San Martín y una versión que falsea la historia
Por Patricia Pasquali Para La Nación
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A mediados del año último se desató un encendido debate al cuestionarse nada menos que la identidad del Padre de la Patria. Todo comenzó con la publicación en La Nación de un artículo que José Ignacio García Hamilton escribió como anticipo de su biografía novelada de José de San Martín. El autor se hacía eco y difundía masivamente una versión ya conocida y descalificada por los especialistas en temática sanmartiniana. Transmitida oralmente a través de varias generaciones en la familia Alvear, la versión se sustentaba en un manuscrito de Joaquina Alvear Quintanilla de Arrotea fechado en Rosario, el 22 de enero de 1877, que consistía en una cronología de sus antepasados dedicada a sus hijos y descendientes, donde manifestaba con orgullo ser "sobrina carnal del general San Martín", "por ser hijo natural de mi abuelo, el señor don Diego de Alvear y Ponce de León, habido en una indígena correntina".
El debate continuó siendo alentado cuando el controvertido texto, inserto en un grueso cuaderno de escritos pertenecientes a la mencionada señora, fue presentado por su actual poseedor, el genealogista Diego Herrera Vegas al Congreso de la Nación, como aval de la nueva filiación del prócer. Apoyado por Ramón Santamarina y por Hugo Chumbita, llegó a la irreverente desmesura de peticionar un estudio de ADN de los restos del Libertador, en caso de considerarse insuficiente la citada fuente.
Otras referencias vagas, insustanciales y fácilmente refutables se sumaban a la aseveración de Joaquina, que tampoco resistía la más elemental crítica historiográfica. Forma parte de una preceptiva metodológica básica para cualquier historiador profesional el no dar crédito de valor probatorio documental a una fuente de carácter testimonial aislada, por la potencial arbitrariedad intrínseca de su subjetivismo. Sólo puede admitirse como verosímil su contenido luego de haberlo confrontado y corroborado por otros datos concordantes.
Cóctel lamentable
Lo primero que tornaba dudosa las afirmaciones de Joaquina era su procedencia. El sentido común indicaba que su padre, el general Carlos de Alvear -quien, luego de actuar como protector y compañero de logia del prócer, pasó a convertirse en su más feroz enemigo- no habría desaprovechado la oportunidad de utilizar un arma tan fulmínea contra su odiado ex cofrade, si ella hubiese sido cierta y comprobable. La difusión de la pretendida condición de bastardo y sobre todo de mestizo de San Martín dentro de la alta sociedad porteña, en la que tanto contaba la pureza de sangre, habría sido un duro golpe para el Libertador. En cambio, es más verosímil que, después del alejamiento y la muerte de San Martín, el mismo Alvear haya alentado la circulación de esa versión entre su familia. No faltó quien nos replicara, haciendo una comparación, cargada de psicologismo, con Caín y Abel. Es que a esas alturas el lamentable cóctel de historia y ficción estaba adquiriendo los ribetes de un culebrón mexicano.
Pero, más allá de toda inferencia, lo cierto es que un estudio objetivo de los derroteros seguidos por la familia del Libertador y por Diego de Alvear demuestra que jamás coincidieron en un mismo tiempo y espacio, lo que torna imposible la paternidad de José de San Martín atribuida al último.
Para terminar de elucidar el tema, ha aparecido un esclarecedor expediente judicial en el Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc, descubierto por Víctor H. Nardiello, abogado sanmartiniano aficionado a la historia, que tuvo la generosidad de entregarnos inmediatamente copia de sus 38 fojas. Allí consta que el 22 de octubre de 1877 don Agustín Arrotea peticionó ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil de Rosario ser nombrado tutor de su esposa Joaquina de Alvear "en el interés de la sociedad conyugal" constituida por ser "de notoriedad que hace algún tiempo ha" ella "se encuentra en estado de incapacidad, enfermedad que por desgracia la inhabilita para todo acto civil".
Enseguida, el juez Nicasio Marín dio vista del caso al defensor general, Manuel R. César, quien encontrando "de suma gravedad el contenido de la solicitud", exigió "que la mencionada señora sea ante todo representada y oída legalmente, por medio de un tutor especial"; se designó entonces en tal carácter a Lisandro Paganini "por ligar a éste vínculos de parentezco" con Joaquina. El nombrado, al aceptar, manifestó con sensatez que "sin embargo de constarme el estado de incapacidad en que se encuentra la predicha señora desde algunos años atrás", creía "indispensable para mejor garantía" que se procediera "a un reconocimiento facultativo". Se resolvió, en consecuencia, que estuvieran a cargo del mismo el médico de Policía, Luis Vila, asociado al doctor Domingo Capdevila, propuesto por el mencionado tutor.
Monomanía erótica
A poco de iniciada dicha pericia, los facultativos empiezan a descubrir el estado de perturbación que aqueja a Joaquina y que describen vívidamente: "Sus palabras son dichas lentamente y en un tono declamatorio, tomando su rostro una expresión de fijeza notable". Aflora así un singular desequilibrio: "Hay en ella una afición desmedida a la literatura; cada día ofrece algún nuevo trabajo que con el nombre de Cuadros vivos dedica a personas que le están ligadas por el parentezco, pero más especialmente a las que ocupan una posición espectable, como el Papa, Thiers, etc. En todos estos escritos se puede notar que hay una exaltación de la imaginación que llega hasta constituir un estado morboso".
Obsérvese que entre esos singulares "escritos" está la meneada genealogía en que hace referencia al general San Martín, fechada precisamente el mismo año en que se realiza este informe. Esta sintomática propensión de Joaquina a ligarse en sus desvaríos a las figuras de notoriedad justo cuando comienza a hablarse de la repatriación de los restos del prócer parece ser una proyección de su propio egocentrismo: "Al leer sus producciones repite a cada instante el alto concepto que tiene de su inteligencia, se considera un genio que no puede ser comprendido por las personas que la rodean". Ella vive abstraída de la realidad en el mundo ilusorio que se ha forjado y padece de alucinaciones: "Cree haber oído voces extrañas y en otras ocasiones ha tenido apariciones". "Todas éstas no son sino ilusiones sensoriales que revelan la exaltación de un cerebro enfermo". Finalmente se revela su monomanía erótica, que la hace buscar obsesivamente contactarse con el hombre que la desvela sin advertir que ello podía "afectar hasta el honor" y "sin recordar que esta persona está ausente, lo que no debía ignorar por los repetidos avisos que recibe y por la lectura de los periódicos que tiene a su alcance". Más allá de la intriga sobre la identidad de ese personaje real, cabe destacar el hecho de su notoriedad pública, lo que ratifica esa constante inclinación de Joaquina a relacionarse con figuras prominentes. El examen practicado comprobó, pues, su insanía mental en la que interesa particularmente esa tendencia que resaltamos.
En virtud de su estado, la sentencia final declaró a Joaquina incapaz para administrar sus bienes y demás actos de la vida civil, por lo que se nombró a Arrotea "tutor y curador" de su cónyuge. Tal fallo constituye un elemento concluyente para invalidar su testimonio, lo que deja huérfana de todo fundamento la versión sobre la nueva filiación de San Martín. Creemos, pues, que el hallazgo de este documento inobjetable en los últimos días de 2000, declarado oficialmente "Año del Libertador", no pudo ser más oportuno para cerrar una polémica inducida que tanto conmovió a la opinión pública, sembrando en ella una duda que ahora termina de quedar totalmente disipada.



