Los profesionales del futuro en el sector agropecuario
:quality(80)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/4FWJPNP5MJGLBEO3MWBDXD2EFU.jpg)
Hay carreras universitarias que pueden considerarse clásicas en nuestro país: medicina, abogacía, administración agropecuaria, entre otras. Sin embargo, podría decirse que, de estas tres, aquella que mayores cambios presentará en un futuro cercano respecto de las habilidades, conocimientos técnicos requeridos y variedad de actividades potenciales en las que desarrollarse, es, sin lugar a dudas, la del profesional agropecuario.
Puede sonar un poco pretencioso; permítanme explicar mejor mi aseveración.
Tradicionalmente, un profesional del agro (agrónomos, veterinarios, licenciados en Producción y Gestión Agropecuaria), se dedicaba fundamentalmente a la producción y administración del negocio agropecuario, trabajando generalmente con cultivos extensivos o con ganadería u otras actividades pecuarias o agrícolas intensivas, y en paralelo, procurando aceitar la gestión financiera y económica de los establecimientos productores. Hoy día, los horizontes laborales de estos profesionales han mutado y comienzan a abarcar una infinidad de cuestiones que jamás antes hubiéramos imaginado.
Sinteticemos antes el panorama general del contexto actual y futuro que enfrenta el sector.
Vivimos en un planeta en el que la superficie cultivable no puede seguir expandiéndose a no ser que se logre a costa de los bosques y selvas remanentes del mundo (y es fácil intuir que esto no es deseable). Al mismo tiempo, la población sigue en franco aumento, lo que demandará importantes incrementos en la producción de alimentos.
Adicionalmente, una parte muy importante de la superficie cultivada está atravesando diversos procesos de degradación de suelos, algunos de ellos muy graves, los que pueden terminar en una completa inutilidad de dichos suelos.
Por otra parte, está el cambio climático, además de aumentar los eventos extremos (sequías, inundaciones), irá modificando los ambientes de forma que puede llegar a cambiar notablemente el área de distribución de los cultivos. El agro, además, participa de las emisiones de gases efecto invernadero, sobre todo con dióxido de carbono, metano y óxido nitroso; en este marco, especialmente la ganadería está bajo la lupa.
En paralelo, los recursos hídricos escasean en importantes regiones, siendo el agro considerado el mayor consumidor de agua dulce del mundo (estimándose que utiliza el 70% de esta -aunque nuestro país posee poca superficie regada).
Asimismo, la pérdida de biodiversidad en general es alarmante, y fácil de entender considerando que en las tierras agrícolas se procura evitar la proliferación de plantas espontáneas (“malezas”) o de insectos indeseados. Tal es así, que al parecer será necesario producir alimentos y conservar biodiversidad en un mismo predio.
Por último, el fósforo (nutriente esencial para las plantas con el que frecuentemente se las fertiliza) proviene de la roca fosfórica, cuyos yacimientos están agotándose, previéndose las correspondientes alzas en su precio.
Y estas, son solamente algunas cuestiones. Ahora bien, en medio de toda esta compleja maraña de retos y exigencias, van perfilándose propuestas interesantes, en las que la tecnología es protagonista. El agro está incorporando internet de las cosas, inteligencia artificial, maquinaria variopinta que apunta a eficientizar tiempo, dinero y disminuir impactos, con uso creciente de energías renovables, drones que recolectan información o realizan aplicaciones de fitosanitarios. Hay numerosos grupos a lo largo y ancho del mundo trabajando sobre la robotización del agro, creando cosechadoras capaces de diferenciar una fruta lista para ser recolectada de otra aún inmadura. En simultáneo, viene creciendo y difundiéndose un enfoque más sistémico: la “agroecología”, la producción orgánica y a veces de la mano de estas, toda clase de sellos y normativas orientadas a promover la agricultura responsable y las buenas prácticas agrícolas. Los cálculos del uso de agua para obtener carne o cereales (huella de agua), de emisiones de dióxido de carbono, de kilómetros recorridos por el producto desde su salida del campo hasta su colocación en la góndola (“food miles”) son cada vez más exigidos por los actuales consumidores.
Por otra parte, el mundo empieza a implicarse en la generación de una “economía circular”, en la que el residuo de una agroindustria sea el insumo de otra; donde se minimicen al mínimo los desperdicios y donde se promueva un uso sustentable de cada recurso e insumo. Existe una naciente producción de insectos para alimentación animal, en la búsqueda de generar proteína de alta calidad en poco espacio, sin uso de suelo y en tiempos reducidos. Parte de algunas de las problemáticas a resolver, prometen ser resueltas con la hidroponía (cultivo de plantas sin suelo) masiva en ciudades o sus cercanías, como el “sky farming”.
Por todo esto, nuestros futuros profesionales del agro, van a necesariamente encontrarse con un panorama que si bien es desafiante, también será sumamente motivador, y que les demandará sumar habilidades que serán vitales, como la capacidad de desarrollar proyectos trabajando en grupos multidisciplinarios, conciliando lenguajes técnicos disímiles, requiriendo una mentalidad más sistémica para lograr incrementar la producción de alimentos teniendo en consideración sus múltiples impactos ambientales potenciales, y siendo capaces de comunicar efectivamente dichas gestiones a la sociedad. Nuestros futuros profesionales necesitarán hacer gala de la capacidad de pensar en términos globales, y de estar al tanto no sólo del mercado y las demandas de los consumidores nacionales, sino también de las necesidades y problemáticas del sector en todo el mundo. Este mundo globalizado va camino a enseñarnos que estamos todos íntimamente interconectados, y que va siendo tiempo de trabajar constructivamente como ciudadanos del mundo.
Docente de la Lic. en Producción y Gestión Agropecuaria en UADE