Alba Acosta siempre había soñado con ser madre, algo que comenzó a proyectar con más fuerza a sus 36 años cuando conoció a su compañero de vida, aquel hombre con el que sintió que deseaba formar una familia. Agradecida por la llegada del amor supuso que a partir de entonces todo sería sencillo; lejos estaba de imaginar que el universo le deparaba una gran sorpresa y un largo camino colmado de enormes desafíos. "Por aquella época, ambos teníamos nuestros respectivos trabajos, amábamos viajar y sentimos que era el momento de ser padres, pero ese deseo se convirtió en una larga espera cargada de ansiedades y miedos que no ayudaron mucho, hasta ese día en el que vi esas dos rayitas; la noticia de mi vida", cuenta con gran emoción.
A las siete semanas llegó la primera ecografía. Alba todavía recuerda el rostro del médico y su tono de voz que escondía cierta picardía. "Tengo dos noticias para darte, una muy buena y la otra mmmm", le dijo bromeando y entre risas. Y entonces le confirmó que sí, que estaba embarazadísima y que eran dos. "¿Es broma?", "No, mirá, acá podés ver las dos bolsitas", le contestó él, al tiempo que la instó a escuchar los latidos de sus corazoncitos.
"Me largué a llorar sin parar, fue un momento mágico", rememora Alba, "Ese día había ido sola por motivos laborales de mi pareja y como si fuera poco me había olvidado el celular. Tenía una emoción inmensa que no pude compartir hasta llegar a casa. Cuando llamé a mi marido le pregunté si estaba sentado y él no podía salir de su asombro. Probablemente haya sucedido porque vengo de familia con historial de mellizos. Nos emocionamos muchísimo".
Solo hay que llevar amor
El embarazo siguió su curso hasta el arribo de los ansiados tres meses, momento en el cual un nuevo panorama emergió ante ellos. Una de las ecografías indicaba la presencia de un hematoma retrocorial, lo que significaba un embarazo de muy alto riesgo y reposo absoluto. Para entonces, el matrimonio supo que Maia estaba en camino, mientras que el otro sexo no se dejaba ver. "Mi felicidad seguía siendo absoluta. Me sentía muy bien salvo cuando veía a la obstetra, que me bajaba a la realidad y me señalaba la importancia del reposo".
Entre las ilusiones y la precaución, un día Alba sintió molestias inusuales, fue a una consulta de urgencia y le anunciaron que sus bebés nacerían aquel día. De pronto, toda su tranquilidad usual se esfumó en un segundo y una ola de nervios la acaparó por completo. "Era la semana 32. Lo que sucedió es que Maia quiso salir al mundo y Nelu (Nélida) no le quedó otra que acompañarla. No habíamos preparado nada. Más adelante comprendí que, allí a donde iríamos, lo único que había que llevar era el amor de padre y madre".
Las mellizas nacieron el 6 de febrero del 2017, con un peso de 1340 y 1240 gramos, entraban en las dos manos y el espacio sobraba. Alba apenas las pudo ver cuando nacieron, estaban muy prematuras y fueron inmediatamente trasladadas a neonatología. Tampoco Orlando pudo ir, era una situación de riesgo y ellas se dirigían a una instancia de terapia intensiva. Mientras tanto, Alba permanecía sedada.
"Mi marido estuvo 3 horas interminables sin saber nada y, cuando por fin supo algo, las noticias no fueron gratas", evoca la madre conmovida, "El pronóstico era poco alentador, Nélida tenía dificultades pulmonares, ya que no habían madurado, y si pasaba la noche era un milagro. Maia tenía riesgos y su intestino sin su desarrollo completo, pero se encontraba más estable. La angustia que pasamos fue extrema. El médico pasó a verme y trató de explicarme de una forma muy técnica lo que estaba pasando. Yo me quedé con la frase de que iban hacer todo lo que estuviera a su alcance. También nos contó que los chicos en neo no se comportan como en una línea recta de mejora constante, sino que puede haber dos días seguidos buenos y uno malo. Seis horas después, me anunció que, si podía caminar, me permitían ir a verlas".
Un nuevo mundo
A partir de allí, comenzó un nuevo capítulo en la historia de Alba, Orlando, Maia y Nélida. Un proceso duro rodeado por normas rígidas que impactaron al matrimonio: "Al principio a uno le choca, pero después, al ver la complejidad de lugar, uno entiende o intenta hacerlo".
Los partes se daban de lunes a viernes a las 12 del mediodía y los fines de semana o feriados a las 9 de la mañana, momentos clave para sumar esa esperanza que los acompañaba todo el día. La primera vez que la pareja ingresó para ver a sus hijas se encontró ante un mundo totalmente extraño, lleno de incubadoras con niños, cables y alarmas sonando por todos lados; padres sonrientes, otros con rostros sumamente angustiados y aquellos que delataban largas noches en vela a la espera de esa reacción que no llegaba. Y allí estaban ellas y la emoción fue indescriptible, Nélida se hallaba en una cuna de mayor complejidad ubicada al fondo, cableada y entubada; apenas se la podía ver.
"Se nos acercó la enfermera y nos dijo que podíamos tocarlas en las piernas nada más y solo apoyarles la mano (no acariciarlas porque eso estimula y gastan energía, justo lo que no quieren en esta etapa). Maia estaba estable. Tuvieron una simbiosis entre ellas: si una descendía esos 5 gramos que tanto nos costó sumar, al otro día lo mismo le pasaba a la hermana", explica Alba. "Pero a lo largo de los días descubrimos un mundo lleno de contención, de buena compañía entre padres; de a poco te vas conociendo y en algunos casos seguimos en contacto. Historias en su mayoría buenas, pero otras muy tristes y fuertes", continúa.
El matrimonio supo que ante ellos los esperaba uno o dos meses en donde su hogar sería aquel universo. Al comienzo, las bebas tuvieron que sortear constantes obstáculos característicos de las primeras dos semanas, hasta que llegó aquel hermoso día en el que fueron trasladadas hasta otra región de neonatología, algo que indicaba que se hallaban por fuera de la zona de peligro.
Las recién nacidas llegaron a pesar 1100 gramos, que según el médico era normal que sucediera, pero aun así les advirtió que ese era el mínimo: si bajaban aún más, el panorama volvería a ser grave. "Pero las mellis le pusieron garra", asegura Alba, "Desde el comienzo mostraron un carácter fuerte las dos, ¡allí las llamaban las fieras!, desde aquel día del mínimo comenzaron a subir sin retroceso. Los últimos quince fueron complejos, porque si agarraban bien la succión por mamadera sabíamos que nos íbamos a casa. Yo ya no contaba más con leche materna, por el estrés y la falta de succión no tenía lo suficiente, aunque tuve la satisfacción de que el primer mes pudieran alimentarse con la mía".
Un nuevo comienzo
El 10 de abril, Alba y Orlando recibieron la noticia de que podían irse a casa, sin llevarse demasiadas indicaciones, más que el hecho de que estuvieran siempre atentos a todo. Juntos lloraron de felicidad, por fin podrían entregarse a la emoción plena de ser padres. Ante ellos, amaneció un nuevo comienzo.
"El primer día en casa nos sentimos muy afortunados, pero al mismo tiempo el miedo tomó por momentos protagonismo", confiesa Alba, "En ese entorno existían otros riesgos potenciales, pero gracias a mi compañero de vida todo fue más simple. Formamos un gran equipo; ser mamá de mellizos se trata de organizarse, pero ellas ayudan mucho en eso, se acompañan y aparte son buenas, dulces y picaronas de mucho carácter", ríe.
Al matrimonio, su experiencia de vida le regaló un sinfín de grandes enseñanzas, que incluyen la humildad y el hecho de que lo último que hay que hacer en esta existencia es rendirse. "Hoy, mis hijas ya tienen dos años y medio y los problemas continúan (en especial motrices). Pero a pesar de todo, ellas cada día nos dan el ejemplo y nos recuerdan que ante cualquier flaqueo o desgano, los brazos no hay que bajarlos nunca, que la vida es hermosa, que la felicidad son momentos y que en equipo todo se aliviana y se simplifica. Me siento bendecida por ser la madre de dos seres con un espíritu guerrero, portadoras de tanta sabiduría", concluye con una gran sonrisa.
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