Esperando a los bárbaros
W. H. Auden pensaba que un poeta, él mismo o cualquier otro, no tenía por qué tener relación alguna con el público de su época porque el público en el que ponía sus mayores esperanzas era el que no había nacido, el que nacería después de su muerte. Auden dejó esa presunción en un ensayo sobre el poeta griego C. P. Cavafis.
Para él, Cavafis fue un problema y una solución. El problema era que estaba convencido de que la diferencia entre la prosa y la poesía consistía en que la primera se podía traducir a otras lenguas y la segunda, no. La solución se derivaba del modo en que Cavafis resistía ese axioma: Auden acusa la influencia de Cavafis, aun cuando lo leyó traducido al inglés. La causa acaso sea que no hay metáforas ni alegorías en sus poemas; únicamente descripciones; descripciones del pasado, insistamos, orientadas a un futuro que lo sobrepasa. La poesía de Cavafis es una especie de Pentecostés profano.
Cavafis -su poesía, mejor dicho- tiene dos períodos históricos preferidos: la época en la que los reinos griegos eran satélites de Roma, tras el derrumbe del imperio de Alejandro, y el tiempo de Constantino y sus sucesores, cuando el cristianismo se impuso al paganismo. Dije que no había alegorías. Me corrijo: cada poema lo es, y todos ellos son una colosal alegoría, de una entonación narrativa.
El ejemplo más evidente, celebrado y famoso es, claro está, "Esperando a los bárbaros", de 1904. Alejandría, suponemos, está asediada. "¿Qué esperamos, reunidos en la plaza?/ Es por los bárbaros que llegan hoy". A cada pregunta le sigue una respuesta. A cada respuesta una nueva espera, la de los bárbaros, justamente. Pero los bárbaros no llegan nunca: son como un Godot antiguo que es siempre impuntual, en esa espera secular. "Cae la noche y los bárbaros no han venido./ Y algunos que estuvieron en la frontera afirman/ que ya no existen los bárbaros."
Los bárbaros están siempre a la puerta de Occidente, y Occidente mismo no sería lo que es sin la resistencia a los bárbaros y sin su victoria episódica. También la Argentina tiene sus bárbaros. Los llamamos así, "bárbaros", porque no sabemos ya cuál es su nombre, cuál era. No sabemos el nombre porque no conocemos sus rostros; esto quiere decir: no sabemos realmente quiénes son ahora los bárbaros. Sabemos que eran bárbaros porque destruyeron Alejandría, pero eso lo supimos después de la destrucción.
Cavafis no es poeta moral. Las suyas son alegorías sin máxima ni morales. "Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros:/ estas personas eran una suerte de remedio". Termina así el poema. El enemigo serena por la furia que propicia. La traducción es una variedad de la conversación. La barbarie es lo intraducible.