. Todos los martes tomamos acá en el estudio clases de filosofía con unos amigos. Ya les dije a los alumnos que junto con las clases de arquitectura tendrían que tomar clases de filosofía, de literatura. No para ser intelectuales, sino para entender la vida.
-¿Usted es un pesimista?
-Sí. Pero ahora estoy contento de que las cosas van a mejorar. La Argentina parece estar encontrando un camino más progresista. Me gusta ese Kirchner. Está tomando la posición que me gusta, de enfrentar al FMI.
-Parece más reconocido en el exterior, donde está ocurriendo una relectura de su obra, que en Brasil.
-Si les gusta mi trabajo, bárbaro; si no les gusta, también. Cada arquitecto tiene que tener su arquitectura, por eso no critico a los colegas. Y me divierto con lo que hago.
-¿Qué piensa de los que critican la ausencia de verde en sus obras?
-Es de burros. Si van a Venecia van a querer que la plaza San Marco tenga pasto. Una plaza cívica tiene que ser limpia.
Si quieren verde, que vayan al Jardín Botánico.
-Resulta paradójico que alguien que no cree en Dios haya diseñado una iglesia como la catedral de Brasilia.
-Es que me pongo en el lugar del católico. El va a la catedral de Brasilia, llega por una galería oscura hasta una nave que de pronto se abre toda iluminada. Eso para él es muy bueno. Mira para afuera y a través de los vidrios transparentes ve el cielo e imagina que el Señor está allá, esperándolo. Bárbaro.
-¿Cómo es su proceso de creación?
-Te doy un ejemplo. Hice el Museo de Niteroi (localidad lindera a Río de Janeiro). Llegué allá y era una superficie plana en una roca, encima del mar. Vi el mar, las montañas de Río de Janeiro, todo un paisaje fantástico que tenía que preservar. Entonces levanté la construcción y la dejé en el aire, encima de una columna, para no incomodar el espectáculo.
-¿Qué otra arquitectura le gusta?
-Me gusta Le Corbusier, Mies van der Rohe, no compito con nadie. Pero a mí me gustaría ser un escritor. Un escritor con talento, como Borges. O como Jorge Amado, que estaba todo el día en Bahía, escribía en un cuarto con jardín, imaginaba sus personajes. Ahora, para hacer proyectos hay que discutir con el calculista, hay que entregar el proyecto, fiscalizarlo.
-Y a usted, que es tan crítico del sistema, ¿no le incomoda que sean políticos contrarios a su posición los que ocupan sus edificios en Brasilia?
-Si no trabajaban en Brasilia iban a trabajar en otro lugar. La cuestión es que hay que cambiarlos. Igual hay muchos políticos buenos, honestos.
-¿Qué opina de Lula?
-Quiere cambiar las cosas, es un operario. Tiene muchas dificultades por delante. Pero apoyo a Lula.
-Como arquitecto, ¿qué piensa de las favelas?
-Mi chofer trabaja conmigo desde hace 50 años. El otro día yo fui a su casa, en la favela. Una casa que le diseñé y construí yo. Fuimos a un bar a tomar una bebida. Todos querían venir a saludarme. La gente de la favela es buena gente, gente feliz.
-¿Tiene herederos de su estilo?
-Cada uno hace lo que quiere. La arquitectura es toda hecha de detalles y hasta en las cosas más simples un arquitecto piensa diferente del otro. Por eso trabajo solo. Soy el único. Hago lo que se me da la gana.
-Por ser comunista, ¿cuál es su relación con el dinero?
-Yo no tengo dinero. Trabajo para pagar las cuentas. Ayudo a mucha gente y tengo muchos gastos.
-¿Le tiene miedo a la muerte?
-No, pero la muerte es la oscuridad. A veces me gusta quedarme solo, pensar en la vida, fortalecerme. Pienso en el pasado, en los que ya se fueron. Da tristeza. Pero al final lo importante es sentir que nada es importante.
Para saber más
www.niemeyer.org.br
www.greatbuildings.com
www.fundacionkonex.com.ar
La revolución de Niemeyer
"Si ser genio es hacer cosas fuera de lo convencional, que revolucionen y perduren, Oscar Niemeyer es un genio", definió Lauro Cavalcanti, director del Centro Cultural Paço Imperial (Río de Janeiro) y considerado uno de los mayores especialistas del mundo en la obra del arquitecto en cuestión.
Según Cavalcanti, Niemeyer dio en los años 40: "Una contribución importante para el lenguaje de la arquitectura. Antes de él había que justificar siempre las formas por la función. El vio que la belleza también era importante y concibió una forma rica a partir de la propia estructura. Potencializó el uso plástico de esa estructura".
Cavalcanti compartió un debate sobre Niemeyer en Londres con el arquitecto Norman Foster, uno de los más importantes del mundo, y se sorprendió de que la mayor parte del público estaba formada por jóvenes. "Esa generación de nuevos arquitectos está siendo influida por Niemeyer. Y al mismo tiempo nadie diría que las nuevas obras de Niemeyer son hechas por una persona de 96 años."
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