Cristina purgó a Alberto y lanzó la amenaza que agita al peronismo
Ante el desafío del Presidente, advirtió que ella decidirá la estrategia electoral y no descartó competir en 2023; cómo influyó el triunfo de Lula, los miedos a una hiperinflación y la ciclotimia albertista
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Cristina Kirchner encabezó el viernes la ceremonia festiva de una purga política. Sin nombrarlo, como corresponde a estos rituales, desterró simbólicamente a Alberto Fernández del peronismo que ella se jacta de conducir por derecho histórico. Sintió la necesidad de explicar al presidente que inventó en 2019 como un instrumento necesario en una circunstancia particular del país y del mundo. Fue una decisión correcta porque sirvió para derrotar a la derecha. Lo malo que vino después es todo culpa de él.
La operación intelectual detrás de ese relato mete a la vicepresidenta a un laberinto lógico. Ella se ofrece a volver sin haberse ido. Repudia a un gobierno que ella gestó y en el que todavía interviene de manera decisiva. Valida al ministro de Economía, Sergio Massa, como una suerte de interventor para arreglar los platos que rompió su Frankenstein (como el monstruo de la ficción creador y criatura comparten apellido). Exige a sus seguidores que confíen otra vez en su criterio para definir la campaña y las candidaturas de 2023.
Limitada en opciones, la inercia propia de la crisis económica y el desconcierto del oficialismo puede obligarla a apuntar el dedo hacia sí misma. Cuando ante los delegados de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) dijo que iba “a hacer lo que tenga que hacer” para “devolverles la alegría a los trabajadores” lanzó sin disimulo una amenaza a los peronistas que se resisten a seguir sus directivas. Está dispuesta a ser candidata a presidenta nuevamente.
Carlos Zannini, habitualmente reacio a las intervenciones públicos, lo dijo con todas las letras en las últimas horas. “Si ella ve la necesidad de ser candidata, no le va a esquivar el bulto”. Andrés Larroque aportó su graznido el sábado: “Cristina es lo que pide la gente”.
A la vicepresidenta le obsesiona demostrar que actúa con racionalidad y no por caprichos o despecho. Quiso ser puntillosa en la justificación de la fórmula que propuso en 2019. Gobernaba entonces Donald Trump, principal garante del préstamo del FMI que condicionaba al país, Brasil había girado a la ultraderecha, Lula estaba preso y en la Argentina un peronismo dividido se encaminaba a otra derrota.
Siguiendo su razonamiento, Fernández era una suerte de caballo de Troya para el mundo, para el peronismo, para los votantes. Un moderado movido en las sombras por el viejo y querido kirchnerismo. Ahora, con el resultado puesto, no se hace cargo de las consecuencias de ese disimulo ni de la responsabilidad kirchnerista en el deterioro económico de los últimos tres años. Ella da un paso al frente al calor del triunfo de Lula, en un mundo donde ya no está Trump (al menos por ahora), donde la centroizquierda manda en casi toda América Latina y Europa vive convulsionada por la inflación y el desgobierno. ¿Por qué entonces no sería esta vez ella la candidata?
Primero que nada le urge remover el “obstáculo Alberto”. Máximo Kirchner hizo explícito el reclamo cuando ayer acusó al Presidente de lanzarse a una “aventura personal” después de haber llegado al poder gracias al conjunto. Le exigió que deje de “jugar al ofendido y de poner cara de triste”. Nunca se rebajó a pronunciar su nombre.
Axel Kicillof aplaudía a rabiar. Es uno de los que disemina el plan Cristina 2023 en reuniones con dirigentes bonaerenses. Lo hace en defensa propia: teme ser el destinatario de un nuevo dedazo. Sonríe con miedo cuando “la Jefa” elogia su gestión en el Ministerio de Economía como el cénit de la era kirchnerista, en contra del juicio casi unánime de los analistas de izquierda a derecha. El gobernador quiere la reelección, que ve como un objetivo posible ante la ausencia de ballottage, y no el sacrificio de una batalla presidencial que viene torcida para el peronismo. La ola política en la región no es de izquierda, sino opositora.
Máximo es de los menos entusiastas con ver a su madre en la cabeza de una fórmula. Cerca de Kicillof le atribuyen la intención de empujar al gobernador a la carrera mayor para liberar el casillero más apetecible de La Plata para alguien permeable a su influencia. En paralelo se encarga de impulsar candidatos en los distritos centrales. Y se entusiasma con colocar a la camporista Fernanda Raverta, directora de la Anses, como aspirante a la vicegobernación.
El trofeo de Lula
Cristina venía preparando desde hace tiempo su reaparición, que iba a ser el 17 de noviembre, por el Día de la Militancia. Pero íntimamente tenía la fecha del viernes como aspiracional. Cruzaba los dedos para que ocurriera antes el triunfo de Lula sobre Jair Bolsonaro. Solo entonces oficializó la convocatoria de la UOM, en Pilar. Mientras Alberto se subía el lunes a un avión para ser el primero en fotografiarse con el brasileño, ella diseñaba cómo sacarle provecho a este cambio trascendental en el tablero latinoamericano.
Lula ganó el partido y de repente se vio convertido en la pelota de un juego ajeno: pasó de ponerse una gorra con la inscripción CFK 2023 a incomodarse con la intensidad de los abrazos que le arrancó Fernández frente a las cámaras.
De regreso en Buenos Aires, el anuncio del acto en Pilar paralizó al Gobierno. Cuentan dos dirigentes que conversaron con él en la semana que lo vieron “agobiado”, “cansado” y “extremadamente preocupado” por la posibilidad de que Cristina Kirchner le tirara otro “misil desestabilizante”. Sus colaboradores se esforzaron en encontrarle actividades que lo mostraran en acción, como si su corazón estuviera en gestionar y no en pelearse con los propios. Le armaron fotos y recorridas con público afecto a las selfies y a los aplausos.
La resistencia de Fernández a archivar su proyecto de reelección le fastidia a Cristina más que el empeño en mantener las PASO. “No es la herramienta el problema, sino que se ponga en duda su conducción”, dice un senador de diálogo asiduo con la vicepresidenta.
Lo que vive Fernández es una lucha para salir de la condición de “pato rengo” cuando le queda un año de mandato. La reelección es un sueño lejano. Bracea para seguir a flote. Vive en una nube de ciclotimia. El viernes organizó de apuro un acto en Esteban Echeverría por la urbanización de una villa. Quería mostrarse en acción antes del show de la vicepresidenta. Al intendente Fernando Gray, crítico del camporismo, le pidieron desde Presidencia que no hubiera discursos de ningún tipo, como si temieran que una palabra fuera de lugar pudiera resultar una chispa en la pólvora de Cristina.
“¿Viste que no estamos tan mal? Una cosa es lo que pasa adentro y otra afuera, con la gente”, le dijo a uno de los que lo acompañó en la recorrida, después de entregar las llaves de casas nuevas a vecinos necesitados. El gobernador Kicillof faltó olímpicamente a ese acto oficial en su territorio. Tampoco estuvo el kirchnerista Martín Sabbatella, director de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), pese a que la actividad tenía que ver un desarrollo relevante vinculado al área geográfica que debe supervisar. Los bandos están bien definidos.
El tan temido discurso de su mentora Fernández no quiso ni oírlo. Estuvo esos 39 minutos arriba del avión que lo llevó a Santa Fe para un acto con Evo Morales, otro símbolo que le quiere disputar a Cristina.
Los principales pilares del proyecto de resistencia albertista son Agustín Rossi, jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), y Aníbal Fernández, ministro de Seguridad. Victoria Tolosa Paz, esposa de su amigo Enrique Albistur, se sumó como una nueva vocera oficiosa de temas que le interesa instalar a él, como fue la crítica preventiva a los “ministros que hablan como si estuvieran afuera”.
La pérdida de apoyos es constante. Los gordos de la CGT ya no lo cortejan. Solo siguen cerca de su órbita por la desconfianza que les despierta Cristina. Algo similar pasa con el Movimiento Evita, blanco constante de las flechas de la vice. Con ellos, el Presidente compensa el recorte de los planes sociales con la concesión de fondos para convertir en negocio las cooperativas piqueteras.
La ofensiva de Cristina contempla secar de poder a Fernández. Mostró como un trofeo la presencia del exministro Juan Zabaleta en las tribunas de Pilar. La imagen causó desazón en el ala albertista de la Casa Rosada. En La Cámpora celebraban que un ministro en funciones como Gabriel Katopodis aplaudieron el discurso de Máximo Kirchner contra la reelección de Fernández.
Efectos de la crisis económica
La racionalidad del “Operativo Pato Rengo” responde a la urgencia del kirchnerismo por quitarse de encima la responsabilidad de la gestión decepcionante de Fernández. Massa tiene la misión excluyente de evitar una devaluación drástica. De alguna manera ella también le asigna al ministro un carácter instrumental. Podría, a la larga, ser el designado para 2023. Pero tendrá que mostrar resultados. ¿Pragmatismo o trampa de lujo?
El enemigo nuevamente es la “derecha macrista” que pugna por reimponer el orden neoliberal. Ella opone el recuerdo de un pasado idílico (el de sus gobiernos, claro), en el que la participación del salario en el Producto Bruto Interno (PBI) era superior al 50%. Pide discutir “con datos”, pese a su compulsión por resaltar los que le sirven, manipular los que la incomodan y obviar los que la desmienten.
Lo que nunca termina de explicar es con qué políticas podría revertir la disparada de la inflación, cómo haría para recuperar las reservas del Banco Central, cómo piensa pagar la deuda externa, qué plan de desarrollo sustentable tiene para la Argentina. Fue curioso que en las tribunas de Pilar se superpusieran los cantitos previsibles de “Cristina presidenta” con gritos inorgánicos de “¡subí la hora!”. Será que algunos trabajadores sospechan que ella no es ajena al derrumbe salarial.
Es la gran dificultad que tiene la campaña a la que se acaba de zambullir, dos meses después del intento de asesinato que sufrió en la puerta de su casa. Se puede despegar del presente, pero si exagera se arriesga a agravarlo aún más. Ser y no ser exige contorsiones extravagantes.
“Miren que podemos estar peor”, dijo el metalúrgico Abel Furlán a sus afiliados. La épica también se devalúa. El sindicalista habló de los problemas de “los últimos cuatro años”, sin salirse de las referencias temporales que el kirchnerismo usaba en 2019. Fue otra ratificación, acaso inconsciente, de la purga a Alberto, como si los últimos tres años fueran un agujero negro en la historia.
Dos días antes, el dramático discurso del viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, en el Senado resultó de un baño de realismo infrecuente. El riesgo de hiperinflación no se eliminó del todo, dijo. No hay palabra que aterre más a Cristina. El FMI se sumó a los diagnósticos sombríos: “En la Argentina, las vulnerabilidades internas y la incertidumbre en torno a las políticas, sumadas a un empeoramiento del entorno externo, están agravando las perspectivas”.
Traducido: el peligro es ahora.
Massa tiene que moverse en el terreno incierto entre la necesidad de evitar el accidente y cumplir al mismo tiempo con las piruetas que le demanda Cristina. Ella es la garante de las políticas de ajuste. Por eso, los elogios al ministro en Pilar causaron euforia en el Palacio de Hacienda.
Pero en la gestión del corto plazo, las buenas noticias son efímeras. Los datos preliminares indican que la inflación de octubre se ubicará arriba del 6,2% de septiembre, lo que podría cortar la línea módicamente descendiente de los últimos meses. El Banco Central sigue perdiendo dólares por tubería, pese a que las importaciones están casi cerradas y a que funciona a pleno la sastrería de tipos de cambio. El Mundial de Fútbol, pensado como bálsamo social, no llega nunca.
La toma de decisiones sigue trabada, con un presidente que carece de autoridad y tiene una debilidad que asombra, mientras se resiste a ser eso que quisiera Cristina: un chivo expiatorio con funciones ceremoniales.
Así construye el Frente de Todos la utopía de un futuro triunfal. Alberto sueña despierto con una reelección quimérica. Massa se ilusiona con un giro drástico que le permita romper su promesa de no ser candidato. Cristina golpeó la mesa para avisar que es ella quien marcará el rumbo y hará “lo que tenga que hacer”. La dinámica que desató el viernes puede obligarla a dar la cara en unas elecciones que se adivinan cuesta arriba. Con el riesgo inaudito de perder y quedarse sin fueros.
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