Reseñas. La Reserva Nacional Pushkin, de Sergéi Dovlátov
El personaje es hasta cierto punto el autor: no tiene trabajo, porta una estatura gigantesca, cara ancha de pocos amigos y tanta pasión por la literatura como por el vodka. Además desprecia la falta de autenticidad. Por lo tanto, es una especie de prueba que encuentre un trabajo de guía en la mencionada Reserva Nacional Pushkin, un “parque temático”. Allí tendrá motivos de sobra para ejercer algunas de sus mejores capacidades: la sátira, la ironía y la diversión con autores amateur de todo tipo que pululan por la reserva o turistas.
La atmósfera que se va desprendiendo de la descripción de la Rusia posestalinista es de una lenta decadencia, con puertas y trampillas numerosas dedicadas a trabar el flujo de cualquier creatividad. Vivida en 1973, la historia contada se publicó en 1983, cuando Dovlátov ya vivía en Estados Unidos. Allí escribió sus doce libros. En Rusia se veía obligado a textos y cuentos cortos, difundidos por el sistema de “samizdat”, de circulación restringida.
El interés del lector se mantiene no sólo por lo que va pasando, sino también por una especie de segundo plano (tan importante como el primero) que abunda en opiniones y aforismos sobre el arte y el chisme de la escritura. Conocer mucho mejor a Pushkin, gracias al trabajo, le hace sentir menos ganas de hablar de él, en su papel remunerado. “Cumplía mecánicamente mi papel, cobrando un dinero bastante bueno. (La excursión completa costaba unos ocho rublos).”
Un personaje parece una versión peculiar de Funes, el memorioso: “Mitrofánov conocía la vestimenta y las costumbres de todas las épocas. La fauna de cualquier rincón de la tierra. Los mínimos detalles del transcurso de los acontecimientos prehistóricos. Las paradójicas réplicas de los personajes históricos de la política. Él sabía cuántos botones llevaba la levita de Talleyrand…”. Otro es un genio, pero del lugar común, base de su carrera. El sitio donde vive es casi un basurero. Los vínculos matrimoniales, sentimentales o de amistad de los integrantes del personal están percudidos por un desgaste permanente. También abunda la queja establecida. “No te publican, no te editan. No te aceptan en tu grupo.”
Más adelante recibe la visita de su ex, con la hija a quien él tendrá que firmarle el permiso para viajar a Estados Unidos. En esas páginas demuestra la hondura y agilidad con que puede manejar los diálogos de situaciones difíciles, sostenidos en una esencial honestidad. Aún está atrapado en las redes de la nostalgia rusa por la patria (paradójicamente vivida en el propio país).
También recuerda cómo empezó todo con Tania: “Ella me sorprendía con su constante disposición al amor, a la conversación, a la diversión. Y también, por su total falta de iniciativa en todos estos asuntos…”. Ahora ella está decidida a irse. Él, a quedarse. Pero el libro está dedicado “A mi mujer, que tenía razón”.
Dovlátov tiene un ojo implacable, y la capacidad de decir lo que siente ante lo que ve. O lo que piensa: “Antes de eso bebí un poco y me alivié. Sobre el daño que hace el alcohol se han escrito decenas de libros. Sobre su utilidad, ni un folleto. Me parece que es un error…”. Y describe parte de la esencia de su sistema de vida: “Toda la vida odié los procedimientos activos de toda índole. La palabra ‘activista’ me sonaba como un insulto. Yo vivía como en voz pasiva. […] La inactividad es la única posición moral… Idealmente, yo quisiera ser un pescador. Estar sentado toda la vida a orillas de un río. Y preferentemente sin ningún trofeo”.
Leer el libro lleva a descubrir a un excelente escritor ruso, lleno de humor, compasión y lucidez. En castellano, es la punta del ovillo. En España se consiguen otros libros: Los nuestros, La zona, La extranjera y La maleta. En la Argentina el mismo sello editor de La Reserva Nacional Pushkin anuncia la edición cercana de El oficio.
LA RESERVA NACIONAL PUSHKIN
Sergéi Dovlátov
Años Luz
Trad.: Irina Bogdachevski
166 págs.
$ 310