Néstor no creyó en Cristina
Si alguien debiera estar realmente dolido por la compra de dólares efectuada por Néstor Kirchner hace dos años, es su esposa, presidenta de los argentinos por entonces y ahora. Porque un tipo con algo más de seis millones de pesos en el 2008, como era su caso, tenía ante sí dos caminos: si creía en el modelo y en la muñeca de la señora, apuntaría resueltamente a invertirlos en algo productivo; pero si no creía o, más bien, suponía lo contrario, esto es, que con la crisis internacional el país se iba irremediablemente a los caños, la inflación se espiralaba y el Gobierno no sabría cómo resolver el entuerto, entonces lo más aconsejable, para un tipo en situación de holgada liquidez, era apuntar a los verdes y dejar que pasara el chubasco bien sentado sobre ellos y esperando que la cosa cambiase. Lo que, como está bien claro, implicaría que el hombre no sólo desconfiaba de la habilidad de CFK para maniobrar en la tormenta, sino que virtualmente apostaba a que habría de fracasar, con lo que acaso hiciera el mejor negocio de su vida.
La consecuencia de todo esto puede ser terrible para él. No sólo porque al haber convertido pesos en dólares en aquella época, estaba admitiendo o, al menos, suponiendo la incapacidad de Cristina para sacar las papas del fuego, sino porque, como principal consejero de su mujer, sin duda le cabe una fuerte responsabilidad en esta serie de entuertos en que ha metido a su gobierno. Lo que suscita una pregunta: ¿no lo habrá hecho a propósito, privilegiando su posición de especulador en dólares a la de asesor de cama adentro de su cónyuge? Porque gracias a su posición privilegiada, ya ha ganado, con aquella inversión realizada en el 2008, 1.700.000 pesos.
¿Cuánto más puede llegar a ganar si se sigue adelante con esta empeñosa gestión destinada a acentuar el déficit fiscal, hacer participar al fisco de cuanto mal negocio ande suelto y seguir dándole vapor a la inflación? Sin duda, varios millones más, aunque eso le cueste a Cristina un epílogo lamentable para su gestión y, peor aún, un ataque severo a su apariencia, ya que nada hay tan insatisfactorio para el cutis como los disgustos de alcoba.
¿Arde, entonces, Olivos? No lo sabemos y acaso no lo sepamos nunca.
Tal vez, la apelación al chanchito afrodisíaco, hecha por la Presidenta hace unos días, encierre la razón por la cual el matrimonio aún se mantiene unido, a pesar del feo gesto de Néstor, que compró dólares apostando a que se irían para arriba, mientras su mujer luchaba por mantener a flote la nave de la República. No obstante, claro está, aún cabe otra posibilidad, la más terrible de todas: que ella no sólo lo supiera, sino que le hubiera dicho que les metiera nomás a los dólares. Pero no: pensar que aquella operación financiera haya podido ser fruto de un acuerdo matrimonial, es decir, que se hubieran consultado para hacerla la presidenta de la Nación y su cónyuge y ex presidente, es demasiado. Demasiado, aun para los laxos estándares de la Argentina.
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