
La redención por la lectura
Por Diana Cohen Agrest Para LA NACION
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Por vez primera se celebrará el domingo, 24 de agosto, el Día del Lector, feliz iniciativa inaugurada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, fecha elegida en conmemoración del nacimiento de Jorge Luis Borges. A modo de declaración de principios –asombrosa por su procedencia–, en los versos de Un lector, Borges se ufana de “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. En el poema, confiesa: “(...) he profesado la pasión del lenguaje (...) mis noches están llenas de Virgilio” (Elogio de la sombra, 1969).
¿Por qué el lector? La elección denota una apertura a la diversidad de accesos a la lectura. No se trata del entrañable y hasta el momento, insustituible libro. La lectura puede ejercerse tanto con un soporte tradicional (además de los libros, los diarios, las revistas académicas y de divulgación) como con los diversos dispositivos de lectura electrónica (computadoras, e-books y hasta u2212sin abrir juicios de valor sobre su eficaciau2212 algunos sofisticados teléfonos móviles).
¿Por qué el lector? En un diálogo con la escritura, el lector es quien emprende una obra de recreación. Ya no se trata de una cadena de significantes, sino de la actividad de un sujeto que es lector e intérprete, en el mismo acto, de la palabra que sólo en apariencia se abandona, indolente, a su mirada.
Más allá del formato, persiste la magia de la lectura como fenómeno transformador de la condición humana. Un ejemplo de ese poderío es la literatura, en cuyo oleaje el ser humano es capaz de superar su propia finitud, que lo condena a vivir una única vida. Parafraseando a Woody Allen u2212quien interrogado una vez sobre si podría llevar una doble vida, respondió que se sentía absolutamente incapaz porque, en rigor de verdad, apenas podía con una solau2212, la literatura permite superar felizmente esa imposibilidad. Porque lo cierto es que una buena novela invita a vivir más de una vida: nos estremecemos con el Raskolnikov de Crimen y Castigo, el empobrecido estudiante que idea un plan para asesinar y robar a una vieja usurera con el fin de solucionar sus problemas financieros y favorecer a la sociedad liberándola de su maldad. Nos sumergimos en la desesperación magistralmente narrada por Saramago en el Ensayo sobre la ceguera, prisioneros de ese abismo sin sombras de quienes no pueden ver. Y hasta nos asfixiamos con el personaje del célebre cuento de Cortázar, cuando no puede lograr quitarse un pulóver, que se resiste a desembarazarse de ese cuerpo con el que, unido indisolublemente, lo acompaña en su acto último y definitivo.
Actividad silenciosa y expresiva en un mismo gesto, la lectura interpela al lector apasionado que sabe que, entre sus páginas, puede encontrar aquello que se le sustrae del mundo. A través del ejercicio de la lectura, nos apropiamos de cada relato, metamorfoseándonos en otras vidas, la distancia entre el personaje y el yo suspendida. La literatura es una experiencia que nos ofrece vivir otras vidas. Algunas que no nos animamos a vivir. Otras que, sencillamente, ni siquiera elegimos, porque nos descubrimos arrojados a un mundo limitado por ciertas coordenadas espacio-temporales.
Al fin de cuentas, disponemos de una sola vida, pero la lectura, supremo acto de libertad, nos ofrece renovarla una y otra vez.




