Reseña: Amor fou, de Marta Sanz
Una trama de amor con espionaje
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Toda cicatriz deja a la vista el carácter físico de las emociones. Al menos eso insinúa Amor fou, la novela que la española Marta Sanz (Madrid, 1967) escribió en el año 2004 y permaneció casi inédita, como una herida que recién cierra cuando, finalmente, diez años más tarde, se publica en una versión renovada.
No es difícil imaginar los desafíos que planteaba en aquel momento publicar una novela que cuestiona con fuerza perturbadora dos aspectos centrales para la sociedad actual: las democracias endebles y los vínculos de familia, especialmente el materno, como base de una vida feliz. De algún modo, esa desconfianza ante los discursos únicos aparece en el relato tramado alrededor de dos voces: la de Lala, una profesora felizmente casada con Adrián; y las anotaciones que hizo Raymond, su ex novio, durante el largo tiempo que se dedicó a espiarlos.
En una suerte de realismo enrarecido, la narración de Amor fou se asienta en un territorio ambivalente. Sin embargo, se conocen con certeza algunos datos: Lala y Adrián viven felices en un piso de Madrid hasta que Raymond comienza a observarlos de manera obsesiva con el único fin aparente de perturbarlos. Y lo logra. A esa actividad desquiciada, otros dos personajes femeninos, Elisa y su hija Esther suman un nuevo propósito, aún más peligroso. El resto se asemeja a un ejercicio de reconstrucción como si en lugar de una historia de amor se estuviera leyendo una de espionaje.
Al igual que en novelas como La lección de anatomía, Clavícula o Farándula, que consagró a la autora al obtener en 2015 el premio Herralde, en la escritura de Sanz los cuerpos son un texto y las marcas físicas –un diente partido, la obesidad, una cesárea–, huellas visibles de los traumas originales. En el fondo, el lenguaje parece ser la única herramienta capaz de seguirles el rastro.
Toda idealización entra en crisis cuando Lala posa su ojo lúcido y turbado sobre sí misma. La protagonista atraviesa un presente que la deja perpleja y recurre a sus recuerdos en un intento por comprender. Por ejemplo, cuenta un episodio que le tocó padecer evocando el desalojo en 1997 del centro social okupa La Guindalera, en Salamanca, donde fueron detenidos 158 jóvenes. Ella, parte de los sucesos, deja en evidencia, al contar los acontecimientos, la vulnerabilidad individual frente a la violencia ilegal del poder estatal. Al mismo tiempo consigue mostrar el modo en que lo público invade lo privado hasta ser parte constitutiva de los sentimientos más íntimos.
Con un mecanismo similar, explora el tema de la maternidad y le quita cualquier máscara de instinto o esencia bondadosa. Resulta inquietante el vínculo entre Elisa y su hija Esther, que se enrarece hasta alcanzar momentos de un amor siniestro. A su manera, recuerda a las madres que suelen aparecer en los cuentos de Irène Némirovsky, una autora que, como Sanz, también explora en sus libros las experiencias traumáticas de su vida.
Podría pensarse que la solemnidad de los temas se traslada a la prosa: sucede en realidad lo opuesto. Ya desde el título, Amor fou, se anuncia una tendencia satírica que salpica de humor negro la narración, en una suerte de ironía sobre el amor romántico; un sentimiento que, al rozar a los personajes, se acerca a la locura. Las convenciones del género mutan hacia un territorio impredecible y por momentos el relato se vuelve disparatado, aunque no termine de consolidar la inclinación hacia el esperpento que parece guiarlo.
Por muy excéntricas que resulten las acciones de los personajes de Amor fou, nunca desbarrancan en la irrealidad. En el fondo, son el dolor, la pobreza, el desamor o la venganza los que se cruzan de manera admirable para dar un brillo nuevo a las relaciones de los protagonistas.
Amor fou
Por Marta Sanz
Anagrama. 197 páginas, $ 675


