La redacción: el detrás de escena de la investigación que cambió la historia
Por qué se tomó la decisión de ir a la Justicia sin publicar la primicia; cómo vivió el equipo de LA NACION una experiencia fundacional que desató una causa sin precedente
La puerta de la oficina estaba abierta. Habitualmente lo está. Sin embargo, ese no iba a ser un lunes más en la Redacción de LA NACION. La lluvia torrencial iluminaba las ventanas del segundo piso y el sonido del triángulo que habitualmente convoca a la reunión de tapa de las 15 fue interrumpido por Diego Cabot. "¿Tenés un minuto?", preguntó, enigmático. Cerró la puerta, apoyó una bolsa negra sobre el escritorio y me miró fijo. Le consulté qué era eso y me dijo: "Es todo o nada". El tiempo se detuvo.
Abrí la bolsa y allí estaban: un anotador, seis cuadernos espiralados y uno azul de tapa dura . También un juego de facturas de una marroquinería de Once. Prolijos. Cuidados. Escritos de puño y letra con detalles impensados. Recorrimos juntos las páginas. Me mostró algunos nombres y lugares. Patentes, direcciones y un entramado con el que todo periodista sueña toparse al momento de buscar la verdad. Me contó cómo los había obtenido y la responsabilidad que sentía por chequear toda esa información.
Juntos trazamos la estrategia de allí en más. Enero es un mes atípico, con gran parte del equipo de vacaciones. Los diálogos telefónicos por este tema quedaron desactivados entre nosotros y solo charlaríamos de los avances personalmente. La confidencialidad era clave y por eso el juego quedaría limitado también internamente.
El equipo de investigación lo conformarían dos periodistas del Máster que LA NACION lleva adelante con la Universidad Di Tella. No fueron elegidos al azar. Candela Ini, con fuerte inclinación por la política y la investigación, y Santiago Nasra, con vocación por la precisión de los datos y los sistemas, maridaban perfecto con el trabajo por hacer. Durante el día, Diego trabajaba en notas sobre sectores que tradicionalmente cubría y publicaba con regularidad. Por la noche, en su casa, se reunía con el equipo en interminables jornadas de café y estandarización de los datos.
La segunda reunión por este tema ocurrió 20 días después. Los avances ya eran impresionantes. La estrategia de citar a los empresarios en los lugares escritos en los cuadernos dio sus frutos. Varios se quebraban y otros amenazaban con que la investigación no llegaría a ningún lado. El silencio interno y externo se mantuvo. A medida que pasaban los días, más eran los datos confirmados y mayor la cantidad de certezas. Listaron nombres, direcciones, cargos, empresas, montos y dominios de autos. Chequearon cada uno de ellos y llegaron a varias conclusiones. La base de datos tenía el detalle de cada movimiento registrado en diez años de anotaciones. Los cuadernos los llevaron a las cocheras donde se hacían los intercambios de bolsos y pudieron comprobar cuánto pesan los dólares, "el fresco". También ingresaron en habitaciones de los hoteles señalados por el chofer de Roberto Baratta , subieron a lujosas torres de Puerto Madero y caminaron, de la mano de la corrupción, por los balcones de los pisos treinta y pico, desde donde todo se ve pequeño.
La lluvia torrencial iluminaba las ventanas del segundo piso de la Redacción y el sonido del triángulo que habitualmente convoca a la reunión de tapa de las 15 fue interrumpido por Diego Cabot. "¿Tenés un minuto?", preguntó, enigmático. Cerró la puerta, apoyó una bolsa negra sobre el escritorio y me miró fijo. Le consulté qué era eso y me dijo: "Es todo o nada". El tiempo se detuvo
La investigación había cobrado vida propia. El otro punto decisivo se produjo en abril. Más precisamente el jueves 5, a las 14.05. A esa hora, en lo que conocemos como la sala de tapa, se cerraron las puertas y Diego describió los caminos con los que contábamos a esa altura. Una opción era volcar la información y las conclusiones en una nota importante. La otra, mucho más ambiciosa, era desenmarañar en la Justicia el engranaje de corrupción. La segunda fue su recomendación. Los riesgos eran claros: perder una primicia histórica en la que se venía trabajando durante meses. Al momento de poner en la balanza no dudamos ni un segundo: privilegiar la institucionalidad, la transformación republicana y los valores fundamentales de la democracia valía mucho más que un anticipo. Sobre todo en un país donde muchas veces la famosa grieta lleva a justificar lo injustificable y en el que el rol de la Justicia era fundamental para verificar la veracidad de centenares de documentos como los que tenía este caso. "Dale para adelante, Doc", fue la frase con la que resumió Diego el feedback que recibió en ese momento. Esto tampoco fue casual. Hacía más de un año que su búsqueda periodística era incesante; además tiene una carrera intachable en el diario, al que ingresó hace más de 15 años a través del Máster, y hoy se convirtió en prosecretario.
El 10 de abril Cabot declaró durante cinco horas en una oficina de Tribunales. La decisión fue no publicar una línea hasta que la Justicia actuara. En paralelo continuaba la investigación y a mediados de julio los tiempos se precipitaron. La tarde del 31 fue detenido Oscar Centeno , que ratificó en la Justicia la autoría de sus escritos. A esa altura, toda la Redacción vibraba.
A las 19 el dato de la detención del "chofer de Baratta" empezó a filtrarse. Dicho así, era una noticia más, casi rutinaria. Pero en LA NACION intuíamos lo que ese acto iba a precipitar. ¿Qué hacer? El riesgo cierto de perder una primicia después de tanto trabajo se hizo patente. Tras un encuentro trepidante en Secretaría, se decidió seguir esperando a que la Justicia completara los operativos que en la madrugada siguiente concluirían con el arresto de exfuncionarios y empresarios. La guardia fotográfica estuvo lista y tomaría el testimonio del momento clave.
En la mañana lanacion.com publicó la primicia e impuso su marca de agua en todos los documentos que el equipo liderado por Cabot había acercado a la Justicia. Más de 200 medios del mundo reprodujeron el caso de los cuadernos de las coimas. Las señales de la Argentina llevaron LA NACION en todos sus noticieros y puertas adentro se planificó la cobertura 360°. La energía vibraba en todos y cada uno de quienes formamos el equipo de trabajo. No hubo cargos ni jerarquías sino una convicción de llevar el esfuerzo de tantos meses a lo más profundo. Tampoco egos. Todos sumaron lo mejor de sí.
El 1° de agosto LN+ estuvo en vivo durante toda la jornada contando el detrás de escena, la web no paró de revelar detalles y el 2 de agosto se publicó una portada histórica. Fueron días frenéticos en los que no hubo noches ni mañanas, sábados ni domingos. A todos nos unía la pasión. Las ganas. La satisfacción de aquello que supo escribir Tomás Eloy Martínez y que hace a nuestro deber de "preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar como verbos capitales del periodismo". Cada hora aparecían nuevos detalles. Las ediciones impresas se agotaban y el ritmo de suscripciones digitales duplicaba su promedio diario habitual. A cada momento se sumaban nombres y en la web se anticipaban datos clave. Para entonces el equipo de Cabot trabajaba en conjunto con el equipo de Hugo Alconada Mon, formando un núcleo de investigación unificado. Juntos, la información se multiplicaba en velocidad y cobertura.
Otro momento inolvidable se vivió con la entrevista exclusiva a Jorge Bacigalupo, el hombre que entregó los cuadernos y hasta entonces era una persona desconocida y fuera del radar de quienes llevaban la pista a terrenos irreales.
El 1° de agosto LN+ estuvo en vivo durante toda la jornada contando el detrás de escena, la web no paró de revelar detalles y el 2 de agosto se publicó una portada histórica. Fueron días frenéticos en los que no hubo noches ni mañanas, sábados ni domingos. A todos nos unía la pasión. Las ganas
Cuando Diego logró que rompiera el silencio, se montó un operativo inédito en la Redacción. La velocidad de los acontecimientos superaba la capacidad de asimilación. Inés Capdevila (secretaria de Redacción a cargo de Mundo y Comunidad), Flor Abd (figura clave del equipo de arte) y Gustavo Carabajal (experto en policiales) se subieron al auto para buscar personalmente al testigo, que antes de pisar el set de la televisión ya había contado todo en la Justicia. Junto a Gail Scriven (prosecretaria general), Martín Rodríguez Yebra (secretario de Política) y Sergio Suppo (adscripto a la Secretaría General) debatimos en un viernes de adrenalina pura junto a Daniela González (gerente de Programación de LN+) cuál era la mejor estrategia para esa exclusiva. Gastón Roitberg (secretario Digital) y Diego Yañez Martínez (editor jefe de Home) trabajaron a destajo junto a todo el equipo. Como nadie quería que la información se revelara antes de la cuenta, se hizo la grabación en el archivo del diario, un terreno cargado del ADN de los últimos 148 años, y también en otra apuesta sin precedente se planificó una transmisión conjunta entre lanacion.com y LN+. La alarma anunciaba que en 30 minutos habría más datos imprescindibles.
La entrevista se emitió a las 22 y el rating de la TV aumentaba a toda velocidad al igual que los clics. Todos los medios reprodujeron la información de LA NACION en tiempo real. El equipo de arte (Ana Gueller), visualizaciones (Pablo Loscri) y LN Data (Momi Peralta Ramos) le dieron forma a la democratización de la información: se publicaron completos los cuadernos para que todos los medios, organizaciones de control y aquellos que quisieran saber más o investigar más pudieran hacerlo.
Las camisas y trajes de todo el equipo estaban fuera de lugar. Los maquillajes también. Pero la satisfacción colmaba a todos quienes hacemos LA NACION. Después de todo, la historia ya no será la misma desde este momento y el periodismo de calidad demuestra una vez más su irreemplazable valor republicano.
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