Un día de entrenamiento con ex convictos
Una cronista probó una clase de Con Body, el método creado por un preso en una celda de aislamiento que es furor en los Estados Unidos
NUEVA YORK.-Estoy con dos ex convictos cuando empiezan a sonar las sirenas. La policía corta el tráfico alrededor del edificio donde estamos, incluso se despliegan unidades especiales como se ven en las películas. Jamal y Coss, sin embargo, ni se inmutan. Estamos en la Quinta Avenida a metros de la Trump Tower y me explican que, simplemente, esta pasando el presidente de regreso de la ONU a su departamento en la Gran Manzana.
"Lo único que nos preocupa es que, con el cierre de calles, a nuestros alumnos se les complique llegar a clase", confiesa Coss. "¡Que dejen esos taxis y que vengan caminando", sentencia, en cambio, el gigantesco Jamal, que no está para excusas de endebles neoyorquinos.
Mi encuentro con Coss y Jamal se debe a que decidí ir a probar Con Body, unas clases de gimnasia durísimas estilo militar dirigidas por quienes estaban tras las rejas hasta hace poco, y que son la sensación del momento.
Con Body tiene su sede central en un sótano casi escondido en el Lower East Side, pero se está volviendo tan de culto que Saks Fifth Avenue le hizo un espacio -que reproduce la estética de la cárcel- en su edificio entre la ropa, las pieles y los perfumes.
La estrategia es así atraer a la tienda departamental vecina a Trump a los trendsetters e influencers de la nueva generación que ya ven como demodé todo lo que sea ejercicios con máquinas sofisticadas, profesores lindos y comprensivos, espacios cálidos y/o algún toque de filosofía oriental.
"Lo que nuestros clientes quieren es que les demos pela", (algo así como que les demos leña) sintetiza Coss Marte en un castellano con fuerte acento dominicano.
Marte es el fundador de Con Body, ("con" está elocuentemente derivado de "convicto", y "body" de cuerpo) que la revista Fast Company ya bautizó "el nuevo imperio del fitness".
Coss creció en el Lower East Side de Manhattan, hijo de una inmigrante que hablaba poco inglés y rodeado de drogas. "Yo sólo quería ser rico y salir de allí", resume. Empezó vendiendo marihuana en la esquina y, para los 23 años, cuando fue arrestado y sentenciado a siete años de cárcel, ya era uno de los millonarios reyes de la cocaína de la zona.
Con una altura de 1,72 y 114 kilos Coss era, también, un candidato al infarto. Así le dijo el médico que lo revisó en la cárcel -el primero que Marte veía en mucho tiempo-. Marte también se dio cuenta de que, aunque el corazón resistiese, sin nada de fuerza en su físico le iba a ser difícil sobrevivir a guardias y otros potencialmente violentos prisioneros en la célebre Rikers Island.
"Empecé haciendo saltos de tijera en mi celda. De a poco fui agregando otros ejercicios conocidos y algunos que se me ocurrían, en un espacio de dos por tres metros y usando nada más que mi cuerpo. En seis meses había perdido 30 kilos", resume.
Pronto se volvió muy popular dentro de la cárcel. Otros presos débiles y obesos empezaron a pedirle que los ayudase, y para cuando salió de prisión tenía claro que quería transformar esa capacidad en un negocio y una forma de reinserción.
Luego de ganar varios concursos para emprendedores y con una campaña en kickstarter consiguió 200 mil dólares para lanzar su sueño. Nadie le quería alquilar un local a un ex convicto hasta que, exactamente en la esquina donde había comenzado a vender marihuana de niño, encontró un edificio cuya dueña era una budista que creía en las segundas oportunidades y le alquiló el sótano.
Para conseguir clientes empezó a repartir volantes por la calle. La prensa levantó su historia, no sólo The New York Times y CNN sino que hasta en Saturday Night Live se habló sobre él. Hoy varias de las clases de Con Body tienen lista de espera y Saks es el puntapié inicial de un proyecto de expansión por distintos puntos de la ciudad.
"Quiero ir con cuidado, pero tengo pedidos incluso de otros países -dice Coss, que por estos días también da charlas TED- .Estuve viajando mucho a hoteles de lujo en el Caribe que me piden que les arme estas clases de gimnasia para sus huéspedes". El target allí, me explica, son aquellos huéspedes que no quieren pasar todo el día recibiendo masajes relajantes bajo una palmera. Muchos están superentrenados con la moda del Iron Man y demás, y quieren poner a prueba los límites de su cuerpo.
En las clases de la ciudad, la mayor parte del alumnado son mujeres, aunque en la que esta redactora fue a probar en Saks, además de impecables rubias de cuerpo fibroso y las últimas calzas de moda, había varios muchachos relativamente musculosos con camisetas que anunciaban que habían participado en los desafíos corporativos de resistencia física de ciertos bancos y fondos de inversión vecinos donde muy probablemente trabajan.
"Nuestro público en Downtown es más mezclado en lo socioeconómico, y más complaciente -me reconoce el recepcionista, Jamal Campbell, que salió en libertad en mayo último, tras ocho años por robo-. Pero todo el mundo saca partido de nuestras clases".
La clave, me explica el instructor que me toca, Chris Kennedy, que pasó su vida entrando y saliendo de la cárcel por peleas callejeras, es que el lema de ellos es no judgements: aquí no se emiten juicios de valor. Los ejercicios son bastante básicos, consisten sobre todo en repeticiones brutales de sentadillas, flexiones, arremetidas y resistencia. Algunos de los guiños que hacen especiales las clases son, por ejemplo, que al igual que en la cárcel te asignan un compañero que es el responsable de que completes las rutinas. Luego el profesor juega con un mazo de cartas (algunas de las cuales representan ejercicios específicos) y el azar decide cuáles se agregan, se multiplican o se repiten. Coss también incentiva a que los profesores no cuenten las repeticiones, que decidan cuándo empiezan o terminan mirando a su reloj. Según explica, si los alumnos no están pensando en un número final de repeticiones, pueden forzarse a hacer más casi sin darse cuenta.
"Todos los dias -agrega- nos enfocamos en una parte diferente del cuerpo. Un día en los abdominales, otro en las piernas, otro en los brazos y así".
Cuando me lamento porque nada más pude hacer uno de cada cinco saltos de rana me consuela diciendo que lo único que importa es que la próxima vez pueda hacer dos de cada cinco. Además, en la clase rodeada de alambre de púas no hay espejos, así que no hay nadie con quien compararse ni competir. Y la música a todo volumen (obviamente gangsta rap o rap tumbero) lo hace, aún para alguien totalmente ajeno al mundo de la gimnasia como yo, muy divertido.
La otra ventaja del Con Body es que, como no se usa ningún aparato, se puede hacer desde la casa o la oficina vía un servicio online a cinco dólares por mes, al cual ya se inscribieron personas desde 22 países.
Y como muchos de los ex convictos con los que trabaja son latinos, Coss, quien está ayudando en las cárceles para que los presos puedan salir con certificados de entrenadores personales, fácilmente ve una expansión de sus sistema al español.
Aunque Con Body se puede ver como una forma de casi banalizar la experiencia de estar preso, no sólo hay un trabajo social verdadero de fondo sino que los profesores dicen que el merchandising alegórico que se vende en los gimnasios hasta les sirve como gentil recordatorio de aquel lugar al cual no quieren volver. "No sabés lo agradecidos que están todos nuestros profesores de tener una oportunidad, y las ganas y el entusiasmo que tienen por trabajar", subraya Coss. Y los alumnos lo sienten: a pesar del caos de tráfico total de la zona, ninguno llegó ni siquiera tarde a clase.