Una época cruel y su retrato
Sobre Archipiélago, de Abilio Estévez
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La muerte se había convertido en algo ordinario. Raro era el día en que no se anunciaban muertos, asesinatos múltiples en periódicos, noticieros radiales y sobre todo en bares, cafés y patios de vecindad.” Así describe José Isabel Masó, el narrador de Archipiélagos, novela de Abilio Estévez (Marianao, 1954), el clima político que se vivía en Cuba en agosto de 1933, en vísperas del derrocamiento del dictador Gerardo Machado. Ese año José Isabel cumple dieciséis años y el mismo día de su cumpleaños ve el asesinato de un hombre. Unas siete décadas después, en su casa de Vermont, rememora una serie de hechos y elabora un conjunto de semblanzas de personas de aquella época.
Estévez –autor cubano, pero que reside actualmente en Barcelona y cuenta entre sus obras Tuyo es el reino– no se propone una trama rigurosa para esta ambiciosa recreación histórica que se interna también en el siglo XIX. Opta por una estructura bastante libre en la cual el episodio de la caída de Machado sirve de núcleo para fortalecer la unidad de la obra y le permite autonomía en sus idas y venidas en torno al pasado y el futuro de los personajes. Entre ellos figura el gran amigo de José Isabel, Vitaliano Blanchet, cuyo padre, el coronel Maximino Blanchet, lo ha enviado junto con su madre y su hermana a Tampa para protegerlos de la revuelta contra Machado.
Durante los disturbios en La Habana varios de los protagonistas se refugian en la fonda La Estrella de Occidente. Allí están Ezequías Cumba, un ex boxeador y soldado que se alistó como voluntario en 1912 para combatir la insurrección de los Independientes de Color; Libertad Peña, una costarricense de cuarenta años que estudió Filosofía y Letras; el padre Hermolao, capellán del cuartel de Columbia; Penumbra, una cantante de boleros, y el Lince, su guitarrista; Teo Martinica, oriundo de aquella isla y constructor de canoas y botes de pesca.
El diáfano erotismo caribeño acompaña ciertos pasajes como los que cuentan la relación entre Libertad y el poeta José Manuel Poveda, la noche de bodas de Ezequías –un fragmento muy bien logrado– o la visita nocturna de Manila, el portero de un prostíbulo, a un José Isabel casi dormido.
El narrador tiende a adoptar una actitud omnisciente y a veces alude al lector refiriéndose a un asunto que se tratará más adelante. De él se sabe que ha sido criado por su abuela paterna. Ella le ha dicho que su madre murió de viruela y que su padre se fue a trabajar a los Estados Unidos. Desde chico ha manifestado pasión por la lectura –en especial por los libros de Salgari– y un espíritu viajero.
El título de la novela podría usarse como una metáfora para definir la organización expositiva: un conjunto de historias y vidas más o menos próximas entre sí, pero que casi nunca llegan a habitar un mismo continente argumental. Esta independencia genera su propio dinamismo estilístico y magnifica la diversidad de psicologías concebidas por el autor cubano.
En Maximino Blanchet, el personaje más complejo, se esboza un perfil contradictorio que no termina de resolverse. ¿Por qué –le pregunta en determinado momento Libertad– una persona inteligente, con sensibilidad, educada en París, “decidió unirse, ser amigo de un ser tan abyecto, tan ordinario, tan asesino” como Machado? Es un interrogante que el coronel declina responder.
Varios de los protagonistas descartan con escepticismo la posibilidad de un progreso político. Penumbra habla de “la voluntad de exterminio de los que han gobernado esta pobre isla”; Libertad dictamina: “Después de Machado habrá otro Machado, peor que el anterior y después otro peor y así sucesivamente…”; el predominio de este fatalismo pesimista se consolida, de manera lapidaria, hacia el final de Archipiélagos con una frase que puede atribuirse a José Isabel: “Vienen revoluciones, se acaban las revoluciones, vienen las guerras, se acaban las guerras y todo sigue exactamente igual, o peor, que es lo peor”.
ARCHIPIÉLAGOS
Por Abilio Estévez
Tusquets
461 páginas
$ 389








