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Por el realismo de sus pinturas, Suilim Wu debe aclarar a sus vecinos de Flores que no son láminas. “No, esas son mis pinturas”, aclara este artista taiwanés que desde que inició la pandemia tuvo que colgar los pinceles y las clases presenciales, para dedicarse de lleno a su rotisería vegetariana, donde trabaja arduamente, desde las 4 de la mañana junto a su mujer Sabrina y hijo mayor, Ulises. Al lado, en la esquina de Paez y Donato Alvarez está su taller con la cortina cerrada, a la espera de tiempos mejores. Suilim se siente agotado. No solo porque el ritmo que impone la cocina es fuerte. Sino porque no encuentra tiempo para poder pintar, su gran pasión. Lo hace desde que tiene uso de razón en su Kaohsiung natal, cuando tomó pedazos de ladrillos y comenzó a dibujar en el piso.
Ni mate, ni fútbol ni carne
Suilim, de 59 años, habla aporteñado. No toma mate, no le gusta el fútbol y es vegetariano. Sus amigos, en su mayoría argentinos, le dicen: “¿Qué hacés acá?” Artista de profesión, llegó a la Argentina en 1994 con su maestro de pintura para abrir en sociedad una galería de arte. Tenían todo planificado para hacerlo. Pero lo más importante falló. El gestor que habían contratado nunca había iniciado los trámites de la residencia. “Llegamos engañados”, recuerda aún con fastidio. Enojado, su maestro dio un portazo y regresó a Taiwán. Suilim quedó completamente solo en el país, balbuceaba un español muy elemental que le había enseñado una uruguaya en Taiwán. “Cuando me hablaban, tan rápido, sentía un relámpago en la cabeza. No entendía nada”, recuerda. Entonces tenía 32 años era soltero, pero toda su familia llegaba tras sus pasos: padres, hermanos, cuñados, tras rescindir sus contratos laborales y vender propiedades. No había vuelta atrás. Tramitaron la residencia, compraron un supermercado y aprendieron el idioma en un curso de una escuela del Estado. Al finalizarlo, tuvieron tan buenas notas que fueron noticia en una publicación barrial. Fue a los pocos años, en 1997, cuando su soñada galería finalmente adquiría la forma sencilla de un taller de marcos en Flores Norte, allí donde pronto comenzó a dar clases de pintura. Suilim no sabía hacer marcos pero confió en su talento natural de aprendizaje y su admirable poder de adaptación, obvio.
Temáticas de Medio Oriente
Los cuadros de Suilim, de una técnica impecable, encierran un secreto. El maestro de Siulim tomaba encargos que llegaban desde Inglaterra pedidos por la comunidad proveniente de Kuwait. La temática de Medio Oriente moldeó sus pinceladas a lo largo de cinco años, con quien sería su tercer maestro. Suilim pintaba de lunes a sábado durante siete horas. No existían los feriados. Realizaba entre el 80 y 90 por ciento de la obra, mientras que la última pincelada la daba su maestro. Los pedidos de obras para Inglaterra se clasificaban por calidad (tiempo dedicado) y cantidad. Todas las semanas recibían estos encargos. “Teníamos muchos pedidos. Casi todas las semanas nos llegaba una lista”. Suilim repetía varias veces la misma obra hasta lograr la perfección. “Hubo meses, semanas en que tuve que pintar el mismo cuadro 2, 3 o 4 veces. Llega un momento en que no necesitás mirar la foto y ya podés seguir. ¿Sabés que eso es lo mejor para aprender? Yo sé que si aconsejo que repitan y repitan, van a pensar, y dónde voy a colgar tantos cuadros iguales, pero practicando y practicando, se avanza. Si uno no puede solucionar algo, después de dos veces que lo hagas ya te sale naturalmente. Así aprendemos”, aconseja.
Cuando le preguntan cómo domina tantas temáticas, Suilim considera que el arte de Medio Oriente, lo engloba todo: paisajes, naturaleza muerta, animales, retratos. También recibía por encargo muchos retratos. (Se puede ver varias de sus obras en su Instagram Suilimart)
Suilim tiene preferencia por los alumnos que trabajan duro y no le piden las últimas pinceladas. Sin embargo, la pandemia echó por la borda la posibilidad de transmitir su legado. ¿Clases por Zoom? No quiere dar. No se siente a gusto. “No soy bueno para estas tecnologías. Para mí es muy frío. Y por otro lado soy un cabeza dura”, reconoce.
La rotisería para tiempos difíciles
“En cualquier época difícil, siempre, el mejor negocio es la comida, en cualquier país. Sí, da mucho trabajo”, explica. La idea de abrir la rotisería fue de su mujer, Sabrina, también taiwanesa, para mejorar la situación económica. Él de inmediato aclara que es su ayudante de cocina. Entre los platos vegetarianos se encuentran soja texturizada al curry con tomate y zapallito; hamburguesas de soja, de lentejas, y de quinoa, tortillas y las ensaladas que prepara el hijo de la pareja entre otras. Durante unos cuantos meses más continuará dedicado a la rotisería, decorada con sus pinturas, pero sabe que lo que le espera es continuar con el arte que abrazó desde su juventud. Cuando descubrió su vocación, su padre le dijo que como artista iba a morirse de hambre, sin embargo, hasta que empezó la pandemia, durante más de veinte años en la Argentina logró vivir de su pasión. De sus marcos, clases de pintura y encargos especiales de clientes. Y no dará el brazo a torcer.
Ya son más de 25 años en este país. Le encanta su gente. “Porque son accesibles, no marcan distancia. Además, son muy simpáticos. Tengo más amigos argentinos que paisanos”, reconoce. Recuerda que antes de pisar la Argentina lo único que había visto era el Obelisco y fotos de gauchos. Le gusta viajar por el país, a lugares tranquilos. El destino que más lo cautivó fue Ushuaia. “Me enamoré de los paisajes. Ushuaia conserva lo natural”. Le dedicó una pintura, desbordante de pequeñas flores, que a simple vista plasma su amor por la Argentina y por los detalles. Seguramente alguien le pedirá que la repita.
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