La lección de Rogelio Frigerio para estos días
La semana pasada, se cumplió un siglo del nacimiento de Rogelio Frigerio, padre del desarrollismo y eminencia gris del gobierno del presidente Arturo Frondizi (1958-1962). El tiempo transcurrido y el derrotero del país desde entonces nos interrogan, en este aniversario, sobre las enseñanzas que nos lega su exitosa acción para nuestro futuro.
Fue un gobierno cuyo accionar lo definió "la épica de la transformación". Ni antes ni después, ninguna administración, posterior al siglo XIX, mostró esa voluntad de desarrollar el país, ese ímpetu de modernizarlo e integrarlo.
Pero ¿qué se hizo? ¿Cómo? ¿Con qué resultados?
En el mundo de los enfrentamientos ideológicos de la Guerra Fría, de los procesos de descolonización y del despertar de los países subdesarrollados, se planteó movilizar todos los recursos de la amplia geografía argentina, transformarlos en riqueza material, a partir de un shock inversor. Para esta tarea, se convocó al capital de todo el mundo: las empresas transnacionales, con su avanzada tecnología y cuantiosos recursos, y el financiamiento internacional, público y privado. Porque todo era poco para la tarea que se pretendía.
Como marco para la política, el gobierno dio fin a los litigios existentes con muchas empresas extranjeras y también, a fines del año 58, firmó un stand-by con el FMI. Este acuerdo disparó otros financiamientos por un monto que duplicaba las reservas internacionales del Banco Central y equivalía a un cuarto del valor de las importaciones. Estos fondos no sólo fortalecían las reservas, sino que permitían continuar con el plan de desarrollo, ya que más de la mitad era financiamiento atado a proyectos de inversión e importaciones de bienes de capital.
Pero además, Frigerio dixit, se restableció el Estado de Derecho para "brindar la máxima protección jurídica a la propiedad privada", se garantizó "la supresión de retroactividades y de todo cambio sorpresivo que alterara los costos de las empresas", se suprimieron los "controles estatales y la intervención arbitraria de los funcionarios en la actividad privada" (unificación cambiaria y supresión de los permisos de importación) y "se liquidó la interferencia del Estado a través de subsidios, precios políticos o competencia irregular, que dañara a las empresas privadas y las sometiera a situaciones de inferioridad respecto a las estatales".
El gobierno estableció prioridades sectoriales para dirigir la inversión, a través de marcos específicos de incentivos que dieron sus resultados.
En acero y petróleo, se triplicó la producción. "La batalla del petróleo", que se lanzó a mediados de 1958, permitió por primera vez en la historia, el ansiado autoabastecimiento en sólo 30 meses, y se ahorró divisas por un cuarto del total de las importaciones. En materia siderúrgica, el impulso a la producción de Somisa, poniendo en marcha el primer alto horno de San Nicolás y proyectando la instalación de otros dos, y la explotación del yacimiento de mineral de hierro de Sierra Grande (Jujuy) permitieron incrementar el consumo por habitante en un 30 por ciento.
La creación de Segba y la ampliación de la capacidad de la usina de Dock Sud y Puerto Nuevo que pusieron fin al racionamiento en Buenos Aires; el acuerdo con Uruguay para la central hidroeléctrica de Salto Grande que brindó electricidad al litoral, y el financiamiento para la construcción de El Chocón que proveyó al sur del país permitieron incrementar el consumo per cápita y terminar con la escasez de oferta energética, fuerte restricción al crecimiento.
El boom automotriz que se produjo a partir del régimen de promoción establecido en 1959 atrajo la instalación de 22 empresas transnacionales. De 32.000 unidades se pasó a 134.000, en 1961, y a casi 200.000, en 1965, cifra que se mantuvo durante el lustro siguiente.
En materia de infraestructuras de comunicaciones y transportes, se proyectaron 40 nuevos aeropuertos y la construcción de 15.000 kilómetros de caminos, de los que se alcanzaron a materializar dos tercios al momento del derrocamiento del gobierno. Así, se quintuplicó la inversión en esta área y se expandió la oferta cementera.
El balance en materia de atracción de inversión extranjera directa (IED), con el concurso no sólo del capital norteamericano y europeo, sino también la firma de acuerdos de cooperación con la URSS. Así, el monto promedio de la IED aprobado en los cuatro años de gobierno duplicó el promedio del período 1958-70, y alcanzó un récord en 1960. El 90% de la IED se dirigió a los sectores considerados estratégicos. Al final del gobierno, el 25% de la producción industrial era explicada por la IED, la mitad de las cuales se habían instalado después de 1958; pero, a diferencia de lo que pasaría con la inversión extranjera a partir de los años 90, en este caso, se trató de nueva inversión, no desnacionalización del aparato productivo por compra de empresas instaladas.
La promoción de inversiones y el ingreso de grandes empresas transnacionales en nuevos sectores generaron impactos tecnológicos y permitieron el surgimiento y consolidación de grandes grupos nacionales y de pymes en las cadenas de valor, a lo largo de toda la geografía del país. Por primera vez, gracias a las infraestructuras de comunicaciones y energía, se descentralizó la actividad económica hacia el interior. Esta política permitió que la tasa de inversión (IBIF) alcanzara el 24,5% del PBI en 1961, nivel elevado para la Argentina y, además, la inversión en equipos durables de producción, lo que determina la capacidad productiva, se incrementó a 63% de la IBIF en 1961.
Simplificando, el mensaje de la experiencia desarrollista para el próximo gobierno sería: prioridad a la inversión reproductiva (energía, infraestructuras e industrias) para el cambio estructural y la integración territorial, a partir de un marco de seguridad jurídica, la atracción de inversiones externas, la planificación indicativa del Estado con políticas activas de desarrollo sectorial y regional, y la libre concurrencia de los privados. Ojalá estos mensajes sirvan de guía al futuro presidente, para ayudar a superar un presente tan doloroso e injusto para la gran mayoría de los argentinos.
El autor es economista