
Ser mucama: el oficio mudo
Son más de 750.000 en la Argentina. Ganan 5 pesos por hora, o 500 pesos por mes si trabajan con cama adentro. De ellas dependen familias enteras, pero pocas veces hablan acerca de lo que hacen. Aquí, sus testimonios
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Estas son las historias de tres mujeres que se ganan la vida limpiando casas ajenas.
Carmen Delgado (50 años)
Carmen se afana en la cocina de la casa de Villa Crespo donde trabaja desde hace menos de un año con cama adentro.Vino de Paraguay a los 19, huyendo de una familia que la quiso criar a fuerza de pura asfixia. Se casó a los 18, tuvo un bebe y cuando su marido marchó a la Argentina lo siguió. El matrimonio le duró poco, pero la Argentina duró para siempre: tuvo dos o tres parejas más y siete hijos. Siempre trabajó por horas, pero nunca con cama adentro.
-Yo trabajaba con una familia que se fue a vivir a Miami en 2001, me quedé sin trabajo, y cuando vino la crisis ya no podía gastar doscientos pesos por mes en ir y venir de Capital a mi casa en Merlo. Al principio me sentía presa. Ahora, lo que más me afecta es la separación de la familia. Tengo un hijo de 17 años que me necesita.
Vive en un mundo en el que una moneda de 10 centavos puede hacer la diferencia entre viajar a Capital o no. En ese mundo, el mejor regalo para los nietos en Navidad es una bolsa con comida. En ese mundo, Carmen empezó a estudiar filosofía.
-Hace dos años. Nos reunimos dos veces por semana con abogados, albañiles o amas de casa. Es un grupo informal.
Sabe de filosofía escolástica, de Parménides, y asegura que a € ella nadie le puede venir a contar qué decía Marx, "porque yo a Marx lo estudié, sí señor, y a mí nadie me va a engrupir".
-Yo ahora puedo leer el diario y darme cuenta de lo que dice entre líneas. Los ignorantes son excluidos y los excluidos somos la mitad del país. Mi vida es muy distinta a la vida que yo imaginé que iba a tener.
En Merlo, vive en una casa humilde sobre una calle de tierra. Si le preguntan, Carmen no duda. Dice que tiene una ilusión, una sola.
-Sueño con una sociedad más justa. Estoy podrida de una sociedad donde me tocan el timbre a cada rato para pedirme comida. Me da impotencia y bronca. Para eso estudio. Para ver si puedo cambiar algo.
Cada lunes se despide de la familia por una semana y toma el 166. A veces, para pagar el boleto, tiene que pedir prestado.
-No hay un tiempo mejor. Es la lucha por la supervivencia, nada más.
Roxana Vera (35)
Roxana Vera cree que para comer tenían. Que nunca la necesidad fue tan grande en su casa de Sucre, Bolivia, de donde llegó a Buenos Aires a los 19 años, y que para comer tenían.
-Pero cuando eres grande necesitas tu propia plata, y allá no tenía ningún futuro.
Ahora tiene 35 años, marido desde hace 14 y un hijo. Con ellos y dos perros vive en una casa en Longchamps. Su marido tiene un remise y entre los dos tienen a Kevin, un nene de 8 años con aniridia congénita, un problema serio de la vista. Roxana cree que los ojos enfermos de Kevin se deben a los vapores de líquidos de limpieza a los que se expuso durante el embarazo.
-Ahora pido a Dios que lo del nene no sea tan grave, que no pierda la vista. Seguro que Dios va a cuidar de él.
Si no es Dios, no hay quien. Roxana no tiene cobertura médica y eso hace que, entre otras cosas, Kevin haya estado en lista de espera más de cinco meses en un hospital público para ver si le pueden operar las amígdalas. Cada vez que lleva a Kevin al hospital Gutiérrez, para que le controlen los ojos, Roxana se levanta a las 5 para llegar a las 7, retirar un número y esperar que la atiendan. Eso nunca sucede antes del mediodía. Trabaja en cuatro casas de sábado a sábado, y el domingo lidia con la propia.
-No, mi marido no se ocupa de esas cosas. A veces pienso que es injusto, porque yo llego a mi casa y quisiera tenderme en la cama. Pero ahora la señora me está enseñando algunas cosas.
La señora es la señora para la que Roxana trabaja desde hace dos años. La señora que le cambió la vida. Vive en Barrio Norte, en una casa llena de buenos aromas y hábitos sanos, es solidaria, generosa y Roxana jura que es un ángel. Su ángel.
-La señora me cambió. Aprendí a no llorar, a hacer frente.
Porque a veces en casa de € Roxana las cosas se salen de cauce. Se ponen bravas, violentas. Su día a día es una lucha difícil entre el miedo y la responsabilidad de loba que la hace quedarse por el cachorro.
-Ella me enseñó a hacer frente. Con la señora es la primera vez que converso y que me escuchan. Si tuviera que decirle mamá... le digo mamá, porque una señora así, que se desespere por vos, no es de todos los días.
Cada mañana toma el tren en Longchamps y se baja en Constitución. A las 8 menos cuarto de la noche el tren la deja de nuevo en el punto de partida. A las 8 en punto debe -debe- estar en casa. Llega cargando, cada día, cuatro litros de agua potable. Cuatro botellas de plástico llenas de agua de la canilla de la Capital. El barrio donde vive no tiene agua potable. Por no esperar nada, Roxana ya dejó de esperar cosas como ésa. Las pequeñas cosas.
Zulema Desimone (38)
Zulema Desimone nació en Capital, y dice ser fuerte y brava, pero con el carácter domado después de un cáncer de tiroides que casi deja a su hija Gisela de 17 años sola para siempre. El departamento donde viven con una perra es un ambiente alquilado en Palermo Viejo. Desde allí llega cómodamente a las casas en las que trabaja, casi todas en Belgrano, excepto el country de Escobar al que va sábados y domingos, cuando tiene que levantarse a las 5 de la mañana y viajar más de dos horas. Porque trabaja de lunes a lunes, Zulema no tiene amigas: no queda tiempo. Cree que nació en Palermo y desde los 5 años y hasta los 17 vivió con padre, madre y tres hermanos en un conventillo. A los 20 conoció al padre de Gisela. A los 21 estaba sola. Ahora trabaja en más de diez casas y su debilidad es Guido, el nene que vio nacer.
-A Guido lo cuido desde los tres días de vida y ahora tiene 5 añitos. Me gusta mi trabajo, la libertad que me da, es como si fueran mis casas. Pero quiero que Gi sea otra cosa.
La prepara para eso. No la deja hacer tareas de la casa, y la empuja a traer buenas notas del colegio. Le alimenta la ambición de seguir estudiando. Gisela quiere ser psicóloga.
-No es que lo que yo hago sea malo, pero una vuelta alguien me dijo que nadie tomaba en cuenta este trabajo porque no lo veían como un trabajo. Pero si yo no llego, las cosas no se hacen. Si no llego, Guido no va al jardín.
Para Gisela, Zulema quiere una versión mejorada del mundo. Ella, que sólo conoce Santa Teresita, mandó al amor de su vida a Disneyworld cuando cumplió los 15. Para sí misma no pide mucho: una cobertura médica, un equipo de gimnasia.
-Y me gustaría ir a Misiones. Me gustaría también el Sur, pero como hace mucho frío y yo no tengo abrigo, mejor el calor.
Ahora volvió a ahorrar con fruición para pagar el viaje de egresada de Gisela, a fines de 2004. Está dispuesta a todo para que la nena no tenga la infancia que ella tuvo. Esa infancia donde hay que rebuscar tanto para encontrar un solo recuerdo feliz.
-Tengo uno. Me acuerdo del vestido rojo con la torta de frutillas que me regaló mi papá. A mí nunca me festejaron los cumpleaños. Mi mamá me tenía odio y nunca me decía feliz cumpleaños. Y un cumpleaños mi papá me trajo un vestido rojo y una torta de frutillas y fue el único que me dijo feliz cumpleaños.
Usó el vestido hasta que quedó en los flecos.
-Yo tenía 11 años.
No fue fácil, pero nadie tiene la culpa. Eso dice Zulema, y se queda inmóvil. Después sonríe.
Las cifras
- Se estima que en la Argentina hay 750.000 empleadas domésticas de las cuales el 95% está en negro.
- Según datos de la Su-perintendencia de Ser-vicios de Salud, apenas 9059 empleadas están afiliadas a las obras sociales, a pesar de regir para ellas un régimen que permite que tengan obra social y derechos de jubillación y pensión con el pago de 55 pesos por mes, a ser pagados entre la empleada y el empleador
- En toda latinoamérica una de cada cinco mujeres que trabaja lo hace en el servicio doméstico.
Para más información: www.trabajo.gov.ar/asesoramiento/domestico.htm
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