
Pedro Orgambide, el memorioso
Un mundo de personajes y arquetipos -de la vida real y de la realidad literaria- brota de la charla con el autor de Historias imaginarias
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-Una vez, de chico, vi a unos hombres de barbas imponentes y empecé a gritar: "¡Los gauchos, los gauchos!". Para qué; pum, recibí un coscorrón. Me corrigieron: aquellos barbudos eran judíos religiosos, algo así como rabinos. Al poco tiempo volví a ver a unos tipos también con barbas imponentes. Ahí no dudé. Grité: "¡Los rabinos, los rabinos!". Pum, otro coscorrón. Me retaron: "Esos son gauchos".
Si uno ha de creerle, Pedro Orgambide absorbió a los coscorrones lo esencial de los años primeros. "En la propia escuela solía aprender a golpes de regla. Es que era muy rebelde y peleador; desafiaba a pelear hasta a los maestros. Fui el típico niño-problema de Piaget." La precoz rebeldía y aquella desopilante confusión entre gauchos y rabinos se aliaron a una muy personal cosmovisión, donde la llamada realidad y el dato histórico iban a tutearse con lo fantástico. Fue así cómo, años más tarde, el supuesto niño-problema inventó con enorme naturalidad personajes muy contradictorios, verdaderos arquetipos de nuestra mezcla cultural. Gauchos, curas, payadores, esclavas y guerreros, como el espectral Hernán Cortés reaparecido desde el pasado para asombro -y enojo- de una mulata prostituta. O bien, jóvenes patriotas de Mayo y caudillos populares, como El Tigre. O mazorqueros. O jacobinos ilustrados, al estilo del Fabián de El arrabal del mundo. Y, claro está, criollos e inmigrantes...: todos ellos, trajinando no muy lejos de algún cáustico patricio, como el protagonista de Memorias de un hombre de bien. Libro, este que gustó mucho a Manuel Mujica Lainez.
Son mujeres y hombres de papel, pero también de carne y hueso. Ejemplo: el contrabandista Plinio Do Santos, al que el azar convierte en difusor de las ideas de la Independencia. ¿Y qué decir de Pedro Bohórquez, el Falso Inca, que pudo ser libertador de indios, pero eligió su destino de blanco desoyendo los ruegos de La Colla? Están contentos de compartir el atrapante mundo de Orgambide con Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada -al que conoció en un año crucial, 1955-, el Perito Moreno, Gardel. Y de alternar con ese Leandro N. Alem que rememora su vida durante un breve y trágico viaje en coche de plaza.
Gabriel García Márquez ya lo dijo: "El sabio Orgambide sabe entrar, sin hacer tango, en la marea de los recuerdos"; en la atmósfera y los lenguajes de un pasado multifacético, a veces tan duro como aquel feroz y entrañable caudillo, El Tigre. El mismo que ahora se está desangrando ante la indiferencia de las lagartijas. Y que no hace mucho bajaba con sus hombres por el Paraná, todos montados en gigantescos camalotes, enredados en las lianas y las víboras, entre un parlotear de monos y loros de la selva.
Anécdotas con sabor local y a la vez universal-latinoamericano brotan del diálogo con este escritor, que a los 19 años publicó un poemario y debutó en periodismo tras haberse desempeñado por un tiempo como peón de campo y como... bailarín de tango y folklore.
Orgambide conversa tan tranquilo como si tuviera la eternidad por delante. Y eso que en dos días deberá entregar los originales de su nuevo libro: Buenos Aires, la novela, que "convoca un poco a todo lo mío: comienza con la fundación de Buenos Aires y con el arribo de un imaginario cronista que no trae una pluma para escribir palabras, pero sí una vihuela para cantarlas. Son las voces de una cultura sumergida".
-¿De dónde le viene este impulso de contar historias atravesadas por un cóctel étnico, y por peripecias tan variadas como la vida?
-Yo tenía una abuela llamada Victoria del Signo Soria; no sé por qué tantos nombres. Era una criolla amulatada, o así la veía yo; y derramaba modismos como los personajes de Fray Mocho. Por añadidura, vengo de un linaje mixto: antepasados bien criollos haciendo yunta con esos judíos intelectuales que siempre llegaban de Odessa. ¿Por qué vendrían de Odessa? (Voz de su mujer, Susana: "Porque era un puerto") Y, sí, por ser un puerto. Aunque la rama judía tampoco lo es del todo: se trataba de un judío que había seducido a una dama zarista muy cristiana. Ya ahí hay un pequeño cóctel, ¿no? Después lo fui ampliando con mis experiencias y obsesiones personales.
-Aparte de pelear, ¿de chico hubo alguna influencia literaria?
-Sí, mi familia era modesta, pero muy lectora. Además, por el trabajo de mi padre nos mudábamos muy seguido: a cada rato debía sumergirme en un mundo diferente, me inventé mi novela familiar. Y un día me regalaron un libro de Alvaro Yunque. A partir de ese momento lo único que quise para mi vida fue ser escritor. Porque me dije: "Si los chicos que aparecen en estos cuentos son como mis amigos y como yo, entonces yo quiero ser como este señor que escribe estas cosas".
-Un relato suyo recrea los años 1907 a 1909, cuando el que iba a ser el famoso dramaturgo Eugene O´Neill vivió en Buenos Aires, y en Suárez y Necochea conoció a un tipo que tocaba la guitarra y la armónica a la vez, un tal Villoldo. Otra ensalada fascinante: aquel Eugene que, de quedarse aquí, hubiera sido un sainetero nacional.
-La Boca, en efecto, es para mí en buena medida la fascinación del carnavalismo, una característica de muchos de mis cuentos y novelas. Un día de 1936, en el aniversario de la fundación de Buenos Aires, desde unas carabelas obviamente ficticias bajaron por la Boca unos señores con yelmo y coraza. Alguien me dijo: "Vienen a fundar la ciudad". Y me hice otro lío: ¿cómo van a fundarla, si ya está? Tampoco entendía que la gente hablara en argentino, pero con tonada de otro idioma; ni sabía de algo llamado cocoliche.
El joven Pedro admiraba a esos compadres de Ruggierito que recorrían cadenciosos las cortadas boquenses; "mi familia los odiaba, para mí eran los varones del tango". Pero según el barrio donde viviera, también admiró a "los pitucos que usaban pantalones Oxford, palm-beachs, sombreros Panamá y bigotitos. Aún hoy tengo la sensación de ver, por un lado, un corralón y un hombre muy alto en el pescante; y por otro, un petit-hotel en Palermo Chico con terrazas donde mis tías bailan al compás de la orquesta La Continental".
-Y capaz que el cantor era Juan Carlos Thorry...
-¡Claro que era Thorry! Todo era muy teatral, si bien la teatralidad yo la pongo en mis obras y no en mis novelas.
-Todos teníamos veinte años. Así tituló un texto que recuerda con emoción sus andanzas juveniles, y su etapa poética inicial junto al después célebre periodista Jacobo Timerman. ¿Cómo fue eso?
-Ni siquiera teníamos 20 años. Ya había publicado mi primer poema con el apoyo de Raúl Gonzalez Tuñón: cuando lo conocí me puse a temblar; lo mismo me pasó con Rulfo. Después fuimos grandes amigos. Bueno, un día me llama alguien: "Estoy muerto de hambre, lo espero en el hall de la Asociación Cristiana de Jóvenes". Era Timerman: largo, melenudo. Mi teléfono se lo había dado una común amiga, Lila Guerrero. ¡Y lo llevé a casa! Yo tenía amigos raros: uno de ellos trabajaba en la Caravana del Buen Humor. Así que Jacobo se quedó, comió, se hizo amigo de mis amigos, de mi hermano y mis padres. Cuando dos años más tarde me tocó la conscripción, se quedaba en mi cuarto. El me reveló a Rimbaud, Nerval, Lautréamont. Con él y con un poeta que hoy es epistemólogo, Tomás Moro Simpson, fuimos propagandistas fervorosos de un gran poeta mendocino olvidado: Jorge Enrique Ramponi. Los tres escribieron incesantemente sobre el extraordinario poema de Ramponi Piedra infinita.
-¿Qué otras lecturas le marcaron la vocación?
-La biblioteca de mi casa me deparó El Santo de la espada, de Ricardo Rojas. Yo era colegial, y me emocionó saber que San Martín no cruzó los Andes en un caballo blanco, sino en una camilla, devorado por la fiebre. Entonces, cuando me tocó dar la lección dramaticé, exageré, me puse a toser como si fuera San Martín. Me mandaron al rincón con un "¡Déjese de payasadas!" Me ocurrió lo mismo con Mis montañas, de Joaquín V. González, con cuyo capítulo sobre El indio Panta aprendí a escribir: lo reescribí jugando con las tres personas del singular y del plural. Una profesora me criticaba por usar mucho la y; yo le replicaba que eso daba a la frase un énfasis especial. El pobre indio Panta me ayudó a practicar aquella y muchas otras variantes. Pero luego, en los años 60 y 70, a algunos amigos les extrañaba mi pasión por los hechos de la historia y por el libro Estampas del pasado, del historiador José León Busaniche: con la Biblia, son los libros que más he leído.
Pablo Rojas Paz, González Carbalho, José Portogalo, Raúl González Tuñón, Ezequiel Martínez Estrada: casi nada, aquellos compañeros de periodismo y de primeras veladas literarias. "Estimulado por González Carbalho, encabecé una crónica deportiva con un verso de Mallarmé..." Una forja en el trabajo con la palabra que lo auxilió luego como publicitario y guionista de cine y tevé; y también cuando, por los avatares del país, su libro Historias imaginarias de la Argentina se escribió, se destruyó, y hubo que volver a escribirlo.
-Durante el exilio en México, de 1974 a 1984, usted escribió -entre otros títulos-, su ciclo de novelas de la memoria , que sólo publicó tras volver a la Argentina. Y en muchas páginas suyas se mezclan los lenguajes, irrumpen los mexicanismos.
-Es cierto. Esos años que viví en México me hicieron más latinoamericano y también más argentino. Si yo observo a la Nueva España colonial, entiendo mejor la lengua y costumbres del Virreinato del Río de la Plata. Incluso había un fluido intercambio físico. Como el caso del famoso escritor y cronista conocido como Concolorcorvo, que vino de Perú.
El regreso al país, en 19´84, lo conmovió de pies a cabeza. Mirando desde el avión los campos de la provincia, lo golpearon de pronto los versos de Baldomero Fernández Moreno: Campos de mi provincia en el estío/ infinitos, monótonos, iguales/ carretadas de parvas naturales/ y a lo lejos la cinta azul de un río. "Me llené de lágrimas, hasta sentí una leve taquicardia. Y entonces, aunque suene increíble, al aprestarme a tocar tierra argentina me volvió la música de las palabras de mis Historias imaginarias, que se habían perdido, y que después reescribí..."
El grabador llega al final. Antes, Orgambide evoca una anécdota con el filósofo Carlos Astrada, que le preguntó si sabía leer en arameo; y ante la repregunta: "Yo no, ¿y usted?" Astrada le contestó: "Bueno, yo sólo sé el arameo común, el que sabe todo el mundo..." Entonces, el periodista no puede menos que averiguar:
-¿Nunca se le atrevió a la narración oral, siendo tan buen echador de cuentos?
-En México, donde además fundé la revista Cambio con Juan Rulfo, Julio Cortázar, el ecuatoriano Miguel Donoso Pareja y otros dos mexicanos, José Revueltas y Eraclio Zepeda, cierta vez Zepeda me preguntó: "¿No tienes que pagar tus impuestos?" "Pues, claro". Y me dijo: "Mira, ¿tú has visto que los pintores pueden arreglar sus deudas con Hacienda entregando cuadros? Bueno, pues: ahora, los contadores de cuentos iremos a contarlos en la casa de los contadores de cuentas". Y escoltados por el maestro de los cuenteros mexicanos, Juan de la Cavada, así lo hicimos...
Mueve la cabeza y desliza: "Sucede que uno es absolutamente literario. A mí, la literatura me salva de la abusiva realidad".
De dramas, libros y ensayos
Pedro Orgambide estrenó numerosas obras teatrales y publicó más de 30 libros a partir del poemario Mitología de la adolescencia (1948) y la novela El encuentro (1957). En 1956 fundó la revista Gaceta Literaria. Un jurado formado por José Bianco, Roa Bastos y Vargas Llosa le otorgó en 1966 el segundo premio en el Certamen Internacional Primera Plana, por Los inquisidores. En 1970 publicó La buena gente (cuentos), el ensayo Radiografía de Martínez Estrada y, con el crítico Roberto Yahni, Enciclopedia de la Literatura Argentina. En 1999, con Silvana Castro, Breve diccionario biográfico de autores argentinos desde 1940. En 1984: premio Club de los XIII por El arrabal del mundo, opus uno de una trilogía que completan Hacer la América y Pura memoria. Algunos otros galardones: Premio Municipal de Teatro, Premio Konex, Premio de Novela en México por Aventuras de Edmund Ziller en tierras del Nuevo Mundo, Premio Casa de las Américas por Historias con tangos y corridos, Premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes.





