Una cosa es que los mercados hayan desconfiado, y no sin razón, de un deudor moroso y serial como la Argentina (desde Bernardino Rivadavia y la banca Baring Brothers, varias veces) y otra es que un número alarmante de funcionarios y políticos hayan actuado de un día para otro como majaderos de cuidado.
Observé con especial simpatía al ministro de Economía cuando dialogaba el lunes por la noche, en LN+ , con Carlos Pagni . Lo observé con la curiosidad que suscitaba un hombre que en realidad volaba por esas horas a Nueva York. Lo hacía para gestionar una ayuda más a la Argentina del Fondo Monetario Internacional, diligente en su comprensión por el país, pero sin terminar nunca de actuar como el verdadero prestamista de última instancia que debe ser. Lo novedoso no ha sido que el FMI persista en funcionar a sifonazos, sino haberse prestado el ministro a una grabación que sería televisada a menos de veinticuatro horas de que se hubiera jugado de manera sorprendente con su nombre en la coalición oficialista, al menos a ojos de la opinión pública, que ignora los entresijos del poder.
Dujovne salió bien del paso en su entrevista con Pagni. Más de uno creyó, sin embargo, haber percibido en su cara el impacto de que durante el fin de semana casi no hubiera habido un medio de comunicación, entre los de buena fe y los de mala y pésima fe, que se hubiera abstenido de recoger las versiones de que lo despedirían del Gobierno. Que se tramaba reemplazarlo por alguien con más antiguos antecedentes de compromiso con el nuevo y demorado dogma de que hay que cortar por lo sano el déficit público .
Los ministros son por definición fusibles de recambio en la caja de electricidad del presidente. Ya se verá qué ha de pasar más adelante, pero carecer del sentido de oportunidad en materia tan delicada es grave. Prefiero privilegiar hoy esta interpretación antes que atenerme a la posibilidad verosímil de que había perdurado a lo largo de una semana el profundo disgusto de Dujovne con la malhadada irrupción del Presidente por televisión para prenunciar un nuevo acuerdo con el FMI que no había madurado lo suficiente para tomar estado oficial. Aceptar esta última tesis significa que el ministro habría planteado la incompatibilidad entre la serenidad con la que busca desempeñarse y las normas elementales de la diplomacia económica, por un lado, y, por el otro, la angustia desbordante de quienes empujaron al Presidente a hablar a deshora.
Me fui a dormir el domingo decepcionado porque no hubiera habido sobre las versiones de desplazamientos ministeriales una desmentida rotunda de la Casa Rosada o de la residencia de Olivos. Esperaba la confirmación de que quien iba a poner en horas la cara y extender la persistente mano para otro pedido de fondos más estaba tan firme como nunca en el cargo de ministro. Casi más que por él, por todos nosotros.
Una desmentida, digo, que caracterizara también el disparate, pergeñado en las divagaciones de Olivos entre funcionarios y dirigentes de Pro, del radicalismo y de Cambiemos, de que Alfonso Prat-Gay , buen economista, buena persona, pero el campeón justamente del pragmatismo que la mayoría había celebrado en los ahora cuestionados primeros tiempos de Macri en el poder, iría a la Cancillería.
Disparate por duplicado. Por más que el canciller Faurie haya estado lejos de proyectarse como el Tayllerand del Río de la Plata, se ha desempeñado correctamente como lo que es: un diplomático de carrera laborioso y confiable para quien él trabaje. Y en estos días trabaja, precisamente, en la organización de la reunión del G-20 , que se hará en menos de tres meses en Buenos Aires. Faurie se halla inmerso, como no podía ser de otro modo, en el cuidado de ese asunto hasta en los mínimos detalles. ¿Advirtió algún fatuo, entre los que dejaron correr la posibilidad de jugar con el Palacio San Martín como pieza de toma y daca en la modesta política vernácula, que difícilmente la Argentina tendrá en el siglo XXI muchas más oportunidades de lucimiento de aquella dimensión, con tal categoría mundial de jefes de Estado concentrados en Buenos Aires?
Nunca he tomado en serio la leyenda de que los mejores expertos en comunicación están en el Gobierno. Pero tampoco nunca creí que ese elenco podía hacer tan mal la tarea como lo hizo el domingo, a menos que el Presidente los haya disuadido, lo que habría sido peor aún, de decir algo atinado a tiempo. Alcanzaba con un comunicado breve y categórico para enmendar de plano las especulaciones que dañaban a ministros de un gabinete al que no le sobra salud política. Habría servido también para llevar la tranquilidad de que el Gobierno mantenía el foco sobre lo esencial, máxima insoslayable en cualquier orden de la vida. Que no se encontraba disperso y abocado por igual a la tarea de remover ministros, sino concentrado, e interesado en que así se supiera, en la cuestión suprema de neutralizar la anarquía cambiaria y financiera de las semanas precedentes.
La distracción fue excesiva. Si ya estaba resuelto que el campo volvería a ser uno de los patos de la boda y se reinstalarían las retenciones, ¿para qué dejar que se meneara en Olivos, casi como provocativa imprudencia en medio del inminente, e inevitable, quebrantamiento del solemne compromiso con el campo, que un nuevo integrante del gabinete podía ser quien había labrado en 2008 su precoz epitafio: "Fue el autor de la resolución 125".
Es posible argüir que lo controvertido en estas líneas consista no más que en una cuestión de formalidades. Desde luego que tiene bastante de eso, pero las formalidades cuentan en ocasiones más de lo que las buenas gentes se imaginan. El presidente Macri había sido capaz de presentarse con la camisa abierta ante su regimiento escolta, que se entorcha todavía con las galas que mandaba San Martín. Con todo, el lunes a primera hora, como síntoma de la situación por la que atravesaba, Macri apareció frente a las cámaras de televisión con atuendo de rigor, traje azul y corbata al tono. Le armaron la escenografía denotativa de dónde está el más alto poder ejecutivo en la República. Quien quebranta a menudo las convenciones demostró que entiende por qué el hombre, desde que es hombre, se dio rituales.
¿Qué hacer, entretanto, con el infortunado embajador argentino en México, que se atrevió a presentarse en bermudas y zapatillas a la plana mayor de la Fragata Libertad, cuadrada en cubierta como correspondía para recibirlo? Ha habido explicaciones, pero la foto condena. Lo menos sería propinar al embajador un llamado de atención, una reprimenda en regla, que habría sido menos esperable, menos lógica, por todas las razones habidas y por haber, cuando una funcionaria de altísimo nivel del Ministerio de Defensa violentó en ocasión análoga, durante el impredecible kirchnerato, normas elementales de educación y cortesía en un acto de la Armada. No se le podían pedir peras al olmo.
Para ser ecuánimes en la resolución del caso abierto por la conducta del embajador Sabor debería abrirse un tiempo de reflexión. Cabría que lo aprovecharan quienes ejercen funciones superiores a la de representar, lo que no es poco, al país en el extranjero y olvidan que los ejemplos que contagian vienen de arriba; cuando llegan abajo, cada uno los interpreta como puede.
Tal vez tantas corbatas desdeñadas hayan traído estos bermudas.