
Dos formas de exculparse
En el mundo kirchnerista, los pecados que cometieron Felisa Miceli, con su bolsa de dinero, y Romina Picolotti, con su bolsa de trabajo, no se exculpan con la misma pena.
Lo de Miceli irritó al Presidente por el tamaño de la torpeza que la ministra acabó por reconocer 13 días después del hallazgo del paquete con pesos y dólares en el baño de su despacho. El sacrificio fue leve: debió explicar sola de dónde había salido la plata y responder preguntas de la prensa.
A Kirchner le preocupan el simbolismo de la bolsa con billetes -en rigor, un sobre- y los terrenos hacia los que se dispara la imaginación popular. Respalda a su ministra con gestos y ruega que los fiscales corroboren que las grietas en la versión oficial son apenas una sensación incómoda.
Con Picolotti es distinto. El esfuerzo del Gobierno para desautorizar las denuncias contra la secretaria de Ambiente sólo se dedica a casos en que está en juego la salud misma de un proyecto político. Había indignación en la voz del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, cuando anteayer ratificó en público a Picolotti.
No hay contradicción: el gobierno que defiende a una funcionaria por darles cargos al hermano, a la ex novia del hermano, a la prima, a amigos... es el mismo que prepara una sucesión presidencial de marido a mujer.
El mismo en el que un ministro, Julio De Vido, tiene a su esposa en el organismo de control interno del Gobierno. O en el que la hermana del Presidente es ministra, y el primo, subsecretario de Obras. Hasta Miceli logró la firma para que su pareja, Ricardo Velazco, iniciara en su madurez una carrera de funcionario que lo llevó del Banco Nación al Enargas y de ahí -tras el escándalo Skanska- a una subsecretaría que maneja planes sociales.
Picolotti no tuvo que defenderse sola ni exponerse a la impertinencia de la pregunta periodística. Encontró en el jefe de Gabinete un abogado férreo, que gastó minutos en ensalzar el currículum de cada familiar y amigo en cuestión. Con tantos elogios, parecía injusto que ninguno de ellos hubiera asumido en lugar de la silenciosa secretaria.
Repartir puestos -o candidaturas- entre familiares es un rasgo tan arraigado como poco exitoso de la política argentina. Denostada en años menemistas, la práctica se mantuvo en el manual del primer kirchnerismo y amenaza con ramificarse en el futuro. El candidato estrella del oficialismo Daniel Scioli promete ofrecerle un despacho clave a su hermano José. Y el triunfador porteño Mauricio Macri imagina ver pronto su apellido en las listas electorales bonaerenses, de la mano de su primo Jorge.
¿Más ejemplos? Alberto Fernández denunció que la investigación contra Picolotti había surgido de una carpeta filtrada por un funcionario separado del cargo, Bruno Carpinetti. Es hijo de un ex intendente de Florencio Varela, Julio Carpinetti, fiel ayudante de Duhalde durante años. Tuvo lógica que el jefe de Gabinete no mencionara ese detalle.
Fuera de micrófono, en el Gobierno maldicen la hora en que caen las sospechas contra las funcionarias. De fondo sobrevuelan Skanska y ahora el pedido de indagatoria contra Guillermo Moreno por el manoseo del Indec. Son coincidencias amargas cuando ya toca lanzar la candidatura de Cristina Kirchner. Alguien debería anticipar si algunas viejas costumbres sobrevivirán "el cambio que recién comienza".
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