Balance 2015. Religión, política y violencia
El papa Francisco caracterizó los recientes atentados en París como parte de una tercera guerra mundial que se da de manera fragmentada. Gran parte de la violencia de esa guerra tiene un fuerte componente religioso, lo que vuelve las declaraciones de Francisco aún más interesantes. Parece paradójico, pero, en pleno siglo XXI, pocos temas son más importantes para la agenda global que la vinculación entre religión y violencia.
Si se piensa en esa vinculación, es imposible olvidar que el año 2015 quedó enmarcado por dos atentados en París, tal vez la ciudad más simbólica de Occidente. El 7 de enero doce personas murieron en el ataque contra Charlie Hebdo. Más recientemente, el 13 de noviembre, 137 personas murieron en múltiples ataques. Sin embargo, poner el foco en los atentados que se producen en Occidente es adoptar una visión sesgada y parcial de un fenómeno que, en realidad, es absolutamente global.
Según el Índice de Terrorismo Global 2015, el 78% de los ataques terroristas del año pasado con alguna raíz religiosa tuvo lugar en apenas cinco países: Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria. Y en esos mismos países ocurrió el 80% de los atentados de 2013. La tendencia es clara: la amplia mayoría de las víctimas de los ataques terroristas no son ni cristianos ni judíos; son musulmanes. El terrorismo es un fenómeno altamente concentrado en lo geográfico y en lo religioso que, en este momento, se encuentra en un proceso de expansión por todo el mundo.
En este sentido, los datos muestran que las muertes por causa del terrorismo se incrementaron en un 61% entre 2012 y 2013, con casi dieciocho mil víctimas este último año. Además, la amenaza del terrorismo ya afecta a países que tradicionalmente fueron ajenos a la problemática, como Dinamarca y Australia. Esto parece evocar el caso de nuestro país, que suele ser considerado ajeno al problema del terrorismo y que, sin embargo, ya fue blanco de dos atentados ligados al conflicto de Medio Oriente. Una visión global del terrorismo, entonces, obliga a no privilegiar o lamentar a unos muertos sobre otros y a aceptar que ningún país está libre de peligro y amenazas.
Hacia el apocalipsis
Igualmente, es claro que más allá del panorama global, la gran novedad del año está en el crecimiento y la violencia sin precedentes de Estado Islámico. Tal y como documenta Will McCant en The ISIS Apocalypse: The History, Strategy and Doomsday Vision of the Islamic State (El apocalipsis del EI: historia, estrategia y visión del juicio final de Estado Islámico), el grupo busca conducir al mundo a una confrontación apocalíptica entre lo que sus líderes consideran civilizaciones antagónicas y destinadas a luchar hasta exterminarse.
Desde este punto de vista, no sorprende que festejen cada vez que un nuevo país se suma a la coalición para combatir a Estado Islámico con fuerza militar, o cuando Estados occidentales aplican políticas restrictivas para el ingreso de refugiados. El crecimiento de la "islamofobia" es su mayor éxito, porque acelera las batallas finales al forzar a todos a tomar posiciones en uno u otro lado, al trazar con contundencia una línea divisoria entre lo que predican como la voluntad de Dios y lo que desprecian como la voluntad del infiel.
Es por razones como ésta que es cada vez más claro que la lucha contra grupos como Estado Islámico requiere no aceptar las premisas que dan forma a su visión del mundo y no entender el conflicto en los términos en los que ellos quieren.
Puntualmente, cuando aceptamos la idea del "choque de civilizaciones" estamos haciendo lo que más desean: que consideremos a su grupo terrorista, realmente minoritario, la expresión definitoria de todo el islam. Parece bastante más inteligente, en cambio, postular que en lugar de un choque de civilizaciones lo que hay es una puja dentro del islam, que debe definir qué corriente definirá el futuro de la religión.
Esto no quiere decir que el combate contra el extremismo religioso se pueda llevar adelante sin un componente militar. Pero la realidad es que no alcanza con dar la batalla con las armas, también hay que darla con las ideas. No es casualidad que existan múltiples iniciativas en el mundo musulmán para refutar las premisas religiosas de Estado Islámico.
De éstas, la más interesante, en mi opinión, surgió en Indonesia, el país de mayoría musulmana más grande del mundo. Allí, Nahdlatul Ulama, una organización con más de cincuenta millones de habitantes, lanzó una campaña para exportar al mundo la corriente del islam preponderante en el país, que se caracteriza por la no violencia y el pluralismo. El trabajo que llevan adelante es de alta intensidad: preparan publicaciones para difundir sus ideas, organizan centros de prevención para entrenar a personas capaces de combatir ideologías extremistas, participan en las redes sociales y distribuyen una película en inglés y en árabe que critica las interpretaciones que Estado Islámico hace del Corán y de las enseñanzas de Mahoma.
La idea no debe malinterpretarse: no se puede simplemente absolver a la religión, y en particular al islam, de la situación de violencia que se vive en muchas partes del mundo. Y la razón por la que no se puede es porque los textos sagrados, en particular las escrituras de raíz abrahámica como la Biblia y el Corán, en distintas instancias promulgan abiertamente la violencia en nombre de Dios. En lecturas de este tipo se inspiran no sólo grupos como Boko Haram sino también colonos judíos que ocupan ilegalmente territorios bajo la creencia de que cada grano de arena de la Israel bíblica les fue dado por Dios vía Abraham, o vigilantes que toman justicia por mano propia asesinando a médicos que intervienen en procedimientos legales de aborto.
Estos problemas son característicos de las religiones basadas en una revelación dada a una comunidad específica o elegida, en especial cuando se combina con lecturas literales de los textos. En el caso del islam, el problema se ve especialmente en la corriente wahabí que impulsa Arabia Saudita por lo menos desde principios de los años 80. Allí encuentra sus antecedentes directos la literalidad con la que Estado Islámico interpreta el Corán; la afinidad del grupo con el wahabismo es tal que cuando necesitaron libros escolares para educar a la población imprimieron textos educativos usados en Arabia Saudita que encontraron en Internet.
Un diálogo que no es opcional
La realidad, sin embargo, es que la religión va mucho más allá de los textos: una religión se define en comunidad, con sus reglas explícitas e implícitas y sus relaciones. Más allá de nuestra valoración personal, las religiones son parte central de la identidad de miles de millones de personas y sus expresiones son cada vez más públicas en las palabras de los políticos, los actos de terroristas y las prácticas de nuestros vecinos.
Esto hace aún más necesario el estudio académico de las religiones, no sólo en su aspecto más filosófico o teórico sino también en su impacto social y político. Y hace también necesario educar a las nuevas generaciones en cuanto a las ideas, historias y trayectorias de las grandes religiones, algo que no sólo sirve para remediar un déficit alarmante de cultura general, sino que además permite abrir a más personas la conversación sobre las religiones y la dinámica que su discusión tomará en el futuro. No sorprende que Finlandia, el país con el mejor y más audaz sistema escolar del mundo, esté en la vanguardia de este proceso en sus escuelas.
En su viaje a Kenia, el papa Francisco remarcó que el diálogo entre posturas religiosas "no es algo extra ni opcional, sino esencial, algo que nuestro mundo, lastimado por el conflicto y la división, necesita cada vez más". En pocas palabras: no tenemos alternativa. En un contexto en el que la violencia religiosa crece, la única opción inteligente que nos queda es abrir más las puertas, y esforzarnos por conocer cada vez más a los que parecen diferentes. La ignorancia y el miedo, en realidad, son nuestros mayores enemigos.
El autor es profesor de las universidades Di Tella y San Andrés