La historia de Kenia parecía repetirse una y otra vez en su corta vida. Había nacido en una fábrica abandonada en la localidad de Campana, en la provincia de Buenos Aires. Entre tubos viejos y basura industrial pasó sus primeros días, hasta que se hizo un poco más grande y algún humano preocupado, la movió junto a sus hermanos a una canaleta para que no los atropellaran. Y, aunque había tenido diferentes oportunidades de adopción, ninguna de ellas había prosperado. Todas las familias que conocieron a Kenia la "devolvieron" a sus rescatistas sin un motivo concreto.
Alergia a los perros, falta de tiempo para ocuparse de sus necesidades, tránsitos provisorios y evidentemente una racha de mala suerte hicieron que Kenia pasara los primeros ocho meses de su vida de casa en casa y sin la oportunidad de encontrar un hogar fijo. "Cuando la conocí, me llamó la atención porque parecía un pony. Era negra, flacucha y nadie la quería por su color, su edad y su tamaño principalmente,según me contó la persona que en ese momento la estaba transitando. Hacía varios meses que estaba en adopción y nadie siquiera preguntaba por ella".
Mariana Ortino había viajado desde Vicente López al barrio de Once una noche fría de invierno para encontrarse con aquella perrita cuya historia la había conmovido. Había llenado varios formularios, conversado con las personas que la habían rescatado (@amigoacasa) y tenía intenciones de cambiar su destino. Pero no quiso apresurarse. "Entré al departamento y ahí estaba Kenia. Saltaba de emoción, como cualquier cachorrón de 8 meses, pero a la vez cuando me vio se sentó, yo me agaché, nos miramos, me puso su patas en mis hombros y me llenó de lengüetazos. En ese preciso instante supe que nos estábamos eligiendo y que nuestras vidas ya no serían las mismas".
Los primeros días en la casa de Mariana fueron de adaptación. Por momentos lloraba cuando se quedaba sola, pero al poco tiempo pudo sentirse tranquila y aprender también a esperar, no tirar de la correa y escuchar a su humana. Kenia pronto mostró lo mejor que tenía (guardado probablemente, a la espera del humano que la rescatara de la indiferencia). "Su mirada lo dice todo, soy una humana babosa con su perra mezcla de Schnauzer gigante con algún barbincho o galgo. ¡Para mi es hermosa! Desde el día uno nos llevamos de diez, es como si siempre hubiéramos vivido juntas, tal vez nos conocemos de otra vida, qué sé yo. Nos adaptamos muy bien a vivir juntas y somos compañeras inseparables. Desde su llegada, muchas de mis rutinas cambiaron para mejor. Kenia me enseña a confiar, amar, ser paciente, perseverante, me ayuda todo el tiempo a enfrentarme a mis miedos y superarlos, sobre todo a ser responsable".
Mariana confiesa que antes de la llegada de Kenia a su vida no tenía horarios. Hoy, sin embargo, sabe que su perra la espera en la casa para salir a jugar sin importar el clima, la hora ni lo que haya ocurrido ese día. Hacen tres paseos diarios. Juntas, también se animaron a practicar deporte y así fue que conocieron @laescuelitacanina, un grupo de actividad física y socialización canina y humana que lleva adelante el veterinario Baltazar Nuozzi en zona norte. "¡Si algo me faltaba para ser completamente feliz, era poder hacer deporte con Kenia! Estamos aprendiendo a correr juntas y nos divertimos un montón. Aprendió a nadar, a sociabilizar y a incorporar valores como respeto y solidaridad".
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