Sobre el estilo propio, la identidad y el qué dirán
Desde la primera bocanada de aire que damos en este singular planeta, nos vemos envueltos en reglas y estructuras. Los días en esta tierra, pasan a ser una sucesión de formas y lineamientos sobre el bien y el mal; sobre los caminos correctos hacia nuestros objetivos y propósitos de vida.
“¿Sabés por qué nunca voy a poder trascender pintando?”, me planteó una vez mi abuela muchos años antes de morir, “Porque estoy educada para el orden y las reglas, y tengo un miedo extremo a perder el control. Hay materiales, como la acuarela, con los que ni siquiera me animo a trabajar porque siento que me dominan. Mi cabeza quiere pintar una hoja verde y mi mano la traza. Pero el material después hace lo que quiere, cobra vida propia y yo entro en pánico.”
Por esa época yo estudiaba letras, carrera que abandoné a los dos años. El primer día de clases, una chica se acercó y me dijo: “Si te gusta escribir, no sé si estudiar esta carrera va a ser tu mejor idea. Te llenan de estructuras y te aniquilan la imaginación. Como si hubiera una sola manera de hacer las cosas.” En los meses que le siguieron a esa tarde, hubo mucho de eso: libros fantásticos desmenuzados en formalismos y descripciones densas. Lecturas fascinantes, transformadas en pura cabeza y ráfagas de aire polar para el corazón.
Para lo que sigue, les comparto este tema:
Pero dentro de aquel profesorado rígido y temeroso a volar, también hubo de lo otro. Recuerdo en particular a uno de ellos, que no vestía un suéter marrón como el resto, y que una vez nos dijo: “¿Sabían que Roberto Arlt cometía los errores de ortografía más terribles? Era un desastre, pero tenía vuelo y algún editor osado, en algún momento, lo supo ver. Supo ver más allá de la estructura. Saben, los tecnicismos siempre se pueden pulir y mejorar, pero a lo que más deben prestarle atención es a su estilo. Pero por sobre todo, deben aprender a confiar que lo tienen.”
Sus palabras siempre quedaron en mí, porque fueron una rareza dentro de un ámbito en el cual me daba la sensación de que, sin querer, ahogaban el vuelo ajeno. Parece increíble, pero las letras pueden resultar de las disciplinas más tradicionalistas y rígidas imaginables.
Pero como todo en la vida, sólo lo son si uno se deja llevar por el qué dirán. Estamos inmersos en una sociedad de jueces, en donde pareciera que las cosas deben hacerse siempre según las reglas y lo aprendido. “Esa palabra no existe”, “Así no se da una clase”, “Así no se lidera un equipo”, “Así no se posan los dedos sobre el piano”, “Así no se baila”, “Así no se canta”, “Tu metodología no es la correcta.” Y no nos olvidemos de los: “Así no se hace la cama”, “Así no se limpia un baño”, “Ese no es el método correcto para pelar una papa.”
Por supuesto que está muy bien estudiar, si tenemos la posibilidad de aprender y aprehender todo lo que está a nuestro alcance. Observar, escuchar y enriquecernos hasta colmarnos de saberes. Pero he visto a unas cuantas personas llenas de talento y capacidades, paralizarse ante las reglas impuestas y los juicios ajenos. Personas que podrían haber buceado dentro de su identidad pero que, sin embargo, se dejaron arrastrar por el exitismo social y la negatividad de unos pocos.
Es por eso que creo que, así como absorbemos los conocimientos, también debemos permitirnos hacer un bollo con toda esa información y, cada tanto, desecharla. Desechar la idea de que hay verdades absolutas, de que hay correctos o incorrectos; de que jamás podremos alcanzar nuestro sueño porque no tenemos la técnica de tal o de cual persona que seguro sabe lo que hace. Siempre digo que me pueden hacer escuchar al guitarrista más virtuoso del mundo, pero los tres o cuatro acordes que usa Gilmour en sus guitarras, serán los que me lleguen al alma. Porque, al final del día, no se trata de la técnica, de la velocidad de los dedos, de los años de repetición de esquemas estudiados, de las cintas invisibles que fueron grabadas para que escuchemos una y otra vez desde pequeños. Se trata de emociones.
Esas cintas invisibles y colmadas de reglas, son las que fabrican seres humanos como mi abuela, como mi propio ser en tantas ocasiones y como tantas otras personas en este mundo. Seres inseguros y convencidos de que lo estamos haciendo mal; convencidos de para qué intentarlo si no tenemos las capacidades esperadas; seres sobrepasados de miedos a la comparación y pendientes de los constantes jueces de nuestras vidas. Una vida que no es de ellos, es nuestra; simplemente a veces lo olvidamos.
Al final del día, creo que para estar más cercanos a la realización de nuestros proyectos y sueños de vida, debemos atender nuestras emociones y emprender vuelo con ellas. Mi experiencia me enseñó que fue recién cuando miré hacia mi interior y atendí mis sentimientos, que pude encontrar el camino hacia mi propio estilo y pude emprender un trayecto precioso hacia mi identidad.
Porque por más manuales de procedimiento que incluyamos en nuestros objetivos, me da la sensación de que por esa única ruta sólo obtendremos una sucesión de resultados correctos, pero no precisamente esos que nos hagan sentir un vuelco en nuestro corazón. Soy una convencida de que todo aquello que encaremos desde las emociones, será un éxito. Puede tocar un espíritu, dos o mil. No tiene importancia. Si logramos llegar a un solo ser humano en este mundo en forma profunda, nuestro emprendimiento habrá sido triunfal.
Transmitir nuestros proyectos desde las emociones, generará empatía. Y es desde la empatía, que llegaremos a las mentes y a los corazones de otros en forma real y distinta. Si logramos tocarle las fibras del alma a alguien, ese será un signo de que nos hemos animado a soltar nuestros sentidos y hemos logrado compartirlos con el mundo. Y será una señal de que estamos en el camino correcto hacia nuestra esencia.
Todos tenemos emociones, lo que significa que todos podemos encontrar una voz propia. Y las emociones no tienen estructura ni técnicas correctas; en ellas no hay bien y mal. Jamás son ridículas o un sinsentido. Por ello, es tiempo de atenderlas para vibrar a través de ellas. Ahí, creo yo, yace el secreto de encontrar nuestro propio estilo y descubrir nuestra identidad.
Ustedes, ¿Son de seguir mucho las reglas y las metodologías existentes a la hora de encarar sus propios proyectos? ¿Se animan a volcar sus emociones y sentimientos en sus emprendimientos a fin de marcar una identidad propia?
Beso,
Cari
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