Werner Herzog tuvo que mentir para entrar a Colombia. Fue a principios de marzo, pocos días antes de que se decretara la cuarentena que obligó a suspender la sexagésima edición del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, uno de los más prestigiosos del continente. Cuando el cineasta alemán y su esposa hacían los trámites para ingresar al país, les preguntaron dónde se iban a hospedar. Como no lo sabía, Herzog fue sincero y se lo dijo al agente de inmigraciones. Sin ese dato, le negaban la entrada. Cuando los llevaban a una sala para mandarlos de nuevo para Alemania, Herzog dio media vuelta y dijo: "¡Sofitel! ¡Me acordé! Me habían dicho que íbamos a quedarnos en el Sofitel". Y así, con esa mentira piadosa, sorteó el escollo burocrático.
"En todo el mundo hay un Sofitel", dice Herzog, y provoca risa entre los 200 privilegiados que escuchamos su masterclass en el patio de Cooperación Española, en el que será uno de los últimos eventos masivos en Colombia (y en buena parte del mundo), por efecto de la pandemia. En esa charla pública, conducida por la actriz Natalia Reyes y su amigo Salvo Basile, actor, director y productor italiano, Herzog cuenta que eso es parte de lo que explica en sus seminarios: cómo falsificar documentos para agilizar filmaciones y algunos trucos para aprender el arte de forzar cerraduras.
Su método, con el que ha dictado clases en buena parte de América Latina y otros puntos del continente, es una especie de manifiesto: "The Rogue Film School no enseñará nada técnico relacionado con la realización de películas. Para ello, inscríbase en su escuela de cine local. The Rogue Film School trata sobre una forma de vida, sobre un clima, y la emoción que hace posible el cine. La experiencia incluye poesía, cine, música, imágenes, literatura. El eje de los seminarios será un diálogo con Werner Herzog, en el que los participantes tendrán voz con sus proyectos, sus preguntas, sus aspiraciones".
A los 77 años, Herzog es uno de los cineastas más prestigiosos del mundo. Fue uno de los fundadores del Nuevo Cine Alemán, junto con colegas como Rainer Werner Fassbinder y Wim Wenders. Lo sostiene una obra prolífica y ecléctica, con picos como Aguirre, la ira de Dios (1972), El enigma de Kaspar Hauser (1974), Fitzcarraldo (1982) y Grizzly Man (2005), entre más de 60 films.
"El denominador común de casi todas mis películas es una visión del mundo, como si el eco de mis experiencias en la selva virgen saliera a la luz", explica Herzog, que a sus 77 años se mantiene activo.
"Es un director que supo extraer de su extraterritorialidad un método", dice Eduardo Russo, director del Doctorado en Artes de la Facultad de Artes de la Universidad de La Plata y crítico cinematográfico. "Y encarna como pocos un concepto de independencia que le permite negociar sin transigir, haciendo que cada película suya sea como una declaración sobre lo que él entiende que es el cine. Su locura lo mantiene como atemporal. Es una mezcla de control y exceso que nunca defrauda. Incluso en las películas que no le salen muy bien, el tipo se juega entero, y eso se nota. No hace concesiones, y tiene un trato permanente con cineastas jóvenes".
A la edad en que muchos piensan en el retiro, Herzog se mantiene activo, con una vitalidad que, hasta la irrupción del covid y su impacto global, lo llevaba a viajar por todo el mundo. Su film más reciente, Family Romance LLC, tuvo su estreno online, y está disponible en la plataforma Mubi. Se rodó en Tokio, en apenas un par de semanas. Allí, con actores japoneses con quienes se comunicaba a través de un traductor, hizo gala de su método. "Al momento de dirigir, hay que conocer el corazón del hombre. Reconocer, inmediatamente, el alma de un hombre, una mujer o un chico. Si no comprendés eso, si no podés hacerlo, nunca vas a ser un buen director", explica mientras tomamos un café, junto a un grupo de periodistas, la mañana después de su masterclass.
Los únicos ensayos son en el set, cuando los actores ya están cambiados y metidos en el personaje. "No me gusta ni sobreexplicar, ni sobreensayar. Quizás no sé qué voy a hacer exactamente con la cámara. Empiezo con un pequeño ensayo repasando el texto, viendo qué tipo de movimientos vamos a hacer. Me gusta trabajar sin preparación. Empezar a leer la situación y descubrir cómo la cámara tiene que bailar, dialogando con la coreografía de los actores", explica. De esa manera, Herzog descubre cuál es el movimiento adecuado de la cámara. Tampoco graba demasiadas tomas. "Si después de cuatro tomas que están técnicamente bien la escena no funciona, no es problema de los actores: es un problema del espíritu de esa escena. Inmediatamente reescribo algunas líneas, y trato de modificarla en el momento".
Cine y naturaleza
En Hacia el infierno, su impactante documental sobre los volcanes de 2016 –disponible en Netflix–, Herzog no solo nos sumerge en la historia y las especificidades de las estructuras geológicas, sino que hace de las impactantes imágenes de las erupciones y la actividad de la lava una construcción estética. El registro de la naturaleza como una obra artística. "Muchos de mis films tienen subtextos sobre la gran lucha, una gran batalla que se está desarrollando", explica el director. "Creo que el denominador común de casi todas mis películas es una visión del mundo, como si el eco de mis experiencias en la selva virgen saliera a la luz.Sin embargo, en mi última película, Family Romance LLC, lo único que vas a ver vinculado a la naturaleza son algunas escenas que transcurren en un parque, con cerezos en flor. De algún modo, es una excepción; he hecho algunos films que no tienen nada que ver con la naturaleza ni con la lucha entre ciertas fuerzas de destrucción".
–¿Cuáles son sus motivaciones para filmar un documental?
–Son las mismas que para filmar una película de ficción. Me tropiezo con una historia y siento que es lo suficientemente grande para tener que contarla. Me pasó con Grizzly Man (el documental de 2005 sobre el excéntrico ecologista Timothy Treadwell, que convivió 13 veranos con los osos Grizzly en Alaska), por ejemplo. No tenía ningún plan. No estaba buscando el tema para hacer ninguna película. Estaba reunido por un proyecto totalmente diferente con un productor. Estábamos hablando de otra cosa y yo había apoyado las llaves de mi auto encima de la mesa. Esa mesa estaba muy desordenada, y él pensó que había encontrado algo en medio de todos esos papeles. Pero, les juro, yo estaba buscando unas llaves, no estaba buscando una historia. Y él me dijo que leyera ese proyecto en el que estaban trabajando. Mi casa no está lejos de su oficina. Lo leí enseguida, algo que no hago para nada a menudo, y a los 15 minutos estaba de nuevo en su escritorio. Era el primer artículo que se escribía sobre el tema y ahí me di cuenta de que era una historia tan grande que tenía que contarla. Y me metí de cabeza en el proyecto. En principio, no estaban pensando en que yo fuera el director. Pero no pude evitar involucrarme.
–¿De dónde viene su interés por la naturaleza?
–Las erupciones volcánicas son tan espectaculares en su violencia, en su poder, que son un tema para hacer películas, sin dudas. Con Clive Oppenheimer, el vulcanólogo de Hacia el infierno, acabamos de terminar un film sobre meteoritos. Y con los meteoritos ocurre lo mismo. Es un poder terrible e imprevisible. Y nunca vamos a saber qué va a pasar. Hace 65 millones de años un meteorito impactó con la fuerza de millones de bombas atómicas. Es inconcebible. Y, por supuesto, podemos describir e imaginar qué pasó en ese momento. Lo mismo pasa con el coronavirus. Sale de algún lado y es un peligro para la civilización.
Al momento de dirigir, hay que conocer el corazón del hombre. Reconocer, inmediatamente, el alma de un hombre, una mujer o un chico. Si no comprendés eso, nunca vas a ser un buen director.
–¿Haría un documental sobre el covid-19?
–No tengo demasiado para decir sobre el coronavirus. Es una situación fluctuante. Quizás se vuelva algo mucho más grande, y seguramente habrá 200 proyectos de films pronto. No tengo la necesidad de hacer otro. Es una situación especial. Lo más interesante del virus es que ataca a todos por igual. Que lo haya tenido Tom Hanks, por ejemplo. Eso nos iguala.
–¿Tiene la fantasía de ir al espacio?
–Me encantaría ir al espacio. Para viajar en una nave espacial tenés que ser mucho más joven y, por ejemplo, tener todos los dientes intactos. Y yo tengo algunas coronas, así que no me aceptarían. Si me invitaran, no lo dudaría y me sumaría a una misión espacial mañana mismo. Lamento que solo manden científicos al espacio. Deberían invitar a un poeta, por ejemplo.
–¿Cuál es la mayor diferencia entre filmar un documental y una película de ficción?
–Lo pienso de una manera muy simple. Soy un contador de historias y sé cómo llevar esa historia a la pantalla. Lo supe desde muy temprano, no es que tuve que ir aprendiéndolo o incorporándolo lentamente. Es un don, siempre tuve una facilidad muy grande para comunicarme con los actores. Y eso incluye a (Klaus) Kinski, que no aceptaba ningún tipo de consejo. Pero de todos modos lo convencí de hacer bien las cosas. Pero no podría teorizar al respecto. De hecho, no estoy de acuerdo en armar teorías sobre este tipo de cuestiones. No creo demasiado en el método, ni el en Actor’s Studio. Es más, los actores de método siempre son problemáticos. Creo que es porque vienen demasiado cargados de teoría. Y traerlos de vuelta a la vida humana, y hacerlos entender que en la vida siempre hay algo secreto y que debe ser descubierto, siempre es más difícil con ellos. Yo se lo adjudico a que llegan llenos de teoría.
Los actores de método siempre son problemáticos. Creo que es porque vienen demasiado cargados de teoría. Y hacerlos entender que en la vida siempre hay algo secreto a ser descubierto, es más difícil.
–Supongo que estará cansado de hablar de su relación con Klaus Kinski, especialmente después de Mi enemigo íntimo, el documental de 1999 donde explora el vínculo entre ustedes. Sin embargo, se hace imposible no asociarlos...
–Kinski filmó unas 205 películas. Pero nadie las recuerda porque la mayoría eran malas o él hacía participaciones muy pequeñas. Conmigo, rodó cinco. Yo debo haber rodado unas 80. Es solo una parte muy pequeña de la carrera de ambos. No hay que perder de vista el tema de la proporción. Nuestras colaboraciones, nuestro método llamó la atención de los medios, y se generó una especie de mitología mediática.
Narrar en la era de Tik Tok
Desde hace años, Herzog está involucrado en Fordlandia, una serie inspirada en el anhelo de Henry Ford de construir una ciudad en medio del Amazonas. El alemán apela a uno de sus latiguillos ("debemos ser cuidadosos") y explica que, por ahora, el proyecto está en etapa de preproducción: "Todavía no tenemos la luz verde para que el proyecto avance. Aunque lleva varios años, no puedo decir, realmente, que estuve trabajando en eso. En parte, porque no soy el guionista. Puedo escribir una historia, y también puedo escribir el guión de un film. Pero hay profesionales específicos que trabajan en ese tipo de narraciones".
Lo que más le interesa, explica, es la transpolación de los valores de una pequeña ciudad norteamericana a la jungla, que lógicamente acabará siendo un desastre. "Fordlandia no era solo un proyecto económico vinculado al caucho que Henry Ford precisaba como materia prima para fabricar neumáticos. Es cómo se intentó trasladar un mundo de puritanismos, con valores de un pueblo pequeño de Estados Unidos, que no debería aplicarse a todo el planeta", ejemplifica.
Aunque no es un consumidor habitual de series ("Yo no las veo, pero a veces mi esposa sí ve alguna, y quizás la acompaño un rato"), Herzog sostiene que le interesa el formato. "Me parece fascinante porque es una narración en un formato extenso, cuando todo parece ser cada vez más breve. El máximo de atención en la web es de ocho minutos, y el máximo de extensión en la red más popular entre los más jóvenes, TikTok, es de 30 segundos, promedio. Entonces encuentro que, en comparación, las series parecen novelas rusas, como La guerra y la paz, de 800 páginas. En cierta manera, tienen aspectos fascinantes. Muchas de estas series están muy bien realizadas, y han desarrollado modos muy complejos de narrar una historia para audiencias masivas".
–¿Hay nuevas formas de hacer cine?
–No, hay nuevas formas de distribución. Y estamos, de algún modo, frente a nuevas formas narrativas a partir de la brevedad de TikTok, por ejemplo. Me refiero, en verdad, a nuevas formas de comunicación audiovisual segmentadas en grupos de edades muy específicos. No me preocupan las nuevas formas de narración que puedan estar emergiendo, porque la gente más joven está conectada con TikTok. Realmente creen en ese tipo de expresión. Hay una gran mayoría de gente joven que no está leyendo, y eso me parece preocupante.
–¿Cómo se lleva con el streaming?
–Es obvio que la distribución está cambiando por el streaming. De todos maneras, el cine va a sobrevivir. El cine siempre va a sobrevivir. Pero de un modo reducido. Hace unos meses hablaba con la hija de una actriz, que tiene 14 años. Y le preguntaba cuál de las películas de su mamá había visto en un cine. Y ella me dijo que ninguna. «Ni mis amigos ni yo vamos al cine. Está muy oscuro y no sabemos quiénes son las otras personas sentadas alrededor». Eso me hizo pensar. No es que la industria decidió volcarse al streaming, sino que las audiencias empiezan a sacar ventajas de esa situación. Yo he recibido mails de chicos de 15 años que me cuentan que vieron Kaspar Hauser (1974), por ejemplo. Y que, a partir de ahí, empezaron a rastrear todas mis otras películas disponibles en streaming. Casi todos mis films están en internet. Y hay adolescentes que están descubriendo películas que hice antes de que sus padres hubieran nacido.
El encanto patagónico
En 1991, Herzog llegó por primera vez a la Patagonia para rodar Grito de piedra, una historia centrada en una expedición alpinista al Cerro Torre, en la frontera entre Argentina y Chile. Y en 2018 volvió, tras los pasos de su amigo, el célebre cronista Bruce Chatwin (1940-1989), que le dedicó uno de sus libros más notables, En la Patagonia, a la región. "A pesar de que sabía con lo que me iba a encontrar, no dejé de sorprenderme. Es un planeta en sí mismo. Es parte de Argentina, desde ya. Sabía que había muchos espacios blancos, enormes y solitarios. Hermosos. Pero la profundidad de esa soledad es asombrosa".
–¿Lo impresionó algún sitio en especial?
–Seguí los pasos de Bruce. Estuve en Punta Arenas, en el museo. Pasé por Ushuaia. Estuve en la isla de Navarino, en Chile. Esa región tiene cualidades extrañas e impresionantes, como si fuera el paisaje de nuestra alma. Realmente maravilloso.
–¿Cómo definiría su relación con Bruce Chatwin?
–Podríamos estar hablando dos días sin parar. Sintéticamente, creo que en algunas áreas teníamos un background similar, y una misma manera de ver el mundo. En la idea de caminar a pie, por ejemplo, como una virtud (N. del R: en 1974, Herzog unió Alemania y Francia a pie, y lo contó en su libro Caminar sobre el hielo, publicado en Argentina por editorial Entropía). Y el turismo, un pecado mortal. Además, teníamos un feeling similar a la hora de escribir.
–¿Tiene algún recuerdo del cineasta brasileño Glauber Rocha?
–Por supuesto. No solo vi sus películas. También nos quedamos en el mismo sitio por un tiempo. Tom Luddy, fundador del Telluride Film Festival, nos invitó a una residencia. Compartimos dos semanas en la misma casa, un cuarto al lado del otro. Fue una experiencia maravillosa. Glauber era absolutamente salvaje, y estaba absorto en sus fantasías. Recuerdo que medio abruptamente tenía que volver a Brasil y no había empacado nada. Así que agarró como pudo sus manuscritos, cientos y cientos de hojas, quizás unas 2000 en total –y no estoy exagerando–, y se subió a un auto. Algunas hojas se volaban. Y recuerdo, ya en el Aeropuerto, ir atrás de él recogiendo las que se le caían. Porque en el sector de abordar el vuelo, las hojas volaban a su alrededor y él no se daba cuenta. Yo debo haber salvado un par de cientos de hojas de su trabajo. Recuerdo el modo en que estaba compenetrado con sus fantasías, sus historias. Y no podía importarle menos un contacto con la realidad como podría ser la partida de un avión, o ni siquiera con esa tremenda cantidad de papeles volando a sus espaldas. Ya no hay un tipo como Glauber Rocha. Son figuras que no se repiten. Extraño esos tiempos. Y extraño los tiempos que compartimos con Ruy Guerra o con Grande Otelo. A veces, cuando estoy bajoneado, pienso en Grande Otelo, e inmediatamente me pongo de buen humor. Dios bendiga su humor.
Una pasión nacional
La escena transcurre en un típico bodegón porteño, a finales de los años 70. El Loco Chávez, el periodista creado por Carlos Trillo y dibujado por Horacio Altuna, hace de celestino entre una chica intelectual y muy tímida y Malone, su amigo detective, arquetípicamente intelectual. Lo primero que le pregunta Malone cuando llega al restaurante es si le gusta el cine de Werner Herzog.
Así de popular era, en ese circuito, el cineasta alemán. "Herzog es un viejo conocido de los cinéfilos argentinos", dice Eduardo Russo. "De hecho, yo lo descubrí en un estreno comercial: El enigma de Kaspar Hauser, que me voló la cabeza en 1975. Varias de sus películas circularon comercialmente, y tenían su público. Pero además era programado permanentemente gracias a los cineclubs y la cinemateca del Goethe, que prestaba sus películas en 16 mm a los cineclubistas. Si hacías un ciclo de cine y querías ir a lo seguro, ponías una de Herzog o de Fassbinder. Ya era una figura conocida desde los 70. Y, en el Bafici, cada película suya agota las entradas al toque. O sea que también tiene sus seguidores mucho más jóvenes que veteranos como uno".
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