El duelo por la muerte de un familiar
La muerte de un ser querido termina con un vínculo exterior porque esa persona ya no está más afuera, pero siempre estará dentro de nosotros a través del recuerdo. El duelo es justamente cambiar la manera de relacionarnos, ya que el otro estaba afuera (activamente presente) y ahora ya no está más. Es esa ausencia la que produce el dolor inmenso que sentimos.
El duelo es un proceso doloroso, que implica aprender una nueva forma de relacionarnos.
¿Cómo poder ayudar y consolar a alguien en este proceso?
Comencemos por analizar algunos errores frecuentes al respecto:
- 1. No explicar. “Esto pasó porque Dios se lo llevó”, o “se fue porque iba a sufrir más”. No expliquemos porque el dolor es una pregunta que no tiene respuesta. Siempre aparecerá alguien con buenas intenciones intentando explicar y consolar: “Por lo menos, viviste diez años hermosos con él/ella”. También alguien que no tolera que estemos atravesando ese dolor y exprese: “¡Qué terrible lo que te pasó!”, o que aconseje: “Ahora tenés que distraerte para no pensar”. El dolor no hay que distraerlo, sino gastarlo sin tenerle miedo. Vivimos en una cultura que evita el dolor y el sufrimiento a toda costa.
- 2. Validar las emociones. El dolor es único. Nadie jamás podrá entender el dolor del otro. Durante años coordiné grupos para padres que habían perdido a sus hijos y una de las cosas que más me impactó es que, aunque tenían una pérdida tan terrible en común, entre ellos comentaban: “Vos no sabés lo que es ‘mi’ dolor”. A pesar de que hay un lazo en común entre la gente que ha perdido a un ser querido, también hay algo que es único, irrepetible e intransferible. Validar las emociones es darle permiso al otro para que exprese lo que siente. A veces, alguien dice: “Estoy con bronca” y alguien le responde: “¡No te enojes que te vas a enfermar!”. Hay que permitir (validar) el enojo, la culpa, el miedo, la inseguridad. Cuando uno comparte una emoción negativa, lo que busca no es una explicación ni un consejo, sino que alguien considere esa emoción como útil.
- 3. Proveer el contacto físico. Es muy importante poner la oreja (“ser una gran oreja”), el hombro y el cuerpo en estos casos. Escuchar al otro y estar presente vale más que mil palabras. A muchos les cuesta conectarse con el dolor de los demás porque estamos inmersos en una cultura basada en el placer, en el consumismo, en los logros, en el éxito. Todo eso está bien pero no deberíamos negar el sufrimiento. El dolor es también parte de la vida y necesitamos estar disponibles para el que sufre.
- 4. Cuidar al que sufre. ¿Cómo hacemos esto? Estando presentes, escuchando, preguntándole a la persona que duela cómo le gustaría que la acompañemos. ¿Por qué? Porque hay gente que ha perdido a un ser querido y necesita estar con alguien, es decir, un hombro donde llorar; y hay gente que ha perdido a un ser querido y prefiere estar sola. El que cuida tiene que ser lo suficientemente sensible como para ver cuál es el estilo de duelo de la persona. No siempre hay que escuchar y quedarse callado; a veces, hay que hablar. El duelo social es un ritual de nuestra cultura pero en la antigüedad existían diversas maneras de hacer el duelo. Por ejemplo, se echaban cenizas encima, se rasgaban las vestiduras, etc. Hoy en día hay culturas donde, en medio de una pérdida, comen o tocan música. Es decir, organizan una especie de “celebración” para honrar la memoria del que partió. Lo cierto es que cada uno elabora el duelo como quiere (y puede) y quienes rodean a la persona están para cuidarla en lo que necesite.
Ideas prácticas para aquel que ha perdido a un ser amado:
- Buscar estar cerca de otras personas. Es decir, en compañía de quienes nos brinden consuelo. Nos curamos estando juntos pero el duelo no es una enfermedad, sino un proceso normal de recuperación que sí o sí debemos atravesar porque las emociones guardadas, y no expresadas adecuadamente, se transforman en un peso emocional y, en ocasiones, en enfermedades.
- Permitirse los recuerdos. El recuerdo también nos sana. A veces, cuando alguien comenta que hoy es tal fecha o comparte un recuerdo de tal imagen de la persona fallecida, alguien le contesta: “¡No pienses en eso!”. Es fundamental permitirle al otro (y permitirnos) los recuerdos porque estos son sanadores.
- Homenajear al que ha partido. Es buscar la manera de honrar la memoria de aquel que ya no está presente. Algunas personas sienten tal desgarro emocional ante la muerte, y obviamente tiene que ser así, que no quieren ni siquiera tocar sus cosas. Pero junto con ese dolor y ese desgarro, es muy aconsejable rendirle un homenaje al ser querido. Por ejemplo, continuando con una tarea que él o ella realizaba y amaba.
- Toda pérdida de un familiar dependerá de cómo haya sido el vínculo con la persona. No es lo mismo hacer un duelo por quien no tuvimos ningún contacto afectivo que por alguien que veíamos a diario. También aquí hay que tener en cuenta el tipo de muerte porque no es lo mismo perder a un padre de 95 años, o a alguien mayor que tenía una enfermedad desde hace tiempo, que a una criatura o a alguien joven en un hecho inesperado. Esto último suele generar en la mente un estado de conmoción que tiene que ver con el “no puede ser, esto es un sueño, no me está pasando a mí” (negación).
En todos los casos, ante la pérdida de una persona que amamos, el dolor es el mismo y tenemos que enfrentarlo de la mejor manera.
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