En 1983, cuando la Argentina recuperó su democracia, no había ni una sola provincia con reelección de gobernador. Ni una.
Hoy, 35 años después, 18 provincias tienen reelección por uno o dos mandatos y tres provincias tienen reelección indefinida de sus gobernadores. Estas últimas son Santa Cruz, Catamarca y Formosa; las tres de tradición peronista.
El jueves, el presidente Alberto Fernández visitó una de ellas, Formosa, en un despliegue de coreografía política tan imponente como inusual. Llegó con la primera dama Fabiola Yáñez y cuatro ministros, dos de ellos entre los que más poder tienen en el gabinete nacional: el del Interior, Eduardo Wado de Pedro, y el de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. Se trató de una verdadera visita de estado.
Al minué de la comitiva presidencial, se le sumó una banda de sonido: el discurso del presidente Fernández elogiando al gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, y su modelo de gestión.
Dijo el Presidente:"Gildo es un buen gobernador". Y agregó: "Es uno de los mejores políticos y seres humanos. Su mayor ambición es que sus coprovincianos vivan cada día mejor. Es un buen político, y por eso lo eligen siempre".
En las últimas horas, circularon indicadores de todo tipo en relación a Formosa, lo que dejó en claro que se necesita mucho voluntarismo político para semejantes elogios.
Dos de esos datos: según la última cifra disponible del Indec, allí había una pobreza del 41,6% en diciembre de 2019, lo cual estaba por encima del 35,5% del promedio nacional. Por otro lado, está el peso excesivo del empleo público, que confiere enorme poder al gobierno provincial y acentúa la famosa "cancha inclinada" en las elecciones: un Estado con recursos contra el que es muy difícil competir, entre otras razones porque pocos se animan a ser opositores de su empleador. Con 25 años de Insfrán en el poder, la de Formosa es una cancha en picada.
La visita presidencial causó impacto. Por un lado, por estrictas razones de política clásica: ¿Por qué exhibir semejante apoyo a un gobernador cuya reelección indefinida, que ya casi es eterna, ha causado más problemas que soluciones en la vida de los formoseños? Entre Insfrán y Hugo Moyano, los elogios polémicos de Fernández, ¿a qué responden? La pregunta cotidiana diría: ¿Con qué necesidad? ¿Está reconstruyendo su base de sustentación política ahora con los barones del interior, ante con los sindicalistas, en medio de una retórica kirchnerista que gana la calle oficialista? Eduardo Fidanza define a Alberto Fernández como "un hombre de las entrañas del régimen". ¿Está ahí la clave de su capacidad única de modular la palabra justa que cada quien necesita escuchar?
Pero en realidad quiero detenerme, ahora, en otra cuestión inquietante y delicada: ¿Cuántas muertes está dispuesta a admitir, o puede resistir, la política? ¿Con cuántas y cuáles muertes está dispuesta a convivir? En principio, es una pregunta a este gobierno en particular pero también al estado en general, a ese momento culminante en el que la política se vuelve naturaleza y pasa a organizar nuestras vidas y nuestras conversaciones sin que nos demos cuenta.
La cuestión es pertinente: en medio de la pandemia, contar muertes por coronavirus es un ritual lúgubre y diario de la sociedad y un dato clave para el Gobierno. Y la política del Gobierno es, en gran parte, política de gestión de la pandemia. Gestión de vida y de dolor, es decir, de fallecimientos.
Desde el oficialismo, quedó construido el marco conceptual de esa política a partir de la dicotomía básica que opone economía versus salud, con la economía reducida a sinónimo de interés egoísta. En un extremo la grieta se reformuló como "cuarentena o muerte".
Con la misma lógica que la autodenominada postura "pro vida" en el debate por la legalización del aborto, uno de los polos de la grieta de la pandemia, los pro cuarentena, se atribuyen la defensa de la vida. Y aquellos que intentan introducir la variable económica, en este caso entendida como la necesidad de trabajar y generar trabajo para pagar las cuentas, quedan arrinconados por el estigma de la insensibilidad ante el riesgo de vida. La cuestión es, ¿de cuáles vidas habla la política? En ese sentido, quiero señalar cuatro cuestiones.
Primero, mientras Formosa se exhibe por el momento libre de contagios de coronavirus y de muertes por Covid 19, hecho destacado por el Presidente en su visita, la provincia de Insfrán está históricamente entre los distritos con mayor tasa de mortalidad infantil. En 2017, según cifras de Unicef, Formosa fue la provincia con mayor tasa de mortalidad infantil de la Argentina: 16 niños cada 1000 niños nacidos vivos, más del doble de las dos provincias con menor tasa, Chubut y Ciudad de Buenos Aires.
En ese mismo año, Formosa también tuvo la tasa de mortalidad materna más alta del país y superó en más de treintas veces la tasa de Ciudad de Buenos Aires, la más baja de la Argentina. Puede haber variaciones de año a año pero Formosa siempre queda entre las provincias con una realidad más acuciante en este punto.
La pregunta se impone: ¿Por qué ese drama endémico de Formosa que se cobra vidas todos los años no despierta un discurso político de cuidado del otro activo y contundente y, por el contrario, queda borroneado detrás de los elogios presidenciales?
La segunda cuestión alcanza a la Argentina en general y repone grises al debate acerca de qué hace la política con el dolor. El dato es este: entre enero y febrero de este año, mientras avanzaba la epidemia del coronavirus por el mundo, en Salta murieron 12 niños y niñas wichis en contexto de desnutrición.
Hasta el momento, en la Argentina, la pandemia no nos enfrenta al escándalo existencial que representa la muerte de un niño. La pandemia no pero la pobreza, sí.
Cuando un gobernante y buena parte de la sociedad plantea que cada muerte será evitada, surge una pregunta: ¿Por qué ese objetivo imperioso no se impone en otros casos, con otras muertes? Ante la muerte de los chicos wichis, por ejemplo. La Argentina ha sido exitosa fabricando pobreza, enfermos pobres y también muertes evitables que siguen sin merecer una política de cuidado.
Por eso la economía es parte de la ecuación. Lo es ahora en la pandemia y lo ha sido siempre. Entre el 2001 y 2011, la tasa de mortalidad prematura por todas las causas y las muertes cardiovasculares disminuyeron pero sí aumentó la posibilidad de muerte de las personas menores de 75 años que no pertenecen al 20% de nivel socioeconómico más alto. Antes, como ahora, los pobres son los más castigados.
El dilema economía versus salud nos lleva de vuelta a Formosa en otro sentido. Fue preocupante ver al Presidente en abrazo fraterno con el gobernador Insfrán y sin barbijo. También estuvo sin barbijo en medio de la muchedumbre en escenas que nos daban esa impresión que se tiene al verlo a Bolsonaro o a Trump en momentos similares.
Toda la situación desmintió la política de distancia social que el Gobierno quiere alentar. Que un territorio no registre todavía casos no lo exime de la "nueva normalidad" de la distancia social y el barbijo. La escena puso en riesgo la legitimidad oficial para exigir el confinamiento. Entre economía y salud, el Presidente insiste contundente con el polo de la salud. Pero entre salud y política, la política terminó por imponerse en la visita a Formosa.
Finalmente, una noticia del jueves. "La pandemia del hambre": el nuevo peligro para América Latina, advirtió el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, y relacionó al Covid-19 con "hambre y hambrunas de proporciones históricas".
Esas declaraciones llegan en el momento adecuado a la Argentina: devuelven legitimidad a los dos términos de la grieta de la pandemia. Ya no es economía, la voluntad de lucro egoísta, versus el sacrificio por salvar vidas humanas. Ahora el dilema enfrenta, por un lado, al dolor causado por el hambre y, por el otro, al dolor causado por el coronavirus. En ambos dolores, la economía cumple un rol.
Ahora que hay un dilema digerible, uno en que los dos términos son legítimos, la política tiene que hacer su trabajo: balancear los desafíos de la realidad. Parte del trabajo insalubre de la política es digerir el trago amargo de ese dilema. Lo viene haciendo desde siempre, y le toca hacerlo otra vez, aunque cada vez debe hacerlo mejor.
LN+, ahora también en Cablevisión (19 analógico y digital, 618 HD y Flow), Telered, DirecTV, TDA, Telecentro Digital, Antina y Supercanal