Tango, bailando en el nuevo siglo
Llegaron al tango desde la danza moderna o clásica, la abogacía, el rock, la cibernética o el teatro. Quiénes y cómo son los bailarines –profesionales y aficionados– que están dejando su impronta en el baile porteño por excelencia
La chica. Esa chica. La del aro en el ombligo, minifalda flúo, remera corta, espalda desnuda, pelo a lo varón y colorado. Nínfula fatal, heroína de cómic, mujer de 18 que estalla por donde se la toque. El hombre de 65 apoya entera la mano sobre la espalda forrada con piel de 18. En un rato, cuando vuelva a su mesa, el hombre dirá: –Es una máquina de bailar. Lástima ese aro.
Pero ahora baila como si se acabara el mundo, y tiene que aguantarse el arito y muchas otras cosas en la pista de la milonga de Niño Bien, un jueves por la madrugada. Varones con pantalones cargo y camisas floreadas, mujeres carnívoras, escotes hirviendo, tajos, tacos, vientres altos con arito. Aquí están, éstos son los nuevos cuerpos que se menean en las milongas porteñas junto a trajes duros de gomina y vestidos de lamé. Cuerpos que vienen aquí como quien va al más electrónico de los boliches. No creen en la nostalgia, ni les da lástima pobre mi madre querida. Bailan, latiendo como Dios manda, pero divertidos. Gustavo Rosas tiene 33 y trabaja en una empresa.
–Tomé mi primera clase hace cinco años. Entrás sin querer, y no podés salir. Empezás a dejar cosas de lado. Ir a los boliches, ir al cine. Siempre decís No, mejor me voy a bailar. Es como enamorarse en los dos minutos que dura el tango.
Ocho años atrás, o nueve, era distinto. Raúl Masciocchi, gorrita eterna, pantalones enormes, es profesor de tango, tiene 36 y hasta hace poco su vida era su banda de funk y jazz. Un día, después de una prueba de sonido, una profesora le preguntó si no quería quedarse a una clase de tango porque no había suficientes varones.
–Había un montón de chicas, y estaban rebuenas y yo dije sí. Empecé a tomar clases y me di cuenta de que me gustaba, más allá de las minifaldas. Los de la banda no podían creer. Me decían: Estás mal del cerebro. El placer que te da bailar... son dos minutos de placer supremo en Planeta Tango.
Mercedes García Guevara es directora de cine y está trabajando en un largometraje documental sobre el tango joven –orquestas y bailarines– que lleva por título provisional Lejana Buenos Aires y que produce Hernán Mussalupi. –Empecé por ir a las milongas con una camarita de video a fines de 2000. Fue un shock, porque uno conoce el tango de escenario, pero en las milongas la gente baila un tango más casero y hay una mezcla de clases sociales y de edades muy interesante. Estaba repleto de gente joven. Chicas con jeans y zapatillas bailando en las milongas con hombres grandes. Yo no tenía la más remota idea de que esto sucedía. Entonces me puse a tomar clases porque me di cuenta de que si no, no iba a entender. Y hubo algo que me enamoró del tango, que es muy difícil de entender para alguien que no baila. Es un vicio. Ahora voy tres veces por semana a bailar. Hay algo onírico en la milonga, algo que se da solamente ahí Estos son, aquí están. Locos por el tango, pero hijos de otra música. Diseñadores gráficos, médicos, antropólogos, fotógrafos, se dejan tragar por este mundo donde lo único que importa es bailar y saber, por ejemplo, que si una mujer acepta bailar una tanda de tangos y otra más y otra con alguien a quien no conoce, en el idioma encriptado de la milonga, está diciendo mucho. Está diciendo tanto. Está diciendo todo.
Del boliche a la milonga
Son las diez y media de la noche de un viernes. En la Viruta cientos de personas se amontonan en la pista para tomar su clase. Luis Solanas, socio y dueño del lugar –junto con Cecilia Troncoso y Horacio Godoy– es actor. Cuando empezó a bailar, en 1989, tenía 32 años.
–Esto no era común años atrás. No había milongas donde enseñaran a bailar el tango. Las milongas eran lugares a los que iba la gente mayor de 40, y estaban muy recelosos de que la juventud aprendiera.
En 1994, con la que por entonces era su pareja de baile, Cecilia Troncoso, decidieron abrir un lugar para gente joven: la primera Viruta, en la calle Oro. Hoy se mudaron al Club Armenio donde, además de tango, se enseña salsa y rock.
–Fue el primer lugar en el que la gente joven podía tener un abordaje distinto al tango –dice Solanas–. Ahora también hay otros lugares como éste, y hay que cuidar estos semilleros del tango. A estos pibes que están empezando hay que protegerlos, porque de estos lugares van a salir los nuevos profesores y bailarines. El tango te comunica. Acá lo único que importa es que sepas bailar. El tango no es melancólico, el tango te divierte. A la gente ahora no le importa ya esa mística nostálgica.
Cecilia Troncoso era danzarina y contemporánea, hasta que, a los 21, descubrió el tango. Ahora tiene 32 y es la única socia mujer de La Viruta.
–A mí me parece que La Viruta es un promotor esencial del tango joven. Antes ibas aprendiendo a bailar medio a los ponchazos, como te iba saliendo, y los viejos te maltrataban y había que copiar, no había un estudio de la estructura. Acá el fuerte siempre fueron las clases y, por otra parte, el tema de que haya buenas minas es lo que mantiene muy viva la cuestión. Vos ves cómo van vestidas las chicas. Nadie sale así a la calle. Eso en La Viruta nunca faltó y nunca faltaron hombres grandes que bailaran bien.
Oliver Kolker tiene 30 años. Es licenciado en Administración de Empresas y hasta 1999, cuando fue a tomar su primera clase de tango, su recorrido nocturno incluía Buenos Aires News, la Costanera.
–Me empecé a cansar de la histeria, que las minas están bárbaras, pero no las podés tocar. Y en la milonga uno es lo que baila. La mina más divina se queda sentada toda la noche si no sabe bailar.
Tate y Mariángeles, Lucas y Mechi. Todos los profesores de La Viruta son tan jóvenes. Tate, 21 años, bailarín desde los 15, probó los efectos de maduración anticipada que produce la milonga. –A mi primera novia la conocí en una milonga. Ella tenía 25, yo 16. Salimos dos años. Fue lindísimo. En este ambiente madurás rápido.Yo cuando empecé no me imaginaba que iba a ser una profesión. Empecé a ir a la milonga de lunes a lunes, y al final no me podía levantar para ir al colegio, así que terminé dejando el colegio por la milonga. Eso que yo iba a boliches desde los 13, pero ahora, así como entro a un boliche, me voy, porque no me pasa nada.
Mercedes D’Orta tiene 26, estudió periodismo, medicina, y hace tiempo que es profesora en La Viruta. Venida desde Comodoro Rivadavia, encontró en el tango todo lo que había perdido.
–Sentía que Buenos Aires me estaba comiendo viva y éste era un ambiente que me contenía. Iba los domingos a la Glorieta de Belgrano, y era Meche otra vez. Es un submundo y querés más y al principio no podés parar. Después, tenés que equilibrar la milonga con la vida real.
Porque no. Aunque todos se rían y jueguen a que de verdad el mundo puede ser sólo esto, la vida no es así. Pero podría.
Los nuevos, los viejos, los de siempre
Los nuevos bailarines y profesores llegaron al tango desde la danza clásica (Mora Godoy, por ejemplo, protagonista del musical Tanguera, hizo toda su carrera como bailarina clásica en el Teatro Colón), el baile contemporáneo, la abogacía, el periodismo, el teatro, el rock. Gustavo Naveira, economista que tomó su primera clase de tango en 1981, hoy es un maestro en habitual gira por Europa, el creador de un estilo de baile distinto.
–Sí, se supone que la manera de bailar nuestra es muy diferente de la tradicional –dice–, pero yo creo que no es tan así. El baile ha sufrido una evolución grande. Nosotros hemos descubierto estructuralmente cómo funcionan cosas que eran desconocidas, pero ya no están los tradicionales contra los modernos. Fabián Salas era abogado. Vivía en La Plata y viajaba en peregrinación a Buenos Aires a tomar clases de tango. Un día le pareció que llegar a Tribunales borracho y sin dormir a las 7 de la mañana no era serio. Entonces dejó la abogacía y desde hace 14 años pasa buena parte del año enseñando en los Estados Unidos. Es el organizador, además, de CITA 2002, un congreso de tango más que importante en el nivel mundial, que se organiza desde hace cuatro años en Buenos Aires (ver recuadro). Pero no fue fácil, dice ahora, sentadito a la vera de la pista con champagne junto a su novia y compañera de baile, Carolina del Rivero, 21 años, llegada desde las filas prístinas del Instituto Superior de Artes del Colón a los brazos nocturnos de Fabián.
–Antes era distinto. Vos les preguntabas a tus maestros por qué esto y por qué lo otro, y los tipos no sabían qué responderte, te trataban mal. Era su forma de defenderse porque no sabían. Un día alguien me dijo: Andá a verlo a Naveira, y pegamos buena onda. Terminamos desarrollando un método para analizar el baile, ya no la visión parcial de repetir el pasito. Sé que muchas de las cosas que enseñamos generan resistencia, pero todo evoluciona y el tango también. Uno de los grandes avances del tango tiene que ver con la mujer. Las milongueras no tenían la flexibilidad que tienen estas mujeres hoy, que vienen de otras danzas, del clásico o del baile contemporáneo.
Si no tuviéramos estas mujeres no hubiéramos podido hacer nada. En un rato, él y Carolina se hundirán en el lodo rojo y acre de la pista. Ese lugar en el que todos padecen un trance raro. Incomprensible.
Afuera es mejor
Juran que sí. Que este producto tan porteño encuentra su mercado más fuerte en el resto del mundo. En Buenos Aires, una clase privada de tango tiene un valor de entre 50 y 100 pesos; una colectiva, entre 5 y 10. En el resto del mundo, el tango es tan caro: 35 dólares por una colectiva, 65 o más particular. Buenos Aires es la meca para muchos extranjeros que vienen a aprender en el lugar exacto donde todo comenzó. Tina Barth tiene 25 años, es de Dublín, vino a tomar clases de tango por un par de semanas y ya lleva dos años. Dejó su empleo en Irlanda –trabajaba en el departamento de Recursos Humanos de una empresa– y sobrevive enseñando inglés. Yoshie tiene 31 años, vivía en Osaka, Japón, donde tomó su primera lección hace dos años. Renunció a su trabajo en una empresa de importación y hace diez meses que toma clases obsesivamente. Elena García Soto es de Monterrey. Tiene 28 años, es abogada con estudio propio. Vino por un mes y ya lleva un año. Otros se fueron. Chicho se llama Mariano. Tiene 31 años, tocaba la batería, escucha AC/DC Prince, Charly y Fito, y vive en París enseñando el tango desde 1998, con su compañera, Lucía Mazer. Hace siete años estaba sin trabajo, sin mujer y sin futuro, estudiando teatro con Cristina Banegas. Entonces, una compañera lo invitó a tomar clases de tango.
–¿Tango?, dije yo, eso no es para mí. Pero tomé una clase y no pude parar. Más adelante, con Naveira y Salas, entendí el baile desde lo estructural. Yo respeto a los viejos milongueros, pero es necesario entender que todo evoluciona. En estos últimos cinco años el tango está cambiando. La mayor evolución es que se está convirtiendo en una danza de pareja, cincuenta y cincuenta. Antes, la mujer era una cosa a la que había que manejar.
Según datos (no del todo claros) de la Subsecretaría de Turismo de la Ciudad, el tango generaría ingresos en el país de más de 200 millones de dólares por año. La Subsecretaría ha declarado públicamente las esperanzas –más bien mercantilistas que culturales– de que, en diez años, el tango deje en las arcas 400 millones de dólares. A pesar de la recesión, de 27 tanguerías que había en el año 2000 en Buenos Aires, hoy funcionan más de 50. Así y todo, y por ahora, sigue siendo más fácil encontrar una milonga en Berlín (donde hay 35) que en Entre Ríos. En Madrid, Nueva York, California, Atenas, Génova, Roma, Osaka, Lisboa y São Paulo, pululan milongas con nombres como Barrio Tango, Las Morochas o Belle Epoque.
–El mercado del tango está afuera. Afuera somos algo exótico y original. Acá somos muchos bailarines, profesores, hay más competencia, pero afuera es asombroso lo que pasa con el tango.
Dice Damián Esell, pareja de baile de Nancy Louzán. Damián y Nancy rondan los 30 años. Ella es actriz. El estudiaba artes plásticas. Hoy, como la mayoría de los profesores, pasan la mitad del año con la valija hecha, viajando por el mundo, dando clases y haciendo exhibiciones.
–Viajar es lindo, pero tiene su parte mala –dice Nancy–. Nada de lo que tocás es tuyo. Cada cuatro días cambiamos de casa. Tenés que hacer las clases, aunque te sientas mal, te hayas peleado, y la gente afuera es superamable, pero son acaparadores y te preguntan todo.
Por eso, porque tienen información, pocos foráneos suponen que el tango son esos casquitos con plumas y esos saltos de plástico que organizan los reductos ad hoc. Los extranjeros que vienen a perfeccionar su baile siguen, más o menos, la media internacional del viajero barato: poca ropa, un hotelucho, y comida por 2 pesos, cuando hay 2 pesos. Los 400 millones de dólares que ansían los organismos oficiales no los dejarán, seguramente, chicos y chicas que vienen tras la experiencia real, porque la experiencia real es, sí, barata. Y para la mayoría de los porteños, desconocida.
–Acá el tango sigue siendo marginal –dice Fabián Salas–. Le pedís a un tachero que te lleve a un lugar donde se baile tango y te lleva a Señor Tango a ver tango for export.
El tango: la fiesta itinerante
La milonga es un gueto amable. Un reducto sólo para los pocos que son siempre los mismos y que llegan cargando sus zapatos petiteros a milongas que jamás se anuncian con carteles de cuatro por ocho y neones a la calle. Se organizan en clubes, asociaciones, primeros pisos, sótanos, subsuelos y las hay itinerantes, orilleras, modernas, alternativas, tradicionales, elegantes, barriales, jóvenes y viejas. Como sucede en el circuito de fiestas electrónicas, hay que saber cuándo y dónde ir. Nadie adivinaría, por ejemplo, que en un primer piso sobre la calle Sarmiento funciona La Catedral, la milonga más under de Buenos Aires a la que hay que ir los martes a la noche, y que organiza, con el nombre de Parakultural, Omar Viola, el mismo que en los años 90 organizaba milongas en su Parakultural de la calle Chacabuco. El Centro Cultural Torquato Tasso también entra en el circuito milonguero joven. Abrió hace seis años, manejado por Hernán Greco y Federico Moya, y su fuerte siempre fue la presentación de orquestas en vivo, que escaseaban en 1995. Ahora, nunca faltan Los Reyes del Tango, Color Tango, el Sexteto Mayor, Alberto Castillo o propuestas nuevas como las de El Arranque o La Chicana. Paula Rubin y Lucas Galera son pareja de baile desde hace un año, y los profesores más jóvenes del Tasso. Ella estudió teatro y es vestuarista de De la Guarda. Lucas empezó a bailar el tango cuando tenía 10. A los 13 bailaba en el ballet de Copes y fue algo así como un pupilo fiel de Pepito Avellaneda, un mítico bailarín que murió en 1995. Además de bailar y dar clases, trabaja en la herrería de su padre y, desde una unidad básica, organiza junto a otros de su edad desayunos, meriendas y cenas para 250 chicos indigentes.
–Me gusta ayudar. Llevamos a los pibes a las piletas de Ezeiza, no sé, los veo a los pibes y digo de qué me quejo, yo soy un rey. Siempre digo que soy un viejo de 22 años. Cuando empecé a ir a las milongas era un nene, mis viejos me iban a buscar a las 5, 6 de la mañana. En esa época éramos pocos los chicos, y yo bailaba con mi prima, no había otra de mi edad. Después, en 1995, empezó un poco más la movida joven. Yo aprendí con los viejos. Pepito fue como un padre, un padrino para mí.
La mezcla les sale bien. Ella, chica acostumbrada a disciplinas académicas y una vida que durante mucho tiempo no tuvo nada que ver con el tango. El, chico que a los 15 ya giraba por Italia trepado a sus zapatos petiteros, jura que, por más que le siga dando varias vueltas al mundo, se va a morir en su país: La Matanza. El estilo que surge de la mezcla es un baile tradicional, picaresco, brillante.
–Empezamos a bailar juntos hace un año, por una cuestión de estatura –se ríe Paula–. Somos bajitos. Yo a veces lo miro a Lucas, cómo se mueve, y no tiene ningún estudio de danza, nada, y tiene una facilidad increíble, que me imagino lo que sería si hubiera estudiado algún otro baile.
–Naa –dice Lucas, que conserva un par de zapatos de Pepito Avellaneda en su casa, que le recuerdan todo lo que quiere ser en la vida–. En una clase de contemporáneo no me veo ni a palos. Ni a palos.
Ella se ríe, princesa de lujo. A él le sale la mueca de costado.
Tanta noche, tantos bares, tanta vida en tan poco tiempo.
Cosecharás tu siembra
En un bar de Boedo e Independencia, Mauricio Castro pone su mejor sonrisa y dice: Ah, me olvidaba, tomá. Y desliza su currículum sobre la mesa. Una servilleta de bar en la que escribió Mauricio Castro, bailarín, http://www.tangodiscovery.com . Eso resume bastante bien lo que él es. Sus clases de tango no son tradicionales, empezando por la música. En La Galería del Tango, donde enseña, suena de todo, menos tango: Aerosmith, Spinetta, Joaquín Sabina.
–Es que la música que nos enciende es otra. No es el tango.
Estudió música en Berklee y empezó a bailar hace cinco años. A muchos, su estilo de baile les parece delicioso. A otros, una afrenta.
–Empecé a bailar porque un amigo dio con la frase clave. Me dijo: “Loco, hay unas minas que no se puede creer”. Y fui. Pero un día me di cuenta de que el baile me gustaba en serio, porque terminaba todos los días a las 4 de la mañana bailando con la última mina horrible de la milonga, y yo queriendo hacer un paso. Bailó, tomó clases y fue de milonga en milonga mientras trabajaba en la mueblería de su padre, fabricante de sillas y sillones de estilo. Un día descubrió que había vida más allá del estereotipo.
–A los que se hacen los tangueritos les doy con un hacha. Es contraproducente enseñar la danza desde la estética para adentro, copiar un paso. El estereotipo mata tu expresión individual. Acá se trata de que cada uno desenmascare lo que más lo identifica en el baile. Pero lo que la gente no carbura es que el estereotipo del tipo engominado, durito, en su momento era un ganador. El ganador de hoy es distinto. Un pibe de 18 con traje y gomina... Todo el mundo dice éste es un salame. La sociedad cambió, y el tango es una parte de la sociedad.
En sus clases, Castro dice que nada de lo que se supone que está bien está bien. Ni el torso altivo, ni el abrazo rígido como tranquera. Escribió un libro (Tango, estructura de la danza), editó varios CD- rom sobre el tema, y forma, junto con otros profesores, un grupo de enseñanza llamado Tango Discovery, unidos por un mismo concepto sobre la estructura y una idea de la generosidad que, en el tango, es toda una rara virtud.
–Los viejos milongueros te escondían el 99,9% de las secuencias. Hoy día hay bailarines que no se dejan filmar en video. El concepto es: “Tengo diez secuencias, son mágicas, son mías”. Tango Discovery es un grupo de gente sana, generosa con respecto a toda esa cosa retrógrada de la actividad.
Los integrantes del grupo de Tango Discovery son, además de Castro, Carla Marano, César Coelho, Noel Strazza, Pablo Tegli, Melina Brufman, María Eugenia Parrilla, Marcela Trape, Adriana Ariza y Federico Farfaro. Algunos de ellos, como Noel Strazza, que vive en Montreal y es compañera de baile de Pablo Verón desde hace un año y medio, no residen en Buenos Aires, pero no es necesario estar amontonados para dispersar la semilla que ellos quieren por el mundo. César Coelho, por ejemplo, pasa más de la mitad del año girando por el planeta. César es así de ancho, tiene los ojos así de claros, y todos dicen que, en el escenario, es un tigre peligroso. Tiene 22 años y baila en Forever Tango, la compañía creada en San Diego en 1995, desde que tiene 19. A esa edad se subió a un avión con destino Estados Unidos, de ahí al resto del mundo, y no volvió en siete meses.
–Yo estoy catalogado como un bailarín moderno dentro del tango. Pero también puedo desarrollar la tradición. Yo hacía danza contemporánea, y mi viejo, que es milonguero, me empezó a enseñar tango en la adolescencia. Al principio yo dije: No, esas cosas son para viejos. Yo siempre hice basquet, estuve federado, estudiaba en el colegio industrial. Imaginate los prejuicios de mis compañeros. Ahora me ven y me dicen pensar que nos reíamos. Lo que se hace difícil es armar una vida, tener una pareja. Pasando la mitad o más del año en el extranjero, no te da para tener una casa propia. Uno vive un poco como un gitano, es su propio manager, bailarín, representante, profesor, todo en un paquete.
Gabriel Missé tiene 22 años, y baila el tango desde los 10. Forma parte de la compañía de Miguel Angel Zotto. Hasta hace un par de años, iba a la milonga acompañado por mamá, papá, abuela, hermanos. Ahora no. Va con la novia. Le dicen Jopito, porque se peina a la gomina con, claro, jopito.
–Me decían Alan Ladd, los viejos milongueros con los que aprendí. Ahora me dicen que soy el descendiente de ellos. Después de tantos años en la milonga madurás muy rápido, porque estás rodeado de gente grande. Yo dejé el secundario porque tenía todas las noches función en Michelangelo y no me podía levantar. La última vez que toqué una pelota fue hace once años, porque me tengo que cuidar las piernas. Los jóvenes somos el futuro del tango, pero a muchos jóvenes no les interesan los códigos de la milonga. Y eso me parece mal, porque hay que respetarlos: no hablar ni masticar chicle mientras se baila, sacar a bailar cabeceando, circular en la pista en el sentido contrario a las agujas del reloj, ir bien vestido.
Al la disco, dice, fue cinco veces. Contadas.
–No me gustó. Yo estoy acostumbrado a que las mujeres me salgan a bailar cuando las cabeceo, y ahí no podía hacer eso ni loco.
De abuelos y de nietos
Cómo es la vida, habrá pensado Carla hace siete años, cuando tomó su primera clase de tango. Cómo es la vida, el abuelo muerto y yo bailando. Carla Marano, bailarina clásica y contemporánea desde muy temprano, tenía un abuelo –Eliseo López– que bailaba el tango. Muy mal. –Era una tabla, pero sentía que las letras de los tangos le habían pasado todas a él.
Se ríe. Ella, que descubrió que existía este baile siete meses después de la muerte de Eliseo.
–Y pensé: Esta me la manda mi abuelo. A veces pienso que al tango entré de vaga que soy, me encantó que me dijeran lo que tenía que hacer y no tener que pensar los movimientos. En la clase de danza contemporánea decían improvisación y nunca se me ocurría nada. Llego a la clase de tango y me dicen: Vos tenés que seguir al hombre. Yo dije chau, cómo no encontré esto antes.
Hoy da clases en La Galería del Tango, forma parte de Tango Discovery y es, además, una de las profesoras pioneras en La Viruta. Ella puede ser ácida tupido con las imposturas del chan chan. –La onda tradicional a mí no me va. Me gusta más la cosa informal. Al principio mis amigas decían: Pero, ¿tango bailás? Después se dieron cuenta de que hay gente joven que en lugar de bailar tecno bailamos tango y que se da una cosa más copada, en el nivel social, que la que se da en el boliche. Cuando empecé con Tango Discovery, mi baile cambió por completo. Lo que queremos es formar un grupo de gente y que cada uno trabaje independientemente para enseñar en la manera en que nosotros enseñamos. Lo que hacemos es bastante distinto de un tango tradicional, ya desde la ropa que uno se pone para salir a bailar o para hacer una exhibición. No es que voy a salir en jeans y zapatillas, pero tampoco con la gomina, la media de red, el vestido. Es miércoles. Son las dos y media de la mañana. En la pista un chico alto, psicólogo, bombachas de campo, zapatillas con cámara de aire, baila con una pelirroja cremosa, enervante. Ella mueve esa mano ahí, en la nuca de él, con lujuria cansada. Es un gesto para después de algo que nunca fue hecho. El tango termina. No queda un solo mantel sobre las mesas. Apenas tres mujeres en la barra, y un mozo. Las luces se encienden, una llamarada incómoda, fluorescente.
La chica y el chico se sonríen.
No. No se van juntos.
Pero a veces, sí.
Para bailar, para aprender
He aquí, día por día, el circuito de milongas por el que circulan los bailarines más jóvenes.
Lunes: Parakultural en Salón Canning (Scalabrini Ortiz 1331, 4342-4794/ 4832-6753).
Martes: Parakultural en La Catedral (Sarmiento 4006, timbre 5, 4342-4794).
Miércoles: La Nacional (Alsina 1465, 4307-0146), La Viruta (Armenia 1336, 4774-6357).
Jueves: Niño Bien (Humberto I 1462, 154147-8687), El Sótano (J. D. Perón 1372).
Viernes: Torquato Tasso (Defensa 1575, 4307-6506), La Viruta, Parakultural en Salón. Canning, La Calesita (al aire libre, Comodoro Rivadavia 1350, 4744-5187).
Sábado: La Calesita, La Viruta, Torquato Tasso.
Domingo: La Viruta, Glorieta de Barrancas de Belgrano (11 de Septiembre 1900), Torquato Tasso. En todos los sitios mencionados anteriormente, y en los que se enumeran a continuación, se pueden tomar clases.
Centro Cultural Torquato Tasso: Lucas y Paula (4652-9206 4227-4964).
Cochabamba 444: Gustavo Naveira (4361-9050).
Estudio Mora Godoy: 4964-0254.
Galería del Tango: Tango Discovery (15-4051-1562/4523-9756). http://www.tangodiscovery.com .
La Casa del Tango: Damián y Nancy: (4832-3789)
Cita con el tango
Buenos Aires pasó un verano atiborrado de tango. El 4 de enero se inauguró el Primer Campeonato Metropolitano de Tango de Salón con Estilo y Elegancia, y desde el 15 de febrero último al 9 de este mes se realizó el IV Festival Buenos Aires Tango, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Juran que, además, en julio póximo se realizará el Primer Campeonato Mundial de Tango en Buenos Aires. Ahora, desde el 17 hasta el 24 del actual, Fabián Salas, por medio de Cosmotango, organiza CITA 2002, el Cuarto Congreso Internacional de Tango Argentino, la mayor reunión de maestros de tango en el nivel mundial. Doce parejas de profesores de todos los estilos dictarán más de 120 clases. Cada noche, en diferentes milongas, habrá espectáculos y exhibiciones con orquestas en vivo (Color Tango, Los Reyes del Tango, La Nacional, Los Cosos de al Lao). La apertura del congreso se hará en Niño Bien, el 17, a las 22. El martes 19, a las 22, en el Paseo La Plaza, y el jueves 21, a las 22, en el Salón Canning, se hará el espectáculo Los maestros, en el que bailarán parejas de profesores con orquesta en vivo. El domingo 24, en Niño Bien, se hará el cierre con un homenaje a Carmencita Calderón y Juan Carlos Copes, con baile de cierre y entrega de diplomas. Para informes e inscripción, hay que llamar a la milonga Cochabamba, 4361-9050, de lunes a viernes, de 13 a 17. También se puede enviar un mail a cosmotango2002@hotmail.com o consultar la página Web http://www.cosmotango.com