Francis Scott Fitzgerald, un diamante más grande que el Ritz
Los 75 años que se cumplen de la temprana muerte del autor de El gran Gatsby sirven como inmejorable excusa para recuperar la obra de un escritor cuya vida parece haber terminado por opacar su notable producción entre los lectores más jóvenes
Un joven Hunter S. Thompson, recién salido de la Universidad de Columbia, donde había cursado escritura creativa, ingresó a la revista Time. Thompson, futura leyenda periodística, quería dedicarse a la literatura, sabía que ahí estaba su destino, pero no tenía aún una gran historia entre manos. Sabía que había que seguir "estudiando" y por eso tomaba prestadas las historias de los demás para experimentar la extraordinaria sensación de habitar un mundo deslumbrante. Es así como copió El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald para saber "qué se siente escribir así".
La escena, que puede leerse, además, como un verdadero rito de iniciación en los Estados Unidos, es significativa para entender lo que representó para varias generaciones de escritores la figura literaria, casi totémica, de Fitzgerald: alguien que pudo retratar su época con una certeza impecable, que logró capturar la esencia, muchas veces oscura, de su clase y reflejar sus aspiraciones económicas, y a través de eso filtrabar las emociones más violentas de una nación.
Nacido en Minnesota, el 24 de septiembre de 1896, Francis Scott Key Fitzgerald pertenece a lo que Gertrude Stein llamó la "generación perdida": aquellos escritores norteamericanos que luego de la Primera Guerra Mundial vivieron en París y otros países de Europa hasta la Gran Depresión. Dentro de ese grupo increíble también revistaban John Dos Passos, Ezra Pound, Erskine Caldwell, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck.
Fitzgerald supo muy pronto cuál era su camino y se volcó a la escritura. Escribió alguna vez: "La mayoría de mis contemporáneos no habían empezado a los veintidós. El talento que madura pronto es generalmente del tipo poético, y el mío en gran parte fue de esa naturaleza. El talento para la prosa depende de otros factores: la asimilación del material y la cuidadosa selección del mismo, o, para decirlo más directamente: tener algo para decir y un modo interesante y muy desarrollado de decirlo."
Pancarta generacional
Con su primera novela, A este lado del paraíso, aparecida en 1922, logró un éxito instantáneo. "Obsesionó a su década como una canción popular pero perfecta. Colgaba por encima del movimiento juvenil entero, como una pancarta, ahora algo descolorida y ajada por el viento; el viento ha dejado de soplar. Pero un libro que los universitarios realmente lean es algo raro, algo que no debe descartarse sin más o en un momento de rigurosa sofisticación" escribió el ensayista y escritor Glenway Wescott.
Lo que siguió después fue una vida entregada a los placeres que otorga el dinero cuando las historias comienzan a fluir con facilidad pero también con una maestría innegable. Novelas maravillosas, como Hermosos y malditos o Suave es la noche; obras maestras indiscutidas como El gran Gatsby, y, por supuesto, los cuentos que siempre le dieron a Fitzgerald un rédito económico y artístico que le permitió sustentar, hasta cierto punto, su tren imparable de una existencia plagada de desbordes. Tal vez su cuento más recordado por estos días sea –por su adaptación cinematográfica protagonizada por Brad Pitt– El curioso caso de Benjamin Button. Marcelo Cohen dice en el prólogo de El precio era alto, una antología de sus relatos, que los 164 cuentos que Fitzgerald publicó a la largo de su vida en distintos medios gráficos le reportaron 106.585 dólares. El propio escritor, en cambio, afirma haber facturado 400.000 dólares en quince años de carrera literaria.
Pero lo que realmente importa es la calidad de sus relatos, incluso mientras su vida personal, incluida la relación con su adorada Zelda Sayre, se desmoronaba a pasos agigantados. En su última novela, La parte inventada, Rodrigo Fresán tiene un capítulo entero dedicado a Fitzgerald y dice lo siguiente: "El exceso de fitzgeraldiana no es casual y tienen una motivación añadida: la épica de la derrota, su éxito formidable para alcanzar, en sus palabras, "la autoridad del fracaso" frente a la "autoridad del éxito" de Ernest Hemingway, funciona como una gran historia moral. Para cualquier escritor, Francis Scott Fitzgerald ocupa el altar de aquel que murió (por decisión propia y malas decisiones) a consecuencia de haber hecho mal todas las cosas que puede llegar a hacer mal un escritor fuera de sus libros. Así, Francis Scott Fitzgerald como ejemplo, como el mejor de los malos ejemplos. Como un Manual de Destrucciones y Autodestrucciones a estudiar mientras —en tándem— se relee una y otra vez su ficción; que no deja de nutrirse de su no-ficción hasta alcanzar la zona cero y punto de comunión absoluto y sin retorno entre una y otra."
La celebridad ha muerto, el novelista perdura
Ocurrida hace ya 75 años, el 21 de diciembre de 1940, mientras el autor terminaba una novela y se recuperaba de una experiencia humillante y devastadora como guionista en Hollywood –reflejada en la inconclusa El último magnate, la muerte de F. Scott Fitzgerald dejó un espacio que no volvió a ser ocupado. Zelda Sayre escribió: "No existe que yo sepa ninguna personalidad divorciada de su tiempo. La contribución esencial de Scott es haber conseguido dramatizar la desesperanza y la pena de una época, y haber logrado, gracias a un valor trágico, una nueva razón de ser". Según John Dos Passos: "Escribir sobre la vida de un hombre tan trascendental para las letras norteamericanas como el autor de El gran Gatsby en términos similares a los estilos de sombreros de mujer del último verano, demuestra una falta de comprensión acerca de qué trata todo esto, que para alguien a quien le preocupa el arte de escribir es absolutamente horroroso. Afortunadamente había lo suficiente escrito de su última novela como para acallar estos ladridos necios. La celebridad había muerto. El novelista perdura."
El crack-up es un deslumbrante libro póstumo. Son textos autobiográficos de Fitzgerald que estaban dispersos y fueron reunidos por su amigo y crítico Edmund Wilson. Fue su visión la que le dio una unidad a esa marejada de escritos que se convirtieron en un testamento grandioso de la literatura de Fitzgerald y que todavía se sigue recordando. Escribió Alan Pauls sobre este libro: "Centro de gravedad de una familia lexical catastrófica (quiebra, naufragio, hundimiento, ruina, bancarrota, desmoronamiento), el fracaso atraviesa de parte a parte la ficción de Fitzgerald, un escritor comúnmente asimilado al glamour, la elegancia y la sofisticación, atributos que no necesariamente lo contradicen pero a menudo lo confunden con alguna clase de remota contrariedad aristocrática." Y más adelante explicó el sentido del término que le da título a su última obra: "El crack-up no tiene ya que ver con el capital, con gastar a cuenta, con saber o no saber invertir, con abusar del crédito o tomar préstamos impagables. Sin duda implica, a su modo, una economía, pero no una ligada al dinero, la riqueza y la potencia, sino más bien al tiempo. Más que un ataque, un colapso nervioso o un derrumbe emocional, el crack-up, según Fitzgerald, es un verdadero mal de tiempo."
En su cuaderno de de notas, Fitzgerald afirmóo: "Nunca le echo la culpa al fracaso —hay demasiadas situaciones complicadas en la vida— pero soy absolutamente impiadoso hacia la falta de esfuerzo". Uno lee sus textos y puede percibir el trabajo y el fracaso de una estrella fugaz e intensa que derribó las barreras entre vida y arte para dejar una de las obras literarias más interesantes del siglo XX, que todavía persiste, y merece ser leída en estos tiempos.