Eduardo Stupía. Recuperación de la belleza
MUESTRA DOBLE. En las galerías Jorge Mara-La Ruche y Otto, el artista despliega sus trabajos sobre papel
No resulta insensato pensar la poética de Eduardo Stupía en términos de una recuperación de la belleza natural. Su apropiación de las formas de la naturaleza es, sin embargo, de un tipo particular, muy ajena a cualquier impulso epigonal o mimético. Cada línea del artista se da a sí misma su vocación.
Esa singularidad justamente es la que Stupía toca –o, será mejor decir, vuelve a tocar– en Fósiles y sedimentos, hasta el 10 de noviembre en la galería Jorge Mara-La Ruche. La muestra es doble porque, en la vereda de enfrente, Otto Galería presenta otras tres series de trabajos que exhiben una continuidad con los “fósiles”, aunque admiten también ser entendidas como la evidencia de posibilidades diferentes en la imaginación del artista.
Naturaleza petrificada
En su famosa conferencia de 1806 sobre la relación del arte y la naturaleza, el filósofo Friedrich Schelling hizo una observación que terminaría ganando plena validez mucho más adelante. “Las obras que nacen de una apropiación de la forma, por más que sean bellas, serían obras sin belleza alguna, puesto que lo único que puede dar belleza a la obra de arte no puede ser la forma sino algo que está más allá de la forma.”
El idealismo de Schelling tiene en Stupía un episodio que le cambia el signo: en lugar de una “esencia”, tenemos pura materia. Con todo, hay una coincidencia: también nuestro artista, como quería Schelling, rescata del tiempo a esa materia natural. No hay dominio alguno de la naturaleza en Stupía, salvo en el hecho de poner en formas su orden secreto; es decir, lo vuelve visible, lo dona a la percepción.
El fósil constituye una alegoría de la manera en la que lo caduco se volvió perenne a fuerza de su propio sacrificio. Son en total diez trabajos de formato mediano (60x45 cm) de acrílico sobre papel. Un amonites es, a su modo calcáreo y petrificado, una variedad del bajorrelieve. Los planos nocturnales de Stupía, cuadros de una negrura insondable, deparan una ilusión volumétrica: el pliegue del papel denuncia en cuanto marca una falta como la del fósil, la de algo vivo que estuvo y ya no está. La tremenda melancolía de los fósiles de Stupía consiste en esta dimensión irrecusable de la ausencia. Se podría pensar que esta naturaleza petrificada es para él lo “completamente otro”.
Paisajes interiores
En la pared de enfrente de los fósiles, como si ellos los miraran desde un tiempo ya perdido, aparecen los paisajes. Son piezas de tamaño variable en técnica mixta o con lápiz, grafito y carbonilla sobre papel. Hace un tiempo, para referirse a los trabajos de Matías Ercole, Stupía habló de “un caleidoscopio de un bosque; un paisaje que es muchos”. La frase parece tener una flexión personal, como si el artista hablara en realidad de sí mismo. Pero aquello que se vuelve reconocible en los paisajes de Ercole, no lo es en Stupía. El de Stupía es un paisajismo abstraído.
Ese “espectral trabajo de la naturaleza sobre sí misma” del que habla Guillermo Saavedra en el espléndido catálogo que publicó Mara se pone aquí en acto. Podríamos llamar en principio “naturaleza” a aquello que no es obra de arte. Pero esta definición trae consigo en Stupía una reformulación y una expansión de lo bello natural, que incluirá asimismo el paisaje cultural. Entonces, para ponernos de acuerdo, llamemos “naturaleza” a todo aquello que no fue tocado por el hombre con una intención artística. Dicho de otra manera: lo bello natural es la manifestación de una experiencia no mediada por ninguna subjetividad. El paisaje natural no es intencionado, pero Stupía, al seguir la forma en la que opera, le inventa a la naturaleza una intención.
La actividad interior de los cuadros del artista es intensísima. Los paisajes dramáticos de Stupía no tienen término medio: se ven como de lejos o piden microscopía. La maestría del dibujo orienta ese vaivén.
lo que permanece
Estos paisajes de Stupía, la mayoría realizados en 2016, conversan con la muestra Reflejos, de 2010, si bien entonces había también trabajos sobre tela. El artist a desplegó siempre una dialéctica entre diferencia y persistencia. Lo que parece un calembour o un pobre juego de palabras encierra en verdad una cuestión crucial de sentido artístico. Es probable que la originalidad del artista se revele mejor en la diferencia, pero no llegaría a nada sin la estabilización de la persistencia, que será a su vez interrumpida, en la auténtica originalidad, por una nueva diferencia.
Esa dialéctica queda bien clara en las obras recientes en la galería Otto. Lo que sorprende sobre todo es la pequeña serie en lápiz con pastel y planos fluidos en acuarela en la que irrumpe el color. Pero es un color “a la Stupía”, es decir, un colorismo pudoroso, un color que se disfraza de no serlo. En cambio, otra de las series, aguadas en tinta sobre papel poroso, resultan rítmicamente apasionantes.
La aguada, apenas algunos toques, vuelve a aparecer en la tercera serie exhibida. Son piezas estrictas de tamaño reducido en lápiz. Proceden de un cuaderno que contiene muchas más, todas emparentadas, todas distintas; todas diferentes, todas persistentes. Un auténtico cuaderno de notas, de ideas. Stupía se refiere a ellas en los términos de un “procedimiento deliberadamente acelerado y hasta podría decirse irreflexivo”. Pero también pueden ser vistas tal vez casi como un diario de la línea, o los ensayos –en sentido literario– del que saldrán acaso otros dramas.