Día de la Mujer: ¿Qué implica el derecho a gozar?
El 8M es un momento para reflexionar sobre la soberanía de nuestros cuerpos, la importancia de conocer nuestras zonas de placer y cuestionar los mandatos
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Lograr la soberanía sobre nuestros cuerpos es, sin duda, una de las luchas de los movimientos feministas contemporáneos. Porque durante siglos estuvimos pidiendo permiso para amar, para disfrutar, para decidir.
La sexóloga clínica Analía Lilian Pereyra, en el Día Internacional de la Mujer reflexiona: “El cuerpo es ese territorio original, que parece muchas veces no pertenecernos”. ¿Cómo sucede esto? Lo primero que señala: las mujeres crecemos sin conocer nuestro cuerpo ni el poder que tiene.
“Botón, perla, concha, cosita, colita de adelante, tuna e interminables nombres para referirnos a la zona genital externa e interna de las mujeres”, enumera la educadora sexual consultada. “Cuánto misterio, palabras engañosas y ocultas para referirnos a la vulva o al clítoris”, dice.
¿Por qué vivimos sin saber las mujeres –y, en menor medida, los hombres- sobre la anatomía sexual? “Los silenciamientos, tabúes y las religiones influyen para que en una sociedad se emplee un vocabulario denigrante para los genitales y, en particular, para los de mujeres”, menciona. Se nombran mal, se silencian, se desconocen.
Hemos hablado en notas anteriores sobre el clítoris. Recordemos que en 1998 los periódicos anunciaban que el clítoris era mayor que lo que se creía y estaba formado por el glande, el tallo y las cruras. “Esta es la recuperación de un dato que trae la médica Helen O’ Connell, el cual ya se había ilustrado con anterioridad, pero que como fue silenciado no figuraba en los manuales de anatomía”, explica Pereyra.
Cuenta que, en épocas de quema de brujas, a las mujeres portadoras de clítoris de gran tamaño las quemaban en las hogueras, porque un clítoris muy grande era considerado “la marca del diablo” y así las tildaban de brujas.
En nuestros días la información científica nos dice que el cerebro es el que envía señales al clítoris, a la vulva y a la vagina, que les indica el momento y la situación adecuada para lubrificarse, para llenarse de sangre, para alcanzar el orgasmo. “Hay una interconexión entre cerebro, la red neural sexual, la piel externa e interna y las emociones, todo es responsable de que cada mujer se estremezca de forma distinta, según los diferentes contactos físicos”, menciona la experta.
Pero, si no nos conocemos, ¿podemos gozar? Si los varones con los que tenemos encuentros sexuales (las mujeres heterosexuales) tampoco lo saben: ¿Cómo pueden colaborar con el goce femenino?, se pregunta.
“Las estadísticas refieren que sólo el 30% de las mujeres tiene orgasmo en un encuentro sexual. ¿El resto? Son las mal llamadas frígidas, porque no sienten placer en el encuentro, que está mediado siempre por la penetración vaginal, sin tiempo para la excitación y, muchas veces, sin ganas de participar, de estar ahí, pero con la obligación de hacerlo porque él lo reclama”, se explaya la sexóloga. “Entonces, por más de que tengamos las condiciones biológicas, nada de lo dicho respecto del circuito cerebro-red neural, sexual, piel se activará, porque las emociones dicen que no, que ahí no se goza, que ahí no se quiere estar”.
El orgasmo femenino como tabú
El autoplacer también fue negado a las mujeres históricamente, porque más bien nos prepararon para el goce de otro que demanda poseer nuestro cuerpo (que le pertenece). “Sabemos que la masturbación es una práctica erótica indispensable para gozar, para alcanzar un orgasmo, que sirve para conocerse, que disminuye el estrés, previene la depresión y libera dopamina y occitocina”, enumera Pereyra.
Pero contrasta con típicos mandatos de censura hacia el goce: “Cerrá las piernas, no te toques. La masturbación es un tabú femenino”, lanza. “El patriarcado tomó nuestra soberanía, tomó la soberanía sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros placeres y nuestro deseo”.
Concluye con lo que considera la revolución de las mujeres: empezar a nombrar sus partes, a conocerlas, explorarlas y disfrutarlas, a convertirse en amorosas consigo mismas y liberar sus mentes de prejuicios inculcados históricamente. “Tenemos derecho a gozar sin la mirada culpabilizante y moralista, derecho a decidir cuándo y con quién tener encuentros sexuales y qué prácticas queremos realizar y cuáles no. Es urgente diferenciar sexo complaciente de sexo con placer, ese es el gran desafío”, propone la sexóloga.
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