
Tomar el timón
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Señor Sinay:
Viktor Frankl, en su libro "El hombre en busca del sentido", dice que cuando uno pierde la fe está perdido, y que todo siempre tiene un sentido. El sufrimiento también lo tiene, y vale preguntarse cuestiones y cosas que pasan en nuestro interior y/o exterior. Pienso que la gente muchas veces se margina a sí misma. Por ejemplo, si una persona quiere estudiar determinada carrera, puede recibir consejos buenos sobre la misma; pero si le dicen "no te veo para eso", lo más probable es que no la siga. Si a una persona le dicen "esa ropa te queda mal", lo más probable es que no la use. Ese tipo de cosas llevan a sentirse mal con uno mismo, y pasan aun teniendo la mejor personalidad del mundo. Pienso que cuestionar estas cosas quizá nos lleve a darnos cuenta de la razón de muchos sufrimientos.
Leila Ubierna
La automarginación, que nuestra amiga Leila detecta como conducta habitual en la sociedad, es prima hermana de la autocompasión. Ambas suelen funcionar como profecías autocumplidas. Hay quien cree que, en determinado círculo o actividad, será marginado y, como consecuencia, empieza por excluirse de esos ámbitos. Su "intuición", entonces, se confirma. Otras personas siguen al pie de la letra la opinión de un tercero y se privan de concurrir a un lugar, de aceptar un trabajo, de afrontar un desafío, de seguir una carrera, de vivir una experiencia. Eso es la automarginación. La autocompasión, por su parte, se expresa en el sentimiento de lástima por uno mismo, en la sensación de haber sido elegido por el destino para convertirlo en el último de los infelices. Se manifiesta en frases o pensamientos del tipo "todas me pasan a mí", "nadie puede entender mi sufrimiento" o "se la agarran siempre conmigo".
En ambas actitudes anima un propósito: recibir la atención de los demás, ser tenido en cuenta. Es una intención legítima; todos necesitamos ser registrados, reconocidos; la alienación nos enferma. El automarginado cree que será notado por su ausencia o que, si se anticipa a la supuesta negativa de los otros a aceptarlo o incluirlo, será recompensado con cariño por su "sacrificio". Respecto de la autocompasión, viene al caso una reflexión del rabino Harold Kushner en Cuando la vida te decepciona: "He conocido gente que disfruta estando enferma o sufriendo porque eso le brinda la atención y los cuidados que busca. Es una manera perversa de validar su necesidad de sentirse especial". Quizá no sea perverso, como dice Kushner, pero es, sí, un modo ignorante. Esa persona desconoce o descree de sus méritos para ser querida por sí misma y cree que sólo lo será si sufre. Y para ello debe invalidarse.
El automarginado y el autocompasivo usan estas condiciones como autopistas que los depositan lejos de la responsabilidad. Quien dice que no fue porque no lo dejarían entrar, que cambió su ropa porque a otro no le gustaba, que no estudió tal carrera porque le dijeron que no era para él (o ella), está desligándose de su responsabilidad sobre su propia vida. Lo mismo hace quien estimula la conmiseración de los otros hacia él o hace gala de su lástima por sí mismo. El filósofo, psiquiatra y teólogo alemán Karl Jaspers (1883-1969) sostenía que el ser humano es, desde su nacimiento, "un ser decisivo". Un ser que toma decisiones. Y Víktor Frankl, a quien Leila convoca, decía que el humano es el único ser que trasciende todos los condicionamientos a través de la decisión y la responsabilidad (es decir, su respuesta ante las situaciones y el asumir las consecuencias de esa respuesta). El automarginado o el autocompasivo podrán argumentar que en las circunstancias que viven no están libres para ejercer esa responsabilidad. Pero no se trata de "estar" libre, lo cual es siempre una ilusión y una condición pasiva, sino de ser libre, que es el resultado de las propias decisiones y de adjudicarse sus secuelas.
Nadie puede asegurar que no será marginado o que no sufrirá. Esto es parte de los condicionamientos inalienables de la vida. Es entonces cuando cobra todo su sentido un antiguo poema anónimo alemán que dice: El viento y las olas son del Señor/ Pero las velas y el timón/ que os conducen a puerto/ son vuestros. Con frecuencia no son las circunstancias las culpables, sino nosotros los responsables. Advertir esto nos devuelve un poder delegado. Lo que sigue, como siempre, depende de nosotros, de nuestra voluntad de sentido. De navegar por la vida tomando el timón.
El autor responde cada domingo en esta pagina inquietudes y reflexiones sobre cuestiones relacionadas con nuestra manera de vivir, de vincularnos y de afrontar hoy los temas existenciales. Se solicita no exceder los 1000 caracteres.
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