Macron, ¿una pausa en el efecto dominó post Trump y Brexit?
Mapa. El triunfo del nuevo presidente francés es el resultado de una reconfiguración gradual del escenario político
Luego de una elección que fue cambiando de escenario sucesivamente, Emmanuel Macron –que hoy asume como presidente de Francia– se impuso en una competencia que terminó de cristalizarse con la primera vuelta electoral del 23 de abril pasado y que lo coronó el domingo pasado. Este triunfo parece encarnar, entre muchas otras cosas, una pausa en el efecto dominó anti-global que tuvo al Brexit y a Trump como grandes exponentes, que encontró en Holanda un descanso y que tendrá muy posiblemente con la elección en Alemania una confirmación final. Esta pausa no deja de tener un toque anti-establishment. Porque Macron es un político que consiguió posicionarse como lo nuevo diferenciándose de los partidos tradicionales, aunque parado desde el centro del espectro político.
“Emmanuel Macron presidente” es la foto de un proceso que culminó con una segunda vuelta electoral inesperada hace tan solo un año. Tiempo atrás hasta se especulaba con una batalla final entre Nicolas Sarkozy y François Hollande, un déjà vu de 2012. Pero 2017 nos encontró con que por primera vez no hubo ningún candidato de los partidos tradicionales en la definición presidencial (se podía especular con una segunda vuelta contra Marine Le Pen, pero contra un socialista o un republicano, no). Y así como Macron tuvo la suerte de que el escenario le jugara a su favor en el momento justo, también es cierto que encaró una campaña innovadora movilizando a miles de voluntarios por toda Francia. Virtud y fortuna. Pero, ¿cómo llegamos a una segunda vuelta francesa sin partidos tradicionales?
La historia de la distinción derecha-izquierda en Francia, muy a grandes rasgos, giró en torno a la posición en relación a la Revolución Francesa, al menos hasta el régimen de Vichy (1940-1944). El régimen, como señala el historiador Sudhir Hazareesingh en su popular How the French Think, marcó un punto de quiebre en el que surgió una nueva derecha política francesa que dejó atrás la tradición contrarrevolucionaria y pasó a adoptar una postura republicana bajo la sombra de Charles De Gaulle.
A su vez, la izquierda de la posguerra devino un espacio en disputa entre distintas corrientes que buscaban reivindicarse como herederas de la resistencia al nazismo y ligadas en mayor o menor medida a los sindicatos, alcanzando el poder recién en 1981 de la mano de François Mitterrand. Un triunfo que implicó para muchos el cierre de las cicatrices de Argelia y el Mayo del 68 por un lado. Y que terminó por tomar como propio un programa económico gemelo del de sus adversarios, por el otro.
Este fue un proceso gradual, un fenómeno común en gran parte de Occidente, que con idas y vueltas terminó confluyendo en un centro que indiferenció parcialmente las polaridades partidarias. En su libro Ill Fares the Land, el historiador del siglo XX Tony Judt describió este período como caracterizado por un “asfixiante consenso” de los partidos tradicionales.
Confluencia y confusión
Es este consenso programático el que borra los límites entre Valéry Giscard d’Estaing y François Mitterrand (de los años 70 a los años 80) y es lo que a su vez permitió la cohabitación entre Jacques Chirac y Lionel Jospin (en los años 90). La derecha impulsó el aborto (Giscard d’Estaing) y la izquierda aceptó la propiedad privada (Mitterrand). La derecha ganó las elecciones hablando de la “grieta social” (Chirac) y la izquierda impulsó importantes privatizaciones (Jospin). Una era de confluencia pero también de confusión.
En este sentido, la convergencia hacia el centro sumada a la importante crisis de 2008 implicó el ascenso de nuevas figuras y partidos. Por eso es que el lado oscuro del triunfo de Emmanuel Macron y su movimiento En Marche! es la importante elección que hizo el Frente Nacional de la mano de Marine Le Pen. El FN pasó de 5,5 millones de votos en 2002 a aproximadamente 11 millones de votos en 2017 si se comparan ambas segundas vueltas. La distribución ha sido marcadamente geográfica. Un nuevo clivaje, según lo expuesto por el geógrafo Christophe Guilluy, es entre las grandes ciudades y “la Francia periférica” (un esquema similar que podemos encontrar en el Brexit y con Trump, aunque con resultado invertido). Una fractura social bien aprovechada por el FN.
Los desafíos de Macron son enormes. Es un liberal que ha prometido hacer todo tipo de reformas. Bajar el empleo público, el gasto y los impuestos. Relanzar la Unión Europea desde el punto de vista político y militar y aumentar la seguridad en las fronteras. Todo esto con las banderas del europeísmo, la universalidad de valores franceses y el cosmopolitismo. Señala Henry Kissinger en su reciente libro World Order: “Europa se repliega sobre sí misma justo cuando la búsqueda del orden mundial, que significativamente diseñó, afronta una tensa coyuntura. Europa se encuentra así entre un pasado que pretende superar y un futuro todavía indefinido”.
En esta disyuntiva es que Macron asume responsabilidades en Francia, con la misión de sostener junto a Alemania y aliados comunitarios la integridad europea frente a las fuerzas centrífugas internas, por un lado. Y con el mandato de relanzar a Francia desde el pantano de apatía y desconfianza en que se encuentra. Difícil tarea cuando, como dice Hamlet, “el tiempo está fuera de quicio”.
El autor es doctor en Ciencias Sociales (UBA), investigador y docente universitario