
¿Todo en orden...? Todo bien
¿Qué es el todo? Y fundamentalmente, ¿qué es el orden o, como quien dice, el desorden? ¿Una pregunta que supone que nada, pero nada, está en orden?
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En los últimos meses, cada vez que fui a una reunión grande o pequeña, me llamó poderosamente la atención una nueva forma de salutación y de interés por el prójimo que hemos adoptado. Una curiosa fórmula que, sospecho, debe haberse puesto de moda: "¿Todo en orden?" Una expresión que hizo olvidar al "Hola, ¿cómo estás?", que obligó a distanciarse del "¿Qué hacés? ¿Cómo te va?", que sepultó al típico "¿Qué me contás de nuevo?" e incluso al reciente "¿Todo bien?", que confieso usar bastante.
Sin embargo, en esos encuentros sociales, encontrarme con la reiteración del "¿Todo en orden?", pronunciado con un tono entre ambiguo y socarrón, me llevó a pensar en el todo. O sea en la nada. Y fundamentalmente en el orden o, como quien dice, en el desorden. Una inicial conclusión: quien lo usa, y mucho, no lo hace únicamente impulsado por la ironía. Lo que está reclamando como respuesta es que se le reasegure que nada, pero nada, está en desorden. En cualquier caso, el interrogante "¿Todo en orden?", casi nunca origina en el interlocutor respuestas extensas, comprometidas, por completo sinceras, sino, más bien, una actitud zafadora, banal, de pura formalidad. Es que un "¿Todo en orden, ché?" exige, anticipadamente, la respuesta "Sí ". Mejor no nos pongamos a contar penuria alguna porque, en el fondo, no hay deseo de enterarse de nada.
Las dudas son varias. ¿A qué zona del orden real estará referida la inquietud?; ¿al complejo orden del universo, al orden del destino, al orden de las finanzas, al orden del corazón o al complicadísimo orden de los cajones? Nadie que pregunte "¿Todo en orden?" estará demandando de su interlocutor que diga la verdad, toda la verdad y sólo la verdad, porque cualquiera sabe que prácticamente todo está en virtual desorden.
"¿Todo en orden?" supone en estos tiempos de vacas flacas del afecto respuestas breves, superficiales, como para no poner en crisis la muchas veces frívola convivencia social. Hagamos la siguiente prueba: interferir a un "¿Todo en orden?", con un temible "¿Querés que te cuente?" Allí se verificará con qué espantada mueca recibe la contrapropuesta el presunto curioso. Esa que ha puesto es cara de "Pero qué cosa. Me entendió mal. Yo simplemente le pregunté si todo estaba en orden". Habrá que tranquilizarlo y decirle que sólo se trataba de una bromita, que no será necesario que nos escuche y que, además, somos argentinos, vivimos aquí y sabemos el verdadero tamaño de nuestro desorden. Que es tan grande, que está en todos.
En el curso del año anterior, los hijos del presidente estuvieron en nuestras preocupaciones, uno por el noviazgo con una famosa cantante y el otro por una afección laríngea que lo mantuvo internado durante unos cuantos días. Al salir del sanatorio, el más joven de los De la Rúa respondió a los periodistas que se preocuparon por su estado de salud diciéndoles: "Está todo bien". Expresión prototípica de los años de la crisis, el "Está todo bien" no es una falaz adaptación del carnavalesco "Todo bien" brasileño ni una veloz apropiación de la caribeña forma de ser "La vida es un carnaval". A muchos momentos aciagos se los trata de disimular mediante este muchachista (nada que ver con Chacho Alvarez) "Todo bien". En esos momentos se responde apelando al "Todo okey", "Todo de diez" y el espectacular "Todo tranqui", válido aunque acabemos de protagonizar una película de terror.
Es más que curioso que en tiempos en que casi todo trastabilla y está puesto patas para arriba, haya una especie de perentoria y creciente exigencia de orden, serenidad y buen pasar. Hace años que transitamos en el borde del orden, que habitamos precariamente el margen de la bonanza y nos instalamos en las cumbres de la crispación. Por todo eso, la moda del "Todo en orden" y del "Todo bien" suena a nueva y lograda parodia argentina cuyo remate bien podría ser un gag del exitoso programa de televisión Todo por dos pesos, cuando Diego Capusotto exclama, como si dijera "buehhh, da lo mismo": "Está bieeeeeeeen". Dicho justo en el momento en que el personaje pasa vergüenza, la realidad anonada y el cartón pintado de la escenografía se deshace a pedazos.





