
El secuestro de los invisibles
Cuando alguien está en las malas desde hace mucho tiempo, cualquier puerta que parece abrirse genera ilusiones y expectativas. He visto filas de más de 200 personas esperando hacer una entrevista y entregar currículums para tres puestos de trabajo que se ofrecen.
Este deseo, por momentos desesperado, es aprovechado por redes mafiosas. Se presentan disfrazados de buenas personas que prometen estudiar o trabajar en otra provincia o Estado, dibujando una realidad que nunca llegará. Enseguida la promesa de estudio y trabajo es reemplazada por las cadenas de reducción a servidumbre o trabajo esclavo, prostitución infantil y adolescente, pornografía, tráfico de órganos. Pueden llegar a ser ofrecidas como mercancía en las rutas, los hoteles de lujo, dedicados a la mendicidad en las calles o medios de transporte. Los tienen muy bien controlados con amenazas de matar a alguien de la familia si se llegan a escapar. Y cuando no alcanza con el engaño acuden al secuestro al voleo a la salida de la escuela, la universidad, el boliche. Aparecen en las noticias por un tiempo, y después se vuelven invisibles, descartables.
Las mismas mafias también manejan la ilegalidad de las armas y las drogas. Esta acción criminal es favorecida por un modelo económico de explotación y opresión, donde la “igualdad de oportunidades” es solamente aplicable a unos pocos. La gran mayoría de las víctimas son mujeres: niñas, adolescentes, jóvenes.
Hace falta una voz profética que denuncie estos atropellos, y a la vez unir la cercanía y acompañamiento a las víctimas -muy pocas- que logran escapar del infierno. El papa Francisco tiene una firme postura: “Son organizaciones criminales que lucran con esto, esclavizando a hombres, mujeres y niños, laboral y sexualmente, para el comercio de órganos, para hacerlos mendigar o delinquir”.
Es necesario prestar atención a los gritos silenciosos que, desde la oscuridad invadida por el hedor rancio de tabaco, drogas y alcohol, claman justicia, libertad y dignidad. No tenemos que dar espacio a la indiferencia que invisibiliza, ni a la anestesia que no sufre como propio el dolor de hermanas y hermanos.
Las autoridades de los Estados tienen la obligación de cuidar a toda la ciudadanía, así como promover la verdad y la justicia. Lamentablemente nos encontramos con falta de decisión política para ir a fondo. Quienes tienen el poder miran para otro lado, y muchos han sido alcanzados por la corrupción o amedrentados con violencia. Los mafiosos amenazan, extorsionan, matan sin reparos. Son animales salvajes con manos manchadas de sangre y corazones resecos. Actúan como si fueran buenos padres y madres de familia, y ocultan estas actividades criminales. Se les aplica a la perfección el poema que dice “Mala gente que camina/ y va apestando la tierra…” (Antonio Machado, Soledades II).
Es nuestra vocación y misión acoger a las familias que viven con angustia la falta de información acerca de su hija, hermana, nieta... Llevan una carga pesada, que se vuelve insoportable debido al ocultamiento y la inoperancia sostenidos por la impunidad y la corrupción.
Debemos comprometernos y luchar para construir una sociedad en la cual cada persona sea respetada en sus derechos y dignidad.
Del 4 al 10 de febrero de 2025, más de 100 representantes de organizaciones de distintos países, entre ellos jóvenes, activistas, sobrevivientes y personalidades del mundo del arte y el cine, están reunidos en Roma para promover un mensaje de esperanza, paz y unidad. Buscan visibilizar el horror y generar un cambio sistémico para combatir la trata de personas y otras formas de esclavitud moderna. El tema elegido para este año es “Embajadores de esperanza: juntos contra la trata de personas”.
Su esperanza es tu compromiso.
Azobispo de San Juan de Cuyo, presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina y miembro del Dicasterio de las Comunicaciones del Vaticano.