Shakira vs. Piqué, o el feminismo como nuevo populismo
Los amores y desamores son motor de la vida. La política se vive como telenovela donde pasiones, traiciones y despechos se cobran en votos y cargos políticos. A la inversa, los iconos pop asumen el papel político que los convierte en faro de lo que queda de Occidente. Sea en sus discursitos en la entrega de los premios Golden Globes, o siendo portavoces de la nueva moral en el canal YouTube de Bizarrap.
Es La guerra de los Roses cantada en ritmo sincopado con argumentos que no admitirían los observatorios del igualitarismo en los medios de comunicación
El mecanismo es más fácil de percibir en el éxito pop que en el triunfo político. No son los méritos musicales los que explican que el tema de Shakira sea número uno en tendencias. Que una cantante venezolana reclame plagio del estribillo no habla del dolo de la estrella sino de la homogeneidad de composiciones de música contemporánea. Tampoco se trata de un himno para la paz mundial, sino exactamente lo contrario. Es La guerra de los Roses cantada en ritmo sincopado con argumentos que no admitirían los observatorios del igualitarismo en los medios de comunicación.
Si los mismos versos los cantara un hombre, quienes hoy veneran a Shakira como icono feminista los reprobarían de plano. La militancia de género se cansa de repetir que no se debe cosificar a la mujer y menos denigrarla. Y que la sensibilidad era un rasgo femenino que los hombres debieran integrar. Si el verso “las mujeres no lloran, facturan” ayer describía la masculinidad tóxica, hoy es el nuevo mantra feminista.
El éxito de esta canción es la base misma de la polarización, que no se explica por principios, sino por identidades grupales. A quien pertenece a mi tribu, le concedo todo. Si es del otro bando, ni justicia, como sentenció en 1973 el General Perón. Si una mujer deja su pareja violenta, te acompañamos, hermana. Si un hombre deja a una mujer, merece el escarnio, no importa lo obsesiva y controladora que se confiese Shakira en esas canciones con las que factura sus heridas.
La polarización es la base de grandes éxitos populistas. El populismo no es exclusivo de un partido político. Es un estilo eficaz de comunicación que funciona para cualquier actor público que divida la realidad social en un asunto de estar a favor o en contra. Hay periodistas, medios, movimientos sociales populistas. Que la pregunta que motivara la canción en cuestión fuera ¿del lado Shakira o del lado Piqué? también habla de que el populismo aplica a las estrellas pop.
El estilo populista de comunicación, según el especialista Silvio Waisbord, se centra en una personalidad carismática que justifica su retórica agresiva, en gran medida, en que la prensa no hace justicia a lo que para ellos es excelsa presencia y generosas contribuciones. Este estilo populista de comunicar es compartido por Donald Trump y Evo Morales, por Jair Bolsonaro y Cristina Fernández, Álvaro Uribe y Daniel Ortega. Las llamadas derechas y las autoproclamadas izquierdas se encuentran en una comunicación que denigra al enemigo. Que es cualquiera que no esté embelesado con sus planes.
Estos líderes comparten la certeza de que nadie mejor que ellos para hablar de sí mismos. Por eso gustan de estar en el centro de la escena, siempre que sea de la manera que decidan. Ellos producen su propia comunicación con equipos y recursos de los que no dispone el periodismo. Y así comunica la generación que se crio en sus reinados.
Si la ex de Vargas Llosa anuncia el divorcio por la revista Hola, con el protocolo que mandaban los buenos modales, la ex de Piqué lo hace como los populistas, con micrófono propio y demonizando al padre de sus hijos, a la madre que lo parió y a la madrastra. Que como en los cuentos de hadas y en las telenovelas son pérfidas y alevosas.
Los estereotipos que el feminismo populista no le admite a la prensa del corazón son festejados como signos de emancipación cuando lo hace alguien que pueden identificar dentro de su tribu. Si el populismo persiste y se expande es porque es muy funcional. No hay que respetar ningún principio, sino solo estar del lado conveniente.