La defensa elíptica de Gómez Alcorta y Cerruti a los violadores
Ante uno de los hechos más aberrantes, más repulsivos que una sociedad puede imaginar, como es la violación en grupo, dos funcionarias del Gobierno no tuvieron mejor idea que lanzar una defensa elíptica de los violadores. ¿Puede alguien imaginar una acción más repugnantemente cobarde que la de seis hombres violando a una joven a la que supuestamente habían antes drogado y a la que sujetaron por la fuerza en un automóvil?
Primero apareció Elizabeth Gómez Alcorta, quien –¡vaya paradoja!– es la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, a declarar públicamente que los autores “no son monstruos; son varones socializados en esta sociedad”. Y como si fuera poco, agregó: “Eso implica que todos tenemos que comprometernos”.
¡Una vez más, la culpa es de la sociedad y no tanto de los criminales! Por si no hubiera sido claro el disparate, opinó que al nombrar a los violadores de esa manera –como monstruos– “pareciera que el problema está en algunos individuos y no en la sociedad” (sic). No bastan las comillas; es necesario dejar constancia de que se trata de una cita textual porque cuesta creer semejante insensibilidad frente al dolor de la víctima, tanta indulgencia para los delincuentes y tanto agravio para la comunidad a la que la funcionaria debería servir. Pero no terminó ahí: “Así como nosotras aprendemos a cuidarnos y a saber cuáles son los riesgos, los varones también aprenden ciertas prácticas: la práctica de que nuestros cuerpos, nuestras vidas, no tienen valor”, remató.
De acuerdo con ese criterio, no es un pequeñísimo grupo que representa a la escoria de la sociedad el que es capaz de hacer cosas así, sino los varones que fuimos educados en una sociedad patriarcal que, de acuerdo con los parámetros de la funcionaria, somos casi todos. ¿O no ven acaso los lectores a los hombres con garrotes “cazando” mujeres por todas las calles de Buenos Aires, como se los pinta –sin saberlo– a nuestros antepasados, los cavernícolas?
En una cosa tenía razón Gómez Alcorta: “no es una manada” –dijo– y es verdad, porque ni siquiera los animales son capaces de un acto semejante; no es algo que la ciencia haya observado en los miles de especies de cuadrúpedos o bípedos que pueblan la tierra.
Frente a tamaño dislate, la presidente del Pro, Patricia Bullrich, expresó en un tuit que el gobierno defiende a los violadores y pidió la renuncia de la funcionaria. Y es así: mientras la ministra continúe en su cargo, el gobierno defiende a los violadores. Nadie aguanta en una silla después de atentar de ese modo contra el honor de una mujer y de una sociedad, salvo que cuente con un inexplicable respaldo de sus superiores.
Para echar nafta al fuego que está quemando a un gobierno que instaló, en todos los órdenes, el mundo del revés, salió la portavoz de la Presidencia, Gabriela Cerruti, a respaldar la “ministra de las mujeres”. “No es un debate que se pueda dar por las redes”, escribió en Twitter, en medio de insultos.
¿Qué debate? ¿Qué es lo que hay que debatir en este caso? Hay seis criminales que deberían pasar buena parte de su vida en la prisión y hay una joven ultrajada para quien su vida ya nunca será igual, a quien la pesadilla la acompañará hasta mucho tiempo después de que los depravados salgan de la cárcel.
Por la misma red, a través de la cual, según ella misma, no había que debatir, Cerruti volvió también con la perorata sobre el sistema. No es una originalidad. Es la escuela del exjuez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, para quien no era delito un abuso sexual si había sido cometido en la oscuridad. También para él la sociedad era la culpable y no los delincuentes. Algunos le llamaban a eso “garantismo”, pero no es verdad, porque todo el mundo desea tener garantías en los juicios. Otros lo denominaban “abolicionismo”, pero tampoco es totalmente cierto, porque cuando se trata de juzgar a un miembro de una fuerza de seguridad o a un civil honrado que se defiende, exigen las máximas penas sobre ellos. Resulta difícil encontrar un nombre que no sea “cinismo”. A diferencia de la hipocresía, el cinismo no trata de disimular la mentira, sino que la restriega, como una burla, en la cara de quienes la reciben.
La realidad es que los delincuentes, para ese tipo de ideologías, son únicamente herramientas, son los vengadores anónimos, los soldaditos que combaten contra una sociedad a la que los ideólogos odian, los que hacen el trabajo sucio que ellos no se atreven a realizar por sí mismos. No es verdad que amen a los delincuentes; odian a la sociedad, comenzando por la mujer no adoctrinada, contra la que sienten un profundo resentimiento.
Existen muchas formas de tratar el resentimiento. Algunos lo asumen, mediante un tratamiento psicológico, o bien gracias a su fe religiosa o, simplemente, lo superan a costa de esfuerzo, de trabajo y fortaleza. Otros se quedan con él toda su vida y se vuelven cada vez más infelices. Y existe un tercer grupo que lo sublima en una ideología que, como señalaba Václav Havel, “da al individuo la ilusión de ser una persona con una identidad digna y moral y así le hace más fácil no serlo”.