Tratamientos de celebrity para combatir la crisis de los 40
Una cronista se propone visitar por primera vez en su vida los espacios que prometen belleza y juventud (exprés)
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Tres días antes de cumplir los 39, pisé por primera vez un centro de estética. Cualquier similitud con una crisis anticipada de los 40 no es pura coincidencia. Pero para ser honesta, además de la expectativa por aumentar la autoestima frente al inminente cambio de década (todavía falta un año, pero no está mal anticiparse un poco) y la próxima temporada estival, también me movilizó la curiosidad por conocer desde adentro estos espacios que prometen belleza y juventud (exprés, porque todo se reduce a un puñado de sesiones) y donde las mujeres vamos a buscar o a reencontrarnos con nuestra mejor versión mediante procedimientos poco o nada invasivos.
La propuesta era tentadora: hacer el tratamiento que hacen las celebrities, esas mujeres que lucen espléndidas a sólo un mes de dar a luz (por experiencia propia sabemos que eso es prácticamente imposible) o que repiten, casi como un mantra antiage, sentirse mejor a sus 40 que a sus veinte. En una época donde la belleza y la juventud gozan de una alta valoración social, admitir que una no se siente ni bella ni joven y no hace nada por serlo o parecerlo es, como mínimo, contracultural. "Me siento fea, gorda y vieja", declaró hace semanas la actriz Érica Rivas, en un acto de sinceridad (algunos lo llamaron sincericidio) que varios criticaron y muchos aplaudieron. Sus palabras fueron un tiro directo al paradigma la de belleza moderno. "¿Con todas las posibilidades de tratamientos que hay y a los que seguramente puede acceder dice esto?", se indignaba una de las tantas haters que abundan en el ciberespacio. Como si la abundancia de opciones para "estar bien" no admitiera este tipo de arrebatos de franqueza.
A nadie se le ocurre ocultar hoy que va a tratar sus adiposidades localizadas o a reducir centímetros o borrar arrugas en algún centro especializado: por el contrario contar y mostrar los avances y resultados logrados es comunicarle al resto del mundo (léase los miles, cientos o decenas de seguidores en redes sociales) que una no está dispuesta a perder la guerra personal contra el paso del tiempo. O, en todo caso, que va a darle batalla.
Lo mío, más que contracultura, se llama escepticismo. Si en casi 39 años de vida no había pisado un centro de estética no era porque me negara a estar mejor. Simplemente no creía que podía lograrlo. Mientras ingresaba por primera vez a una coqueta planta baja de un señorial edificio de Recoleta, donde funciona BACE, el centro de estética preferido de las celebrities, me preguntaba si esta incursión valdría la pena. Se trataba de empezar un tratamiento de, como mínimo, 10 sesiones. Y eso chocaba con mis expectativas de lograr resultados exprés, en dos o tres visitas como mucho. "Es lo mínimo para que funcione", me dijo Priscila Dzigciot, dermatóloga y directora médica de BACE que fue quien me recibió para hacerme la evaluación, indicarme el tratamiento y tomarme las medidas. Me gustó su sinceridad, aunque iba en contra de mis deseos de resultados inmediatos. "Y acá no se trabaja por zonas. Es una propuesta integral", volvió a marcar diferencias con los demás centros de belleza.
Más que la cantidad de sesiones, lo que más me preocupaba era la duración de cada una: tenía que disponer de al menos 2 horas cada vez que iba. Lo primero que pensé es "no tengo ese tiempo". Y lo segundo, "¿cómo hacen las demás?" Pero enseguida mi atención se fijó en las imágenes proyectadas sobre una pared blanca. La China Suárez, María Vázquez, Brenda Gandini, Emilia Attias, Mery del Cerro y demás exponentes de la belleza local que adoptaron el centro como lugar de referencia para estar bien (en realidad para lucir mejor) bajaban el mensaje que necesitaba: vale la pena el intento.
Y así, con algunas dudas y con renovado entusiasmo empecé con el programa de reducción que consistía en cuatro tratamientos combinados: el Tri-Action, el preferido y más requerido de las habitués del centro que mide el nivel de líquido, grasa y celulitis de la paciente e indica cuál de sus 27 programas es el indicado; el Termoslim, que son unas bandas de calor que envuelven el cuerpo y sirven para reducir; los famosos y populares contractores para terminar con un suave drenaje en las zonas tratadas. Es decir: todo un arsenal tecnológico de última generación para tratar de combatir celulitis y adiposidades localizadas, reducir centímetros y mejorar la apariencia de la piel. La batalla librada sobre mi cuerpo de cuatro décadas, que atravesó dos embarazos y algún que otro maltrato alimenticio estaba por comenzar. ¿Podré soportar semejante avance sobre mis piernas, cadera, cintura, abdomen?
Por suerte para mí, el arsenal utilizado resultó ser indoloro y hasta placentero, especialmente cuando recibía el calor abrasador del Termoslim o el suave masaje del drenaje. Con los contractores, en cambio, tenía mis reparos. Había escuchado historias de mujeres que lloraban en silencio mientras soportaban estoicas el impulso eléctrico del contractor y otras que directamente se rendían y desertaban ante semejante poder de fuego. Un mito estético que al fin se me cayó.
Cuando promediaba el tratamiento, llegó el momento de probar el famoso frío para eliminar la grasa localizada que hace un par de años se ganó el lugar de preferencia entre las mujeres. Después de un mes y medio de batallar, debo admitir que perdí. No sólo perdí centímetros en los lugares más difíciles del territorio corporal que suelen contar con la complicidad de algunas grasas rebeldes. También perdí parte de ese escepticismo con el que empecé el tratamiento. Y digo parte porque todavía me falta comprobar si los resultados se mantienen el tiempo.
Por lo pronto, hace un tiempo comencé a notar que mi cuerpo está atravesando un cierto grado de abstinencia que debo aprender manejar. Es algo físico, pero sobre todo emocional. Porque esa otra batalla es mucho más difícil de ganar. La prueba de fuego, la verdaderamente importante, es aprender a aceptarse. Y acá no hay aparatología que valga.
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