Natalio Botana. "A la Argentina le cuesta mucho trabajo el arte de la concertación"
El politólogo considera que la situación actual forma parte de un país marcado por las "crisis encadenadas", y que se necesita forjar una autoridad abierta al diálogo y a la construcción de pactos
De Alexis de Tocqueville, Raymond Aron y Tulio Halperin Dongui a ensayos en inglés y francés y libros de historia de maestros, colegas y amigos entrañables que compartieron con él la pasión por el conocimiento. La de Natalio Botana es una biblioteca de Babel: infinita, imponente, soñada para cualquiera que desee aventurarse en los laberintos de la historia y la teoría política.
Autor de El orden conservador, La tradición republicana y tantos otros textos fundamentales leídos con devoción por generaciones enteras, Botana regresa ahora con La libertad, el poder y la historia (Edhasa), un libro de conversaciones con el historiador Fernando Rocchi que es, además de una memoria histórica, una bitácora personal: un repaso por su infancia y la figura de su tío Natalio Botana, el fundador del diario Crítica; su formación en Lovaina, la vigorosa etapa del Instituto Di Tella, su participación en el Círculo de Montevideo, fundado por Julio María Sanguinetti, y sus intervenciones públicas a lo largo de décadas. "Las preguntas de Fernando fueron el andador de este libro", dirá Botana, agradecido por este texto ampliado que surgió de una entrevista abierta que Rocchi le realizó en la Universidad Torcuato Di Tella.
En tiempos de una Argentina convulsionada (una vez más) por "crisis encadenadas", Botana reflexiona sobre la Argentina luego de las PASO y la necesidad de "una autoridad de crisis con espíritu de concertación". Además, sostiene que esta larga transición a octubre deja al descubierto un problema estructural. "Es un país que no tiene legitimidad en la moneda ni sustentabilidad fiscal. Y cuando la constitución económica tambalea, los valores que debería defender una constitución moral se oscurecen".
Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Lovaina, miembro de Número de la Academia Nacional de Historia y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, Botana es profesor emérito en la Universidad Torcuato di Tella.
El libro tiene dos andariveles que se entrelazan, un repaso de su producción historiográfica y de su propia historia.
Tuve que reconstruir mi vida familiar, mi niñez en la casa que estaba a unos 200 metros de la quinta de mi tío, Los Granados. De él tengo recuerdos borrosos porque murió en 1941 en ese accidente en la provincia de Jujuy, el año en que cumplía 53 años y yo tenía 4. Es un recuerdo importante por el tipo de creencias, valores y prejuicios que formaron parte de mi niñez y que me permitieron posteriormente reconstruir el clima -para usar una palabra de moda, "la grieta"- que existió en la Argentina de la guerra y la posguerra. Me refiero a la Segunda Guerra Mundial.
Un clima de discordia que permanece, ¿no?
El siglo XX es el siglo de los dualismos. De hecho, el siglo XIX también lo fue, pero creo que el siglo XX argentino, sobre todo a partir de 1930, fue un siglo que incentivó enormemente los dualismos, las oposiciones irreductibles, algo que se aceleró brutalmente durante el peronismo y el posperonismo.
¿Le llama la atención que peronismo y antiperonismo sigan marcando tan profundamente la vida política local?
La caída del peronismo en 1955 significó para una parte del país la caída de un régimen de tipo fascista. El error conceptual e interpretativo que se produjo en ese momento, a la luz de lo que ocurrió después, fue ostensible. El fascismo europeo -y me refiero también al nacionalsocialismo- sucumbió en medio de un caos pavoroso: el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial. En la caída del peronismo en 1955, aunque fue muy violenta -yo pude asistir al bombardeo desde la terraza del departamento de mis abuelos, que estaba muy cerca de Plaza de Mayo-, no hubo destrucción del tejido social. Todo lo contrario, el peronismo dejó en una parte mayoritaria del país el recuerdo de haberla pasado anteriormente muy bien.
Hubo una ampliación de derechos sociales.
Se reconocieron derechos que antes no existían; pero para una parte del país significó prisión, mientras que para la otra parte significaba liberación. El fraude en la década de 1930 y luego la proscripción en las décadas posteriores a la caída del peronismo incentivaron este mundo de cuerdas separadas y dualismos. Esto se selló provisoriamente en 1983, cuando la victoria de Alfonsín rompe definitivamente con el largo proceso de ilegitimidad de más de 50 años, que comenzó en 1930. Hay algo muy interesante en la democracia de 1983, y es que no es un período de grandes dualismos, aunque es un período de fuertes conflictos. Los dualismos se reavivan fuertemente con el kirchnerismo y con una política de polarización que nos ha llevado a la situación actual.
Se podría decir que en ese eje peronismo-antiperonismo confrontan tradiciones y estilos políticos, pero todas las democracias tienen estas tensiones. La sensación aquí es la de una convivencia difícil.
Sí y no. La tradición republicana argentina también tiene componentes autoritarios muy fuertes. La historia es un claroscuro. Pero no hay duda de que el mundo de las democracias está viviendo problemas de una hondura estremecedora. Las democracias de raíz anglosajona fueron un modelo de convivencia civilizada, y hoy un primer ministro de Inglaterra cierra el Parlamento y un presidente del Parlamento habla de golpe institucional. Y en Estados Unidos la situación es de una extrema gravedad con el estilo y el uso de fake news que hace el presidente Trump. Los partidos tradicionales sufren el efecto de los cazadores que atrapan esos partidos para transformarlos de una manera que uno nunca se hubiera imaginado. En general, el bipartidismo anglosajón tenía la virtud de converger hacia un núcleo de libertades básicas y convivencia política que no se tocaba. Hoy esas democracias están sufriendo procesos de polarización extremos, donde el otro es visto de acuerdo con la dialéctica amigo-enemigo. Es una victoria póstuma de Carl Schmitt, el gran teórico alemán de simpatías nazis.
¿Cómo describe ese retroceso?
En algunos países se trata de describir esto con el uso de la palabra "populismo", palabra muy compleja que encubre diversos significados. Prefiero recurrir a un concepto de Octavio Paz: "Es un momento de tiempo nublado". No es el momento ascendente de las democracias que conocí en mi época de estudiante en Lovaina en la década de 1960. Aun los acontecimientos de 1968 en París fueron más un signo de eclosión democrática que de crisis democrática.
¿Por qué no usa la palabra "populismo"?
En ciertas circunstancias la uso, pero exige definiciones más precisas. La primera, que siempre utiliza Fernando Henrique Cardoso: el populismo europeo de la actualidad es excluyente, con visos racistas y xenófobos, que ve el problema de la inmigración como una masa de enemigos que atenta contra una identidad ficticia, construida. Mientras que el populismo de un Getúlio Vargas o de un Perón, a mediados del siglo XX, pese a que fue muy confrontativo, incluyó a sectores sociales anteriormente postergados. También hay otras distinciones que tienen que ver con la definición institucional del populismo y es la que hay que hacer entre populismos políticos, como el de Evo Morales, que no lo son en el plano económico; o populismos que terminan en un régimen con una inclinación totalitaria, como Venezuela. Por eso, cuando me tocó identificar teóricamente al kirchnerismo, utilicé la palabra "hegemonía", inspirada mucho más en Aristóteles que en Gramsci.
¿Coincide con aquellos que definen a este momento político como una "transición"?
Hay transiciones largas o densas, como fue la transición española y el pasaje del autoritarismo de Franco a la democracia; la transición chilena con la creación de la Concertación de Partidos; la transición uruguaya y otras. Es decir, transiciones pesadas, que significan el paso de un régimen autoritario a un régimen democrático. Cuando ahora hablan de transición, hablan de la transición típica que hay en cualquier democracia cuando un gobierno fenece e hipotéticamente viene otro a reemplazarlo. Lo que pasa es que la creación institucional argentina es tan ineficiente, tan insuficiente, que con este método de las PASO -a las que califico de una mascarada- se ha provocado una transición de cuatro meses en una situación económica extremadamente frágil, con una recesión muy profunda. Y este es un tema al cual volvemos con Fernando Rocchi en el libro: es un país sin constitución económica; un país que no tiene legitimidad en la moneda y que no tiene sustentabilidad fiscal. Los argentinos no creen en su moneda. Este bimonetarismo es fatal y no se ha podido salir de él en las largas décadas de gobiernos democráticos. Cuando la constitución económica tambalea arrojando al mar de la indigencia y la pobreza a más de un tercio de la población, bueno, los valores que debería defender una constitución moral se oscurecen. Es lo que Aron llamaba las "democracias insatisfechas".
¿En qué se parece y en qué se distingue esta crisis de las anteriores?
Tiene coincidencias con las crisis anteriores -endeudamiento, inflación, pobreza-, pero diría que hay un mapa estructural de cómo son las crisis sucesivas y la diferencia es la intensidad. Creo que, pese a que la oposición dice que esta es una crisis como la de 2001-2002, no tiene esa intensidad. De todos modos, es una crisis feroz; la condición histórica de la Argentina es la de las crisis encadenadas de las cuales no se puede salir. Crisis en las que hay un protagonismo cada vez más extendido de quienes como ciudadanos creen en la democracia, pero como consumidores, agentes económicos y productivos, no creen en nada. Con respecto a la moneda y al crédito, vivimos en la ilegitimidad. Con respecto al voto, vivimos en la legitimidad.
Usted se ha referido alguna vez al concepto de "autoridad de crisis", diferente de la idea del piloto de tormentas solitario. ¿Qué características debería tener?
Creo que la autoridad de crisis que requiere la Argentina es una autoridad de concertación. Eso quedó demostrado en lo que hicieron nuestras naciones hermanas; la Concertación chilena, por ejemplo, fue una obra de arte. La Argentina es un país al que le cuesta mucho trabajo practicar y elaborar el arte de la concertación, pero eso es lo que se necesitaría para los años venideros, gobierne quien gobierne: una gran autoridad de crisis basada en el espíritu de la concertación, que forje un pacto macroeconómico para el desarrollo y la inclusión social. ¿Qué se entiende por pacto macroeconómico? Recuperar la legitimidad de la moneda y recuperar la sustentabilidad fiscal.
Pero siempre parece predominar la condición de competidores a corto plazo sobre la de aliados en un largo plazo.
Exactamente. La Argentina tiene un déficit de largo plazo, una astenia por el porvenir.
Si uno ve los nombres de las agrupaciones, Frente de Todos, Juntos por el Cambio y Consenso Federal, parece pura retórica vacía: no hay consenso, ni una idea de "todos" o "juntos".
Lo has dicho brillantemente bien: es una competencia de concertaciones vacías. En el fondo, lo que está en juego es un apetito de exclusión muy grande y hasta tanto no se reconstruya la cultura política, no vamos a salir del pantano.
¿Avizora algún problema de gobernabilidad en esta transición a octubre?
Hay problemas de gobernabilidad, pero creo que llegamos a octubre, porque además me da la impresión de que los problemas de gobernabilidad van a surgir después.
¿Cree que será un dato significativo para la historia que un presidente no peronista termine un mandato?
Es un aprendizaje político y un dato constructivo, pero está opacado por el dato de las crisis encadenadas; de nuevo es otro presidente que termina sus días en crisis. ¿Qué presidente no ha terminado sus días envuelto en crisis o envuelto en una crisis potencial? Ninguno. Eso evidentemente marca a fuego la deficiencia enorme que tiene la democracia argentina.
¿Qué aspecto positivo destaca del gobierno de Cambiemos?
En términos republicanos el gobierno de Cambiemos fue respetuoso de las libertades públicas y, de alguna manera, intuyó hacia dónde debe ir la Argentina, aunque no lo haya podido formular a través de un plan económico integral. Yo diría que el gran rescate de Cambiemos es el rescate republicano y el hecho de haber destapado la corrupción. Se podrá alegar que hubo un exceso en el uso de las prisiones preventivas, pero se ha destapado una olla podrida de un régimen como el kirchnerista, al que no dudo en definir como régimen cleptocrático basado en el más crudo patrimonialismo.