Víctor Grippo: vigencia de una obra
En la Bienal de San Pablo se vuelven a exhibir sus instalaciones con papas, que evocan la conciencia latinoamericana
En la recién inaugurada Bienal Internacional de San Pablo, se exhiben dos obras de Víctor Grippo –Analogía I, 2da versión y Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza o Energía vegetal– que concitan el mismo interés que suscitaron hace 39 años en el mismo escenario.
Entonces integraron el envío argentino que llevaba las propuestas de diez de los miembros del Grupo de los 13. Este memorable colectivo se formó en 1971 en el Centro de Arte y Comunicación (CAyC), gracias a una convocatoria del crítico Jorge Glusberg, y reunió a algunos de los más destacados artistas conceptuales de la década.
Las obras del propio Glusberg –creador del CAyC, quien financió y curó la participación–, Grippo, Jacques Bedel, Luis Benedit, Jorge González Mir, Leopoldo Maler, Vicente Marotta, Luis Pazos, Alfredo Portillos y Clorindo Testa constituyeron un conjunto titulado Signos en ecosistemas artificiales, que abordó problemáticas acuciantes para la época con pinturas, objetos, fotografías y lo que hoy llamaríamos instalaciones.
Un tono crítico recorrió las propuestas. Podían observarse, entre otros, urticantes planteos sobre la producción de alimentos y el expolio de la tierra, el rol de la cultura en las investigaciones ecológicas o referencias a la violación de libertades en el contexto de los regímenes militares que asolaban el continente.
En 1977, como en las últimas ediciones de la bienal, el criterio convocante soslayó las representaciones nacionales para centrarse en propuestas temáticas. Fueron medulares los desarrollos del arte contemporáneo y su vínculo con las emergencias sociales, culturales y naturales.
La participación de los argentinos en la sección “Arte no catalogado” incluía sus proyectos en lo que los organizadores entendían como investigaciones aún no sometidas a clasificaciones que permitieran su absorción institucional.
Conciencia en expansión
Las dos instalaciones de Grippo, aunque figuraban con títulos diferentes, son las mismas que se presentan en la actual edición de la bienal. En 1977 fueron obras que por su envergadura –dos mesas de ocho metros de largo sobre las que se acumulaba una enorme cantidad de papas–, materiales y connotaciones ecológicas y culturales, llamaron la atención y contribuyeron a que el envío recibiera el Gran Premio Itamaratí, máximo galardón entonces conferido.
Analogía I, 2da versión –ampliación de la de 1971 que pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes–, compuesta por 400 kilogramos de papas conectadas entre sí y a un voltímetro por una maraña de cables, introduce la noción de energía eléctrica que estos tubérculos pueden producir. Esta simple demostración establece una propiedad inadvertida de la papa, análoga al impulso vital resultante de la metabolización de sus propiedades alimenticias.
El vegetal sudamericano, que tantas hambrunas morigeró en el continente de los conquistadores, es presentado por el artista en el centro de una especulación conceptual que aumenta su capacidad simbólica: sus cualidades se asimilan a la definición de conciencia y su posible expansión.
En Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza, otro conjunto de papas con frascos y matraces propios de un laboratorio, las vincula con la parafernalia química –recordemos los años de estudio de Grippo en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Nacional de La Plata– y propone una reflexión orientada a resolver las aparentes contradicciones entre arte y ciencia. En sus palabras: “Una estética surgida de una relación química completa entre lo lógico-objetivo y lo subjetivo-analógico, entre lo analítico y lo sintético, valorando la imaginación como instrumento de conocimiento creador no menos riguroso que el provisto por la ciencia”.
En la era de la ciencia y la tecnología, el artista descree que la humanidad encuentre en ellas la solución a todos sus interrogantes. Piensa que lo humano requiere observar algunas de sus dimensiones esenciales como la ética, las creencias –entre ellas, las convicciones ideológicas– y la superación espiritual. Para hacer que estos aspectos se manifiesten en sus obras, necesita que la poesía atraviese tanto su manera de elegir y tratar sus materiales como la de elaborar sus metáforas.
Aún hoy, provoca admiración que recursos tan sencillos –una de las claves de su poética– como los usados en estos trabajos sean portadores de tan densos significados. Quizá ésta sea una de las razones de su elección por quien encabeza el equipo curatorial a cargo de la 32ª edición de la bienal, el alemán Jochen Volz. Seguramente no fue ajena a esta decisión la capacidad del artista de otorgar a los objetos cotidianos nuevas funciones, transmutándolos, alquimia mediante, para integrar sistemas que proyectan lógicas alternativas. Las ideas de proceso y transformación, presentes en sus obras, están implicadas en los principios de “incertidumbre” y “entropía” que se propone explorar este encuentro internacional denominado Incertidumbre viva.
La de Grippo es de las contadas presencias históricas que participan de la exhibición, ya que la selección ha privilegiado las experiencias de artistas jóvenes, como los otros participantes argentinos, Eduardo Navarro y la coreógrafa residente en Francia Cecilia Bengolea.
A pesar del tiempo transcurrido, la obra de Grippo sigue iluminando el pensamiento y la sensibilidad de aquellos que tienen ocasión de confrontarla. Su actualidad radica en que sigue apelando a la conciencia tanto como a la capacidad interpretativa y a la fruición poética. Su presencia en la Bienal de San Pablo ofrece otra ocasión para corroborarlo.
Adriana Lauria
LA NACION