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Todo lo que pasó en los últimos dos años pueden haber sido el gatillo que disparó cuadros que estaban latentes y que ahora desbordan el aparato anímico. En ese contexto es fundamental escuchar a nuestro cuerpo y lo que nos está pasando, poder ponerlo en palabras y conocer los síntomas. Pedir ayuda, desde nuestra red de contención hasta a profesionales porque acá sí hay una fórmula que no falla: cuanto más capacitado sea el profesional y más rápido el pedido de ayuda, más eficaz será la respuesta al tratamiento.
Frente a esto y en la búsqueda de darte algunas herramientas, creamos un dossier con lo que tenés que saber (y aprender a reconocer) sobre la ansiedad, los ataques de pánico y la depresión.
a. Respiraciones conscientes: hacé el ejercicio de respirar conscientemente llevando el aire hacia el abdomen (respiración profunda) con foco en la exhalación. Se recomienda practicar en ciclos de 4-2-7. Se cuentan 4 tiempos para inhalar, 2 tiempos de retención del aire, 7 tiempos para exhalar. Otra técnica es la relajación de Benson: usar una palabra neutra al inhalar y exhalar. Por ejemplo: contar “1″ al inhalar, “2″ al exhalar. Los ejercicios de respiración ayudan a activar el sistema nervioso parasimpático y a cortar con los “pensamientos rumiantes”, ya que centran la mente en una consigna del momento presente.
b. Ejercicios de relajación muscular progresiva de Jacobson: a través de una audioguía (podés buscarla fácilmente en YouTube), se van contrayendo o tensionando músculos y liberándolos en diferentes partes del cuerpo.
c. Rutinas de yoga o de movimiento consciente: que incluyan pautas y posturas que inviten a focalizar en el movimiento para poder canalizar los pensamientos y las sensaciones derivadas de la ansiedad en el cuerpo.
a. Reconocer el ataque: es fundamental intentar calmarse, centrarse y, como primera medida, reconocer que estamos teniendo un ataque de pánico.
b. Recostarse en el suelo: estar acostadas provee una sensación de seguridad, de arraigo y de sostén. A su vez, permite relajarnos más fácilmente y dejar que las sensaciones se manifiesten en el cuerpo, sin miedo, sin juzgarnos, concentrándonos en la experiencia.
c. Quedarse ahí, sintiendo y respirando: para que la mente se focalice y no se descontrole con pensamientos que pueden sacarnos de eje. La mente, una vez centrada, ordena al cuerpo que empiece a relajarse poco a poco. Hay que tener en cuenta que es un proceso y que las sensaciones van a ir disminuyendo y el estado de estrés se va a ir diluyendo. Este paso a paso es necesario porque es fundamental convencer a la mente y al cuerpo de que es seguro relajarse y que no va a pasar nada malo.
a. Ponerse en movimiento: hacer ejercicio aeróbico, transpirar, es clave. Química y fisiológicamente, ayuda a generar hormonas muy beneficiosas como la dopamina, endorfinas y serotonina. Hacer cualquier actividad que nos eleve el tono muscular y active el metabolismo.
b. Rutinas de relajación y meditación: va a depender de cada caso. En general, ayudan, pero algunas técnicas que favorecen demasiado la introspección y el “meterse para adentro” no son las más indicadas para estos casos.




