Murió Galtieri, el militar que llevó al país a la guerra
Tenía 76 años y padecía cáncer de páncreas
Por causa de un cáncer de páncreas que lo afectaba desde hace meses, murió en la madrugada de ayer, a los 76 años, el teniente general (R) Leopoldo Fortunato Galtieri, el ex presidente de facto que llevó a la Argentina a la Guerra de las Malvinas y que gobernó el país entre diciembre de 1981 y julio de 1982.
Galtieri, que falleció minutos después de las 4 en el Hospital Militar Central, cumplía arresto domiciliario desde julio del año pasado, procesado por el secuestro y desaparición de una veintena de militantes montoneros en 1980.
Sus restos serán inhumados hoy, a las 11, en el panteón militar del cementerio de la Chacarita, en una ceremonia de la que sólo participarán sus familiares más estrechos, que decidieron no velarlo.
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Dos hechos marcaron a fuego la presidencia de Leopoldo Fortunato Galtieri. Apenas asumió, en diciembre de 1981, proclamó: “Las urnas están bien guardadas”. Pero pocos meses más tarde se dejó llevar por un temperamento de suyo soberbio y proclive a ciertos excesos y dio señales de estar predispuesto a perdurar en el poder cuando se produjese alguna clase de salida electoral.
Acorde con ese estilo, no encontró mejor recurso proselitista que tratar de rescatar del descrédito al régimen militar y, al mismo tiempo, promover su propia figura, abriendo hostilidades contra el Reino Unido tras darle luz verde a la invasión de nuestras islas Malvinas.
Galtieri había nacido en Caseros, provincia de Buenos Aires, el 15 de julio de 1926. Estaba casado con Lucía Noemí Gentili y tenía tres hijos.
Egresó del Colegio Militar de la Nación, como subteniente del arma de Ingenieros, el 14 de diciembre de 1945. Cuatro años más tarde se graduó en la Escuela de las Américas, donde los Estados Unidos instruían a los militares del continente sobre la contrainsurgencia. Ese centro actuaba como un baluarte contra el comunismo durante los años de la Guerra Fría.
Entre otros destinos a lo largo de su carrera militar, ocupó la subdirección de la Escuela de Ingenieros en Concepción del Uruguay, entre 1964 y 1967; fue comandante de la Brigada de Infantería IX en Comodoro Rivadavia, entre 1972 y 1973, y jefe IV de Logística y Finanzas del Estado Mayor del Ejército, en 1973.
Después de haberse desempeñado como subjefe del Estado Mayor General y de haber ascendido a general de división, fue designado comandante del II Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario. De allí pasó a la titularidad del I Cuerpo de Ejército, escalón previo a asumir la jefatura del Ejército, con el grado de teniente general.
Fue el 43er. presidente argentino. Reemplazó al teniente general Roberto Viola, el 22 de diciembre de 1981, y retuvo ese cargo hasta el 17 de julio de 1982, cuando lo sucedió el general de división Reynaldo Benito Bignone, último jefe de Estado militar y encargado de conducir el proceso que desembocaría en la recuperación de la democracia en la Argentina.
A diferencia de su antecesor, partidario de la apertura política del gobierno militar -pese a que nunca vio con claridad la forma de instrumentarla-, Galtieri dio inequívocas señales de que esa apertura estaba lejos de ser su objetivo. Ya antes de asumir la presidencia de la Nación es probable que Galtieri -a quien algunos funcionarios norteamericanos calificaron de "majestuoso"- hubiera entrevisto la posibilidad de retener el poder una vez que llegase a su término la gestión de facto.
En ese entonces, a fines de 1981, ya había abortado el plan económico puesto en marcha por Jorge Rafael Videla en 1976. Entretanto, aquí y en el exterior se había desatado abiertamente un fuerte cuestionamiento a los métodos utilizados por los militares argentinos para tratar de aniquilar a los grupos subversivos que habían comenzado a actuar a fines de la década de los 70.
Casi al mismo tiempo que Galtieri llegaba a la Presidencia de la Nación, la política comenzaba a desentumecerse. Cinco partidos políticos habían creado la "multipartidaria", alumbrada con el objetivo de urgir una salida democrática e integrada por el peronismo, el radicalismo, el desarrollismo, el Partido Intransigente y la democracia cristiana.
Cuando se hizo cargo de la presidencia, la crítica situación económica y el descontento social que se vivían en el país parecían incontrolables. Frente a ese panorama, el gobierno que encabezaba necesitaba descomprimir la tensión interna y lograr consenso.
El intento por recuperar las islas Malvinas fue uno de los ejes de esa estrategia. La invasión, que había sido planeada a fines de 1981, luego de un viaje que Galtieri realizó a los Estados Unidos y que se concretaría en mayo o junio -en coincidencia con las fechas patrias-, debió ser adelantada a raíz de propuestas de la cancillería argentina en el sentido de que era conveniente aprovechar un conflicto abierto en las islas Georgias del Sur.
El 2 de abril de 1982, las Fuerzas Armadas desembarcaron en el archipiélago austral. El general Mario Benjamín Menéndez asumió el gobierno militar de las islas.
Hizo así suya una vieja idea de su amigo, el jefe de la Armada, almirante Jorge Anaya, que tenía un notable ascendiente intelectual en el flamante mandatario de facto y de quien era amigo desde la adolescencia, por haber sido compañeros en el Liceo Militar General San Martín. Todo indica que de no haber sido el presidente Viola destituido por la junta militar, a mediados de diciembre de 1981, el Ejército se habría opuesto a que se desencadenara la aventura de las Malvinas.
Asomado a un balcón de la Casa Rosada, se dejó embriagar por los vítores de la multitud congregada en la Plaza de Mayo. No quiso advertir que la complacencia popular no estaba dirigida a él, sino a la satisfacción de una reivindicación territorial que todos los argentinos alentaban, desde la infancia, en lo más íntimo de su corazón.
Cuando reapareció la sensatez -poco días después-, sus bravuconadas y gestos despectivos no sirvieron para despejar la durísima realidad de cuál sería el inexorable resultado de una confrontación mano a mano con la segunda potencia militar de Occidente.
La Asamblea de las Naciones Unidas pidió con insistencia a las partes abandonar la actitud bélica y negociar. El secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, intentó sin éxito, en Buenos Aires, conseguir el retiro argentino. El 1° de mayo, los Estados Unidos declararon ilegal la acción militar de nuestro país y le impusieron sanciones económicas a la Argentina, además de ofrecer a Gran Bretaña armas, apoyo técnico y de inteligencia.
Ese fue el principio del fin para el conflicto y para el régimen militar. Galtieri había pagado duro precio por su garrafal error de inferir que los Estados Unidos retribuirían la colaboración que por entonces la Argentina prestaba a los "contras" que enfrentaban el sandinismo en Nicaragua, mirando a otra parte y desentendiéndose así de la invasión de las Malvinas
El 14 de junio de 1982, tras una visita del papa Juan Pablo II a la Argentina, el general Menéndez y 9800 soldados, en su mayoría conscriptos, se rindieron en Puerto Argentino ante las tropas británicas, encabezadas por el general Jeremy Moore.
A la postre, el militar "majestuoso" había jugado su partida, aunque con fichas ajenas: los padecimientos y las vidas de cientos de soldados compatriotas. Y había perdido, tras desatar un conflicto tan inútil como perverso que, en definitiva, hizo añicos cuanto se había avanzado hasta ese momento en pos de un entendimiento diplomático con los británicos.
La derrota aceleró la crisis política y Galtieri debió renunciar poco más de un mes después de la rendición. La misma multitud que lo había aclamado en la Plaza de Mayo el 2 de abril, cuando anunció la ocupación del archipiélago, exigió su renuncia.
La situación económica reflejaba la crisis del país. El nuevo ministro de Economía, José Dagnino Pastore, declaró que se estaba en "estado de emergencia". La inflación había llegado al 209 por ciento y el salario real había caído, sólo en el primer semestre del año, el 34 por ciento.
Ante la debacle de la administración que encabezaba Galtieri, se formó una nueva Junta Militar, esta vez integrada por los jefes de las Fuerzas Armadas, el teniente general Cristino Nicolaides (Ejército), el almirante Rubén Franco (Armada) y el brigadier general Augusto Hughes (Fuerza Aérea). El 1° de julio asumió el último presidente del Proceso de Reorganización Nacional, el general de división Reynaldo Bignone.
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El revés en las Malvinas repercutió hondamente en las Fuerzas Armadas. El Ejército designó entonces al general (R) Benjamín Rattenbach para que determinara la manera en la que había actuado en la guerra. Meses después, se difundió un informe lapidario en el que se recomendaba el fusilamiento de Galtieri. Más adelante, la Justicia trocaría esa sentencia por la degradación, que no llegó a tener efecto práctico.
Galtieri había sido condenado por su desempeño en la conducción de las acciones bélicas contra Gran Bretaña, pero en 1990 obtuvo el beneficio del indulto, junto con otros militares condenados por violaciones a los derechos humanos, suscripto por el entonces presidente Carlos Menem.
Anteriormente, el 14 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín había dispuesto el juicio sumario, ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, de las juntas militares del Proceso de Reorganización Nacional por violaciones a los derechos humanos. Tras el informe, la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional dio a conocer las sentencias para los comandantes y absolvió a Galtieri.
El ex mandatario de facto ya había entrado en el ocaso, aunque no el olvido. De una manera o de otra, sus ex camaradas no le dieron del todo la espalda. Solía hacerse presente en los actos internos del Ejército, ya fuesen los conmemorativos de la creación de esa fuerza como los festejos patrios.
El año último había sido detenido por la Justicia por una causa en la que desde hace más de nueve años se investiga la desaparición de 18 miembros de la agrupación Montoneros, ocurrida en 1980. Doce días después de esa resolución, obtuvo el beneficio del arresto domiciliario, que la ley prevé para los mayores de 70 años. Regresó a su departamento de Villa Devoto bajo prisión domiciliaria.
Según aquella denuncia, "fue el responsable del Comando de Artillería y titular del Destacamento de Inteligencia 122, con asiento en Santa Fe", que actuó en el operativo donde fueron arrestados Blanca Zapata y su esposo, Enrique Cortassa, padres de la denunciante, María Carolina Guallane.
El juez federal Claudio Bonadío fue quien dio la orden de detención el 10 de julio último. Hasta ese momento, no había sido arrestado por denuncias de violaciones a los derechos humanos, sino por su "negligente actuación" durante la Guerra de Malvinas.
Bonadío le dictó prisión preventiva por considerarlo coautor de los delitos de asociación ilícita, apremios ilegales, privación ilegal de la libertad, reducción a la servidumbre y homicidio agravado por ensañamiento y alevosía, y embargó sus bienes por $ 3.838.000.
Ya fuera en prisión o en libertad, las dos décadas largas transcurridas desde los agitados días de 1982 parecieron ser tiempo suficiente para que Galtieri pudiese meditar acerca del cúmulo de errores y falsas apreciaciones que lo indujeron a desafiar lo indesafiable. Lo lamentable fue que, al margen de los imperdonables excesos cometidos durante la pugna antisubversiva, en su caso en particular no sólo se dañó a sí mismo. También sumió a diez mil compatriotas en el infernal drama de la guerra, defraudó a millones de argentinos y puso más distante que nunca la posibilidad de recuperar las Malvinas por medio de la negociación política.
Del honor al ocaso
- Sucedió en la presidencia al teniente general Roberto Viola el 22 de diciembre de 1981 y renunció a su cargo el 17 de julio de 1982.
- En 1986 fue condenado por su desempeño en la conducción de las acciones bélicas contra Gran Bretaña, pero en 1990 fue beneficiado por un indulto presidencial.
- El 10 de julio pasado fue detenido por orden del juez federal Bonadío en una causa por la desaparición de una veintena de militantes montoneros, en 1980. Por su edad, se encontraba bajo arresto domiciliario.