Imposible no entrar: un aroma que seduce y años de historia barrial que invitan a tomarse unos minutos para disfrutar de una taza de café
En agosto del 2020 Valeria Sánchez y Santiago Moreno caminaban por Parque Centenario y a lo lejos, sobre la Avenida Díaz Vélez, vieron un gigantesco cartel de “Se alquila” en un histórico local del barrio Caballito. “Sastre, alta costura, damas y caballeros. Zurcidos invisibles”, decía el letrero con llamativos colores rojo, azul y naranja. Desde la vidriera, observaron el interior del negocio y descubrieron una máquina de coser antigua y variedad de hilos y botones de todos los colores. Hacía meses que venían buscando un pequeño sitio para abrir su propio café de especialidad y la historia del sastre Pedro los cautivó. Ahora comenzaba su propia historia.
Un lugar entrañable
Pedro Kulekdjian, de 81 años, inauguró su sastrería en el año 1975. Durante casi medio siglo estuvo al frente del emprendimiento y con su meticuloso trabajo realizó cientos de trajes a medida y arreglos de indumentaria de todo tipo. Personaje entrañable y conocido por todo el barrio, todos los días, previo a la pandemia, lo solías encontrar detrás de su mesa de trabajo con su compañera: una máquina Singer de color negra de antaño. Los curiosos se acercaban a la vidriera y se quedaban estoicos mirando cómo tomaba medidas, cosía o zurcía con una dedicación digna de admiración. En marzo del 2020 llegó la pandemia y al ser su edad considerada de riesgo, Don Pedro se quedó en casa. Fue momento de frenar y, a los pocos meses, junto a su familia decidieron poner en alquiler el local.
Una nueva historia, el mismo lugar
Aquí se comienza a hilvanar la historia de amor de Vale y Santi, que en pleno confinamiento se animaron a emprender. “Me dedico al café de especialidad desde hace aproximadamente siete años. Con mi pareja realizábamos eventos con el servicio de café y la barra, pero con la pandemia nuestro trabajo quedó suspendido. El proyecto de abrir un lugar propio surgió durante la cuarentena y queríamos que fuera en nuestro barrio donde aún faltaba una propuesta de café de especialidad”, rememora la barista y roaster, a sus 28 años, a LA NACIÓN. Su objetivo era encontrar un local pequeño y focalizarse en el café de especialidad con pastelería sencilla, que acompañe. “El mundo estaba dándose vuelta y apostamos a abrir algo nuestro y ver qué sucedía. Sentíamos que teníamos que arriesgarnos y probar”, sintetiza la joven. La premisa era sencilla: “Que salir a tomar un café te alegre”.
Durante meses buscaron el sitio ideal, hasta que llegó el indicado sobre Av. Díaz Vélez 4674. Con entusiasmo, rememora la primera impresión que sintió aquella tarde: “Fue una sensación increíblemente mágica. Como entrar al taller de un abuelo con todas sus herramientas de trabajo, telas, ropa, trajes, botones, cajas repletas de perchas de madera antiguas, planchas de hierro, máquinas de coser impecables, entre otros accesorios. Los dos nos fuimos diciendo: “esto hay que conservarlo porque forma parte de la historia del lugar”.
La pareja se encargó de restaurar los muebles, acondicionar pisos, pintar las paredes y ultimar cada uno de los detalles. En la cafetería predomina la madera y los colores blanco, beige, diferentes tonalidades de marrones y verdes. “Casi toda la obra la hicimos nosotros. Un día, cuando estábamos haciendo la restauración de un mueble, Santi me dijo que ya era hora de decidir el nombre porque estábamos en la etapa final. Hasta había llegado la cafetera al local. En ese instante miramos el antiguo plotter de la vidriera, que decía: “Sastre, alta costura” y los dos al unísono dijimos “Sastre Café” y quedó.
Sastre café, parte de la historia zonal
El 17 de febrero del 2021 finalmente llegó la esperada apertura y deleitaron al barrio con sus espresso, flat white, cold brew, capuchino y cafés fríos. “Todo el mundo lo conocía a Pedro en el barrio, fue impresionante, cuando abrimos, la cantidad de gente que se acercó al local. Nos felicitaban por mantener parte de la historia de la zona. La verdad que al principio teníamos mucho miedo, pero nos sorprendió la buena onda de todos. A partir del segundo mes comenzó a repuntar y desde ahí no paramos. Estamos muy felices y agradecidos. Tenemos clientes fieles desde el primer día”, asegura la barista.
Y recuerda un emocionante episodio. “Hace poquito cuando volvieron los chicos a ir presencial a las escuelas hubo un señor que pasó por el frente del local con su hija y saludó a lo lejos. Al rato regresó, entró y pidió un café. Comenzamos a charlar y nos contó que cuando él era pequeño sus padres lo llevaban a la sastrería. Nos confesó que estaba contento de que el local siga intacto a pesar de cambiar el concepto”. Muchos cuando ven la máquina de coser les hace recordar a su infancia y adoran sacarse fotos. “Todos queremos volver a la casa de los abuelos y recordar cuando jugábamos con los hilos”, dice.
Un delicioso aroma a café de Valledupar, Colombia, invade el local y sobre un mostrador de vidrio hay variedad de opciones dulces y saladas para acompañar la bebida. Desde chipá, sfogliattella dulce rellena con pastelera o con queso parmesano y jamón crudo; brownies, cookies, biscotti, alfajores con harina de nuez y hasta variedad de budines que van rotando según la estación. “Ahora tenemos uno vegano de chocolate con glaseado de maracuyá, y uno de mandarina y amapola”, ejemplifica Valeria.
La moderna máquina de café te da la bienvenida y convive con la antigua Singer de pie. También están las icónicas planchas de hierro de Pedro (que pesan entre 8 y 10 kilos), sus tijeras, dedales, centímetros de costura, un maniquí que viste un saco a medida de color marrón, reglas de madera antiguas y revistas de moda que datan de la década del 50. “Su mesa de trabajo antigua me enamoró. Tiene marcas de las planchas y lo que más me llamó la atención es que en la parte de abajo, donde él solía apoyar su pie, está la madera gastada. Fiel testigo de todos los años en el oficio”, confiesa Valeria, emocionada.
Cambiaron los hilos y las telas por las tazas de café, pero la esencia del trabajo artesanal continúa. El oficio del barista de cierta forma está relacionado: por su especial cuidado a la hora de seleccionar los granos, la molienda y hasta la temperatura del café y la leche. “Pedro dedicó su vida a ese hermoso oficio. Sueño con poder hacer lo mismo, pero en el mundo del café. Él es mi inspiración”, concluye Sánchez. Con el mismo entusiasmo que Pedro realizaba prendas únicas a medida, Valeria y Santiago, elaboran un espresso perfecto en su cafetería llamada Sastre, en honor a su fundador
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