Estudió Ciencias Políticas en las mejores universidades del mundo –se formó en Stanford en Estados Unidos y en la London School of Economics–, fue una exitosa empresaria fitness –abrió uno de los primeros spas de Buenos Aires e introdujo el método Pilates en el país– y siempre se consideró una mujer independiente. Pero el día en que murió su gran amor, Torcuato Di Tella –uno de los sociólogos más respetados del mundo y heredero de la fábrica SIAM–, descubrió que no lo era: "Yo era muy dependiente de él –reconoce–. Me dicen que tengo que dejarlo ir, pero no quiero dejarlo ir, no me interesa dejarlo ir. Estoy bien con él así, lo llevo acá. [Se señala el corazón]. Por ahora, sigo pegada a Torcuato emocional e intelectualmente".
Estuvieron casados cuarenta años, criaron dos hijos –Sebastián y Titina–, vivieron en distintas ciudades del mundo y hoy, a más de tres años de su muerte, ocurrida el 7 de junio de 2016, Tamara (71) no sabe qué hacer sin él, se siente en carne viva.
–¿Estabas preparada para la muerte de Torcuato?
–Debería haber estado preparada, porque sabía que él hacía pequeños accidentes cerebrovasculares, igual que su padre y su hermano Guido. Pero no lo estaba. Yo pensaba que Torcuato Di Tella era inmortal. Debe tener que ver con que tras esos pequeñitos accidentes cerebrales que le afectaban sólo la parte motora él salía haciendo chistes, ya que cognitivamente estuvo fantástico hasta el último día.
–¿Cómo te enfrentaste a su ausencia?
–El primer año sufrí una depresión terrible, no me podía levantar ni para ir al baño. Es como si se hubiera muerto una parte mía. El segundo año hice catarsis escribiendo el libro [Mis cuarenta años con Torcuato Di Tella]. Y este, que es el tercer año, quiero viajar, quiero hacer todo lo que a él le gustaba hacer.
–¿Te acostumbraste a vivir sin él?
–Sí, un poco, pero eso no significa que la ausencia no duela. Todavía no puedo creer que no esté, porque siempre estaba. Torcuato era una roca. Igual, dentro de mí no murió.
–¿Escribir el libro te ayudó a hacer el duelo?
–Sí, fue una gran catarsis. Por momentos me reía, por momentos lloraba, pero seguía escribiendo, y me acordaba de cosas y seguía. El libro me salió de un tirón, fue como una catarata de emociones. A veces pienso que Torcuato me estaba ayudando a escribirlo.
–¿La semblanza que hacés de él en el libro es una suerte de homenaje?
–Y sí, para mí fue un lujo haber estado casada con él. Yo defino al libro como "mitad espagueti, mitad trayectoria", porque intento mezclar al Torcuato íntimo, de entrecasa, el que cocinaba la pasta, el hombre que era como papá o marido, con el académico, el pensador irreverente que iba contra la corriente, el de la teoría del populismo o de la globalización.
Extraño su presencia, sus ocurrencias, sus ideas, su sentido del humor. Era un hombre que te dejaba pensando con lo que decía
–¿Cuál era la debilidad de Torcuato cuando estaba en casa?
–La pasta. Él era un tano hecho y derecho. Torcuato se comportaba como un inglés, tenía el aspecto de un inglés, pero era bien italiano y, como tal, se tomaba la pasta muy en serio: la cocinaba él mismo, según algunas recetas especiales que había aprendido de chico, y cuando entraba a la cocina hacía todo, incluso lavar los platos.
–¿Le gustaba recibir gente?
–Sí, era un gran anfitrión. Hacía lo que llamaba los "cenáculos", unas especies de reuniones tipo griegas, entre maestros y discípulos, a las que invitaba gente que apreciaba. Sociólogos, historiadores, filósofos, matemáticos, físicos… Y eran grandes comidas, porque le gustaba sentarse a la mesa a comer e intercambiar ideas con gente inteligente, que dijera cosas fuera de los lugares comunes y de lo políticamente correcto.
–¿Qué es lo que más extrañás en el día a día?
–Su presencia, escucharlo. Todavía me acuerdo de ciertas cosas y me río. Extraño sus ocurrencias, sus ideas, su sentido del humor. Era un hombre que te dejaba pensando con lo que decía. Siempre estaba ahí sentado, en la biblioteca, leyendo o escribiendo.
–¿Hay algún objeto de Torcuato que atesores especialmente?
–En primer lugar, los libros. Mis hijos quieren que me mude y una de las razones por las que no me mudo es esa: ¿qué hago con la biblioteca de Torcuato? Y después hay pequeñas cosas que fui guardando con los años, como la bata china de seda roja con dragones dorados que compramos en Japón. Abro mi placard y lo primero que veo es su bata, porque él desayunaba todos los días con esa bata puesta, aunque no lo puedas creer. Otra cosa que guardo especialmente es la bufanda con los colores de Oxford que usaba.
Torcuato se tomaba la pasta muy en serio: la cocinaba él mismo. Y cuando entraba a la cocina hacía todo, incluso lavar los platos
–¿Ves algo de él en tus hijos?
–¡Sí! Es impresionante, porque ahora que no está, veo más claro en qué se le parecen. Titina tiene la misma capacidad para decir cosas inesperadas y ver el revés de la trama, y escribe bien y rápido, como su padre. Sebastián, si bien es más matemático, heredó su forma de pensar y expresar lo que piensa con ideas ocurrentes, inteligentes y agudas.
–¿Hablan de Torcuato entre los tres?
–Todo el tiempo. Ahora mucho más que antes. Yo voy todos los sábados al cementerio de Chacarita a cambiarle las flores, me saco una foto en la bóveda, y se las mando a los chicos que viven en Estados Unidos.
–Además de sociólogo, Torcuato era ingeniero. ¿Su padre influyó en él para que estudiara Ingeniería?
–Él mismo lo dice en un libro que escribió sobre su padre, Torcuato Di Tella, el hombre de la industria, en el que cuenta que el papá ejerció un terrorismo psicológico sobre él para que estudiara Ingeniería (cosa que hizo, y se recibió con las mejores notas), y se pusiera al frente de SIAM, que en esa época era como el Imperio romano. Después de recibirse de ingeniero, Torcuato se rebeló e hizo lo que quería, que era estudiar Sociología. Se fue a Estados Unidos, porque acá no existía la carrera, se recibió, y más tarde trajo la carrera al país junto con Gino Germani. Y fue un sociólogo muy importante.
–¿Como sociólogo se lo valoró más afuera que en Argentina?
–Y, un poco sí. Él pensaba que en Argentina no lo iban a tomar en serio, por ser hijo de quien era. Por eso se dedicó a estudiar y enseñar en el extranjero, donde podía ser él mismo porque nadie lo conocía ni sabía quién era su padre. El papá hizo cosas importantísimas, y Torcuato las valoraba, pero después, él y su hermano Guido también hicieron cosas brillantes, que el padre nunca llegó a ver porque murió joven, a los 54 años. No conoció el auto Di Tella, la Fundación Di Tella, el célebre Instituto Di Tella ni la universidad Di Tella. Todo eso lo hicieron los hijos, Torcuato y Guido.
–Para un hombre que venía del mundo académico, el paso por la función pública –fue secretario de Cultura durante el gobierno de Néstor Kirchner y embajador en Italia entre 2010 y 2016– debe haber sido difícil. ¿Cómo lo vivió?
–La embajaduría le encantó. No por la embajada en sí misma, sino por volver a sus raíces, por cerrar el círculo. Su padre había llegado a Argentina a los 13 años y, cien años más tarde, devolvía a Italia a su hijo de 80 (que además se llamaba igual), representando al país que lo recibió. Le encantó volver a Italia y recuperar su identidad. Incluso, sus últimos textos que dejó sin publicar están escritos en italiano y en inglés, pero no en español. El regreso a Italia fue un broche de oro para su vida. En cambio, la Secretaría de Cultura no le gustó para nada. De hecho, no quería aceptar, aceptó a regañadientes y la primera semana, apenas terminó de asumir, se enfermó. Justo él, que no se enfermaba nunca.
–¿Alguna vez tuvieron una crisis o pensaron en separarse?
–No, nunca, en cuarenta años jamás tuvimos una crisis.
–¿Era un hombre celoso?
–No, la verdad que no, aunque a mí me hubiera gustado que fuera un poquito celoso. Un poquito.
–¿Vos lo celabas?
–No, tampoco. Torcuato era inteligente, encantador y buenmozo, así que muchas mujeres se le acercaban para preguntarle cosas y todas quedaban deslumbradas. Pero a mí me gustaba eso, me gustaba que lo admiraran. Ojo, también los hombres se acercaban a escucharlo.
–¿En qué época de la relación fuiste particularmente feliz?
–Me divertí sin parar durante cuarenta años, porque lo admiraba mucho. Pero cuando llegamos a Roma, que yo ya me retiré de mi actividad y los chicos vivían y estudiaban en Estados Unidos, estuvimos muy cerca, muy unidos. Fueron seis años de felicidad plena.
–Cuando te diste cuenta de que llegaba el final, ¿pudiste despedirte como querías?
–Durante el último año, que él estuvo muy enfermo, tuvimos una simbiosis impresionante: yo me le pegué como una estampilla. Es que perdía movilidad y me necesitaba, porque además no quería usar bastón ni silla de ruedas. De esa etapa, que es tan triste, porque estábamos diciéndonos adiós, tengo recuerdos muy cariñosos, que me llenan el alma.
Le encantó volver a Italia y recuperar su identidad. Fue como cerrar el círculo que había iniciado su padre cuando emigró a Argentina a los 13
Torcuato padre nunca llegó a ver lo que hicieron los hijos porque murió joven. No conoció el auto Di Tella, la Fundación Di Tella, el Instituto Di Tella ni la Universidad Di Tella
Escribir el libro fue una gran catarsis. Por momentos me reía, por momentos lloraba, pero seguía escribiendo y me salió de un tirón