Murió Roberto Dromi, exministro de Obras Públicas de Carlos Menem y padre de las privatizaciones
Abogado, especialista en derecho administrativo, Dromi fue conocido por haber sido el padre de las privatizaciones de los noventa
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Roberto Dromi, el padre de las privatizaciones y de la primera reforma del Estado, murió el sábado por la noche en su domicilio. Abogado, especialista en derecho administrativo, tratadista de esa rama del derecho, fue conocido por haber sido el padre de las privatizaciones de los noventa.
Desempeñó el rol de ministro de Obras Públicas del gobierno de Carlos Menem, entre el 8 de julio de 1989 y el 4 de enero de 1991. De su puño se desprendió toda la regulación qué modificó para siempre el derecho administrativo argentino, mediante la que fue posible las privatizaciones de las empresas del Estado.
Dromi era cualquier cosa menos un hombre que pas desapercibido. El “gordo” o “el profe”, como le decían sus cercano, jamás esquivaba una definición tajante. No había en sus modos nada que tuviese que ver con la conveniencia política: contestaba a cada pregunta con una brutal sinceridad. Eso sí, siempre con la tonada mendocina que jamás lo abandonó y con una sonrisa que lo caracterizaba. No importaba de qué hablara, siempre lo hacía con pasión y sin escapar de la polémica.
Lo ilustra una nota que le hizo LA NACION en 1997, cuando el ya exministro menemista estaba instalado en una casa que había alquilado en Pinamar. Aquel cronista lo cruzó con la primer pregunta. A quemarropa: “¿Es consciente de que fue el primer gran sospechado de corrupción?”. Lejos de enojarse, Dromi contestó: “Sí. Pero es importante soportar una cruz. No conozco ningún exitoso sin cruz. Menem es exitoso porque soportó alguna vez una cruz. Si tuve que llevar esta cruz de ser sospechado, me ha permitido demostrar mi inocencia ,y la he probado. En consecuencia, la difamación, la descortesía, el reproche o la sospecha, si hacían falta, lo agradezco. Me han dado la oportunidad de poder probarlo. Hay que serlo, parecerlo y probarlo. Yo lo probé.”
Pese a estar apenas 16 meses en el cargo, revolucionó el derecho administrativo. Prácticamente, lo reescribió. Confeccionó todos los marcos regulatorios que le entregaron basamento a las privatizaciones y redactó gran parte de las licitaciones para que se hicieran las ofertas públicas. Finalmente, estructuró los contratos de concesión, además de los estatutos para la creación de los entes de control, encargados de controlar los derechos y obligaciones de cada uno.
Hasta que se sentó en el ministerio, trabajaba en el ahora polémico edificio ubicado en el medio de la Avenida 9 de Julio que tiene los dos perfiles de Evita, la Argentina regía las relaciones entre el Estado y los ciudadanos con una ley de procedimientos administrativos (19.549) redactada y sancionada en 1972 durante la presidencia de Agustín Lanusse. A principios de los noventa, el abogado nacido en Mendoza, junto con su equipo, desarmó aquel entrabado y modificó toda la materia. Cada movimiento suyo generaba polémica. Si hasta parecía que disfrutaba de palmadas y cachetadas al mismo tiempo.
Aquella entrevista siguió. El cronista le preguntó si el poder lo había cambiado y el abogado dijo que sí y que después del paso por el gobierno de Menem había vuelto al llano, “¿Va a volver?”, quiso saber el periodista. “¿Adónde? Como el tango de Troilo, Yo nunca me fui”.
Efectivamente, nunca se fue. Siempre estuvo involucrado en el detrás de escena del poder. Asesoró a centenares de grupos económicos de los llamados “regulados”. Lo consultaba toda la política y muchos funcionarios. Néstor y Cristina Kirchner, entre ellos.
Peor no sólo los gobiernos. Los grupos empresarios más importantes pasaban por su despacho para pedir consejos o para armar estructuras regulatorias a la hora de negociar con el Estado. Dromi hablaba y actuaba. Le gustaba decir que el era “teoría y praxis”. Hizo de todo. Cuando el kirchnerismo volvió a regular aquella desregulación de los noventa, el exministro había tejido la madeja que el mismo destejió casi dos décadas antes.
Participó del negocio de gas natural licuado. Durante mucho tiempo armó uno de los traders que vendían el combustible a la Argentina de la crisis energética del kirchnerismo. De hecho, por ese negocio quedó procesado y fue llamado a indagatoria en la justicia federal.
También fue el encargado de terminar algunos asuntos pendientes que tenía la Iglesia, poco antes de que Francisco sea elegido Papa. La casa del prelado debía estar en orden antes de asumir como obispo de Roma. Y Dromi la ordenó.
Cuando ganó Javier Milei y los planes desreguladores empezaron a ganar lugar en la agenda pública, las miradas apuntaron inmediatamente a Dromi. Atendió decenas de llamados de eventuales funcionarios y de planificadores del gobierno del libertario. Aconsejaba y contaba sus experiencias. Siempre fue una referencia para los que manejaron el Estado.
Vivió intenso, comió e invitó a miles de personas. Así se relacionaba, entre anécdotas, ravioles y negocios. En su estudio o en un su departamento que balconeaba a la avenida 9 de Julio, a un par de cuadras de la Avenida del Libertador. Siempre bajo la mirada de su mujer, Laura San Martino, también abogada e historiadora, con quien compartió su vida desde los 14 años y con la que escribió varios libros en coautoría.
El sábado se sentó en su sillón, con su mujer a su lado, a ver el partido de Racing. Se durmió y nunca se despertó. Polémico, inteligente y directo. El servicio religioso será en la Capilla del Cementerio de Recoleta el lunes a las 12:15.
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