Perfección
Entraría dentro de lo saludablemente perfecto el hecho de que la búsqueda de la perfección sea tan sólo un motivo de optimismo y esperanza. Es por demás positivo pensar en el perfeccionismo como la energía o motivación necesarias para el logro, más allá del resultado.
Lamentablemente, suele rescatarse el aspecto emocional negativo del término.
Solemos pensar en la perfección como lo ideal, lo óptimo, lo exclusivo. Instancia extrema a la que, de no acceder, puede remitir a síntomas por demás severos.
El perfeccionismo (en su aspecto negativo) es pasaporte directo al pensamiento excluyente y obsesivo del todo o nada.
O es así, o no es. O lo logro, o no sirvo para nada. No me detendré hasta conseguirlo. Se hace así o… así, sí o sí. O lo tengo, o no existo…
Más allá de cuadros extremos de ansiedad (y depresión), la mentalidad o estilo perfeccionista suele atentar contra la autoestima, ser causa de bajos índices de tolerancia a la frustración, promover la adicción al trabajo (y otras cuestiones).Solemos priorizar estética por encima de salud; posesiones o ganancias, por encima de vocación, proceso, voluntad y esfuerzo; seguidores y contactos, por encima de vínculos y relaciones saludables. Sobran los ejemplos en el mundo de lo perfecto.
En este contexto, el gran desafío es, por un lado, la toma de conciencia y regulación de nuestros registros de exigencia (y auto-exigencia), así como los de excelencia (o condición de pertenencia).
Del mismo modo, siempre resulta necesario revisar y redefinir nuestros objetivos y propósitos. ¿Qué estoy buscando? ¿Qué y cuánto estoy haciendo a propósito de? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?
No olvidemos, además y por sobre todas las cosas, preguntarnos cada tanto quién establece las normas o los supuestos índices de calidad; o de lo que supuestamente sería lo esperable, lo aprobado, lo perfecto.
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