La dramática carrera por evitar el colapso sanitario
Con las camas al límite, el Presidente y el gobernador definen cómo endurecer el confinamiento y se alarman con los gestos de desobediencia; la Ciudad busca defender las clases y espera por la Corte
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Axel Kicillof y su viceministro de Salud, Nicolás Kreplak, trazaron con lujo de detalles el retrato de un desborde del sistema sanitario. Ya no como una profecía apocalíptica, sino en tiempo presente. Alberto Fernández auscultó en persona la angustia del gobernador de Buenos Aires, en una cumbre de viernes por la noche que fue el prólogo del confinamiento que viene.
“No se puede jugar más. O cerramos más o explota”, sintetizó un funcionario que habló con Kicillof y con el Presidente, en horas en que el Gobierno ya era atravesado por el golpe emocional que significó la muerte trágica del ministro Mario Meoni.
La sensación de que la segunda ola del coronavirus conduce a otra cuarentena convive con la preocupación en el entorno presidencial por la falta de apoyo social a las medidas restrictivas. Fernández viene de atravesar una semana negra, en la que Horacio Rodríguez Larreta y -sobre todo- los padres con chicos en edad escolar desafiaron abiertamente su autoridad. No solo la letra fría de un decreto, sino aquella frase de alarde de poder y dedo en alto en una conferencia de prensa: “¡A mí la rebelión, no!”
Tironeado por Kicillof –con Cristina Kirchner en silencio, pero activa desde la saludable distancia de El Calafate-, el Presidente fue quemando en la hoguera de la unidad oficialista su capacidad de alcanzar consensos políticos, un activo vital en la gestión de la pandemia.
Cuando hace 10 días suspendió sin aviso previo las clases presenciales y rompió el delgado hilo de confianza que quedaba en su relación con Larreta ya sabía que el país se encaminaba a una escalada de limitaciones. Prefirió imponer que convencer. Como si necesitara exhibirse poderoso.
La virtual desobediencia civil, en medio de una ensalada de fallos judiciales, lo descolocó casi hasta el punto de la inacción. Las aulas llenas en la ciudad de Buenos Aires y los abrazos a colegios en el conurbano desataron una cadena de declaraciones, cartas amenazantes y peleítas inconducentes, como la denuncia de la directora del PAMI, Luana Volnovich, por la aplicación de vacunas a sus afiliados porteños.
Pero Fernández se resignó a perder una batalla política, a sabiendas que lo peor está por delante. “Es peligrosísimo llevar la política sanitaria al tablero electoral. Lo que viene es muy grave”, se sincera un dirigente kirchnerista de dialogo permanente con el Presidente. Aunque la culpa se la endilguen a Larreta por no acatar un DNU, en el Gobierno admiten que necesitan encontrar un atajo hacia el consenso.
Puertas adentro, la Provincia teme que una ocupación crítica del sistema de la Ciudad de Buenos Aires impida derivar hacia allí a pacientes graves de los municipios vecinos que se queden sin recursos
En esa lógica se inscribe la decisión de dilatar todo lo posible la presentación del Ejecutivo ante la Corte Suprema por el litigio con la Ciudad. Primero se informó que el procurador Carlos Zannini iba a presentar el escrito de inmediato. Finalmente se resolvió agotar los plazos, es decir hasta este martes a primera hora. De ese modo, el fallo llegará -si llega- cerca del momento en que venza el decreto que prohibió las clases presenciales.
Los jueces del tribunal –remisos a arbitrar entre Fernández y Larreta- tendrán sobre la mesa no solo argumentos jurídicos, sino la curva de contagios, récord de muertes diarias y señales muy concretas de que necesita acción urgente para contener el virus. ¿Se van a atrever a decir en esas circunstancias que el gobierno nacional no puede disponer medidas de emergencia sanitaria?, advierten en la Casa Rosada.
Para la Ciudad ya significó un éxito que la Corte aceptara su competencia originaria –es decir, que ratificara que el distrito tiene los derechos de una provincia- y espera una sentencia que fortalezca la autonomía. Pero no sueña con un triunfo completo.
Los jueces supremos ansían que se abra un canal de diálogo político razonable que los releve de emitir una sentencia sobre un instrumento legal a punto de caducar.
Radiografía del desborde
¿Alcanzará con la fuerza de los datos? Mil muertos registrados en 48 horas, una tensión fortísima en los hospitales del conurbano y en clínicas privadas porteñas, ambulancias que dan vueltas en círculos con pacientes a bordo a la espera de un lugar donde dejarlos, proveedores de oxígeno que no alcanzan a cubrir la demanda. El ritmo actual de aumento de los contagios conduce a un colapso gravísimo en dos semanas o antes, insiste Kreplak.
En la reunión con Fernández, Kicillof y Kreplak teorizaron sobre el drama de quedarse sin camas. La ocupación actual en terapias intensivas en el Gran Buenos Aires es del 76%, con distritos que cuentan con menos de cinco camas libres (Ituzaingó, Berazategui) y que ya derivan gente a otros municipios. Analizaron opciones para ampliar la disponibilidad con espacios temporales, pero sobre todo hicieron foco en la necesidad de actuar sobre la Ciudad.
El relato público del kirchnerismo refiere a que el desborde de los hospitales privados porteños está metiendo presión al sistema en el conurbano. “Deambulan por Buenos Aires buscando una cama y terminan en el conurbano”, dijo ayer Fernández. Puertas adentro, con menos cinismo, se asume una realidad de una provincia que registró el viernes 14.000 contagios diarios, más del 50% del total nacional. La obsesión con ampliar el confinamiento en toda el área metropolitana no es solo una forma de “cuidar a los vecinos de la Ciudad”, como dijo el Presidente al anunciar el último DNU. Tampoco un castigo a Larreta por simple cálculo electoral, como se replica desde la oposición. La Provincia teme en realidad que una ocupación crítica del sistema de la Capital impida derivar hacia allí a pacientes graves de los municipios vecinos que se queden sin recursos.
Si fuera por Kicillof, mayo debería empezar con un cierre total por dos semanas similar al que propuso Sergio Berni, sin siquiera transporte público. Una cuarentena de shock para achatar la curva y distender el sistema sanitario. En el Frente de Todos dudan que puedan ejercer la autoridad para cumplirlo. El propio Berni fue blanco de críticas del Presidente estos días por la laxitud de la Policía Bonaerense para hacer observar las restricciones a la circulación que ya existen.
El formato final del confinamiento que viene seguirá bajo discusión reservada entre la Casa Rosada, La Plata y El Calafate. Fernández quiere esperar unos días para decidir. Ni siquiera se descarta incluir la “presencialidad administrada” (algunos días en el aula, otros en Zoom) que propuso el ministro de Educación, Nicolás Trotta, cuando se recuperó del agobio pasajero que experimentó la semana anterior. Las encuestas las leen todos. Incluso Kicillof concede que se necesita algún guiño a una sociedad golpeada por 15 meses de malas noticias.
La mirada de la Ciudad
Del otro de la General Paz, Fernán Quirós responde que los casos se amesetaron (en un nivel muy alto) y cree que el sistema va a resistir. Fuera de micrófono, los funcionarios porteños asumen que nos encaminamos a un período de mayores restricciones. “Lo último en cerrar tienen que ser las clases presenciales”, insisten. Las escuelas abiertas terminaron por convertirse en una bandera de Larreta. En términos políticos, un regalo de Fernández. Pero que requiere agitarla con precisión quirúrgica para evitar que se le vuelva en contra.
En la Ciudad ven casi inevitable frenar la actividad comercial y establecer más limitaciones a los encuentros sociales, incluso al aire libre. Y ya diseñaron un protocolo para ir cortando la presencialidad por etapas en caso de que la situación se agrave. “Todos tenemos que bajar un cambio. Lo que viene es delicado. Horacio ordenó bajar el nivel de la confrontación y actuar de acuerdo a los datos”, explica un funcionario del gabinete porteño.
La valoración de la política de Alberto Fernández contra el Covid –que alguna vez presentó como un modelo mundial- se fue deteriorando con los meses. La última medalla que sobrevive en el relato es haber evitado el colapso del sistema sanitario
El dilema es cómo volver a la mesa de negociaciones para que el consenso limite la pulsión al incumplimiento. El diálogo entre Fernández y Larreta quedó roto cuando se atraviesan las peores semanas de la pandemia, con demasiados rencores acumulados de los dos lados. Se prevén reuniones a nivel ministerial desde mañana o el martes. ¿El miedo será capaz de unir lo que la política dinamitó?
Detrás del relato
Mayo asoma como un mes determinante para Fernández. La valoración de su política contra el Covid –que alguna vez presentó como un modelo mundial- se fue deteriorando con los meses. El confinamiento temprano de marzo 2020 se convirtió en un pantano de ocho meses que no evitó alcanzar cifras abrumadoras de muertos e infectados, a la vez que provocó una destrucción económica de casi 10 puntos del PBI. Ni la vida ni la economía. El plan de inoculación avanza entre carencias, lejos de la velocidad prometida y con la carga oprobiosa de los vacunados vip.
En el relato exitista del Gobierno sobrevive el logro de haber evitado el colapso del sistema sanitario. La Argentina vio de lejos las escenas de morgues desbordadas, hospitales con pacientes graves en los pasillos y médicos que debían optar a quién salvar que sufrieron países desarrollados cuando los sorprendió el virus y varias naciones de la región que fueron incapaces de absorber el impacto.
La segunda ola pone en peligro esa última medalla. Kicillof, con aval de Cristina, insiste en que hoy no importa otra cosa. Ni el equilibrio fiscal ni el fastidio de los padres por la educación de sus hijos. Fernández acuerda. Se hará cargo de las decisiones, con la esperanza de que los propios no lo presionen por los medios. Con heridas a cuestas, se vuelve a acomodar en el puesto de mando, como en el inicio de la pandemia.
El Frente de Todos se abroquela. La crisis sanitaria y las elecciones que se vislumbran en el horizonte aconsejan aparcar las internas. El Presidente y el ministro del Interior, Wado de Pedro, han hablado con casi todos los gobernadores peronistas en busca de redondear un apoyo más claro a futuras medidas.
No son tiempos de sutilezas. La amenaza del estallido sanitario hace tentadora la solución más a mano. La receta conocida de cerrar todo y subsidiar.
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