El 18-F, algunas certezas y mucha incertidumbre
La marcha del 18-F fue sin duda un hecho político. Y lo fue por el impacto que tendrá sobre la campaña electoral y sus principales actores -Gobierno y oposición-, y porque su espontaneidad representó un ejercicio democrático inesperado, de una población que desde hace tiempo viene dando señales de escepticismo, apatía y desafección respecto de la política como instrumento para cambiar otra cosa que no sea la calidad de vida de sus actores principales. Sin duda, una expresión del reservorio de valores democráticos y vocación republicana que aún siguen vivos entre los argentinos, aunque lamentablemente necesitemos de una muerte como la del fiscal Nisman para activarlos.
Pero esta vez la muerte pudo convertirse no en ausencia, sino en plenitud de conciencia. No en emblema de lo ausente, sino de aquello que falta. Fue una multitudinaria marcha que llevó a miles de ciudadanos a exigir justicia y conocer la verdad sobre la muerte de un fiscal que decidió inculpar por encubrimiento y complicidad a una presidenta, un canciller y miembros de su entorno, en relación con funcionarios iraníes inculpados de responsabilidad en el atentado contra la AMIA. Pero la convocatoria hecha por un conjunto de fiscales que reclamaban seguridad y protección para llevar a cabo su trabajo fue desbordada en sus objetivos originales. La sensación de estupor por la muerte violenta de Nisman activó un malestar que estaba presente en la población, y la marcha se convirtió en un medio para canalizarlo.
El homenaje al fiscal produjo así una gran catarsis del miedo e incertidumbre y el profundo sentimiento de desprotección y fragmentación social con que conviven diariamente muchos argentinos. El reclamo por la justicia es el reclamo por la vigencia de la ley y el Estado de Derecho, única instancia que permite la vida en sociedad y la protección de los más débiles, y fue el paraguas donde convergieron descontentos variados: hubo quienes se movilizaron por la inseguridad, la corrupción, el exceso de personalismo, el rechazo por la falta de justicia y transparencia, el reclamo por la verdad, la lucha contra la corrupción y los bolsones de impunidad. También el reclamo por la honestidad de la palabra y un discurso asociado con la realidad. Por supuesto pudo mezclarse con alguna voluntad destituyente, que al ser voluntades sectoriales no lograron contaminar el verdadero sentido democrático que dominó el acto.
Desde el oficialismo y sectores de la izquierda, se afirma que fue un acto de sectores medios. No es del todo cierto pero aun cuando lo fuera, es bueno tener presente que la democracia no es sólo un número: es un conjunto de valores, una práctica y un proceso donde, desde el mandato y la legitimidad de origen que otorga una mayoría, debe priorizar el bien común teniendo como norte el conjunto de la sociedad a través del diálogo, el respeto por las minorías y la construcción de comunidad. La pregunta que muchos se hacen es quién se beneficia o perjudica con este "antes/después" de la marcha del 18-F. Sin duda, el Gobierno ha sido golpeado desde la muerte del fiscal, a tal punto que le resulta difícil sostener su tradicional capacidad y creatividad para manejar la agenda.
El desafío hoy es que el cambio de agenda en la sociedad, expresado en la marcha del 18-F, en la que los temas institucionales y el reclamo por la corrupción podrían convertirse en dominantes, deja al oficialismo sin ventajas competitivas. Pero no es seguro que la oposición pueda capitalizarlo. Ello dependerá de su capacidad para demostrar que no es necesariamente válida esa presunción popular sobre que "en el fondo todos roban pero por lo menos algunos hacen".
La autora es socióloga
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