Seineldín: "Sé que estoy marcado para morir"
Asegura que no reclamará un perdón y que fracasó; critica la globalización
Mohamed Alí Seineldín, 64 años y preso desde hace más de siete por haber liderado la última rebelión carapintada, ya no pelea por romper la "anarquía" de las Fuerzas Armadas que, asegura, lo llevó a concretar el alzamiento del 3 de diciembre de 1990. Hoy dice tener un enemigo mucho más poderoso e intangible al que le achaca casi todos los males del mundo moderno: la globalización.
Está convencido de que, en nombre de lo que él denomina "el nuevo orden mundial", los países "resignan su soberanía, destruyen las fuentes de trabajo, niegan a Dios para justificar que haya sectas y depredan a las fuerzas armadas para hacerlas depender del apoyo circunstancial de un comando internacional para misiones asignadas por los Estados Unidos".
En ese contexto, cree que a los gobiernos de la globalización los integran hombres "fácilmente corruptibles y subordinados a los consorcios internacionales" y que, por todas esas razones, hoy, un indulto "se autoriza desde afuera" .
Y llegamos al punto, a la pregunta cuya respuesta le insumió más de 20 minutos de exposición.
"Si me vienen a preguntar si lo quiero, diré personalmente que no, pero lo volveré a pedir para los demás", asegura Seineldín ante la mirada preocupada de su secretario privado, Carlos González Cabral.
-¿Y si no se lo preguntan?
-Si llega de golpe... Mi vida ya está hecha, mi mujer y, especialmente, mi hijo me necesitan... Tendría que buscar un trabajo (sonríe), pero lo más grave sería mi seguridad. Sé que estoy marcado para morir. Los que no me pudieron captar, me desacreditaron y me matarían. No les convengo. Soy un turco duro que no se calla.
La posibilidad de un indulto vuelve a sobrevolar el Penal Militar de Campo de Mayo. En esta oportunidad, las desmentidas oficiales fueron menos contundentes, pero en el Gobierno se asegura que no hay siquiera un borrador de decreto que lo sustente. Seineldín, se muestra presionado por la situación de sus compañeros, dos de los cuales -dice- intentaron suicidarse el 3 del mes actual.
-¿Por qué dice que un indulto se autoriza desde fuera del país?
-Porque vamos camino de transformarnos en una especie de provincia del bloque americano comandado por los Estados Unidos. Estamos perdiendo soberanía e independencia. Hasta la Constitución dejó de ser nacional con la incorporación de ocho tratados internacionales, como el de derechos humanos. Es peligroso.
-¿Le parece peligroso que internacionalmente se defiendan los derechos humanos?
-El Gobierno está preocupado porque está muy por abajo en ese ranking y quiere subir posiciones.
-¿Lo dice por los reclamos internacionales sobre fallas en la condena a los guerrilleros que coparon La Tablada?
-Hay pedidos para que se los libere, pero se trata de que los gobiernos respondan favorablemente a eso para doblegarlos, para globalizarlos.
-¿Le importan los derechos humanos?
-¡Cómo no me van a importar! Soy cristiano. Trabajo con la globalización religiosa, que es la del Vaticano. Pero otra cosa es tomar a los hombres con el falso pretexto de esa defensa para lograr dominarlos.
-A la Constitución la hacen los hombres, ¿usted la respeta?
-Soy constitucionalista, no lo dude, pero la que hoy tenemos es consecuencia de esto. Yo me opuse al golpe de 1976 y por eso fui preso. Prefiero un gobierno civil malo que uno militar bueno. En 1976, hubo una maniobra internacional para dividir a las Fuerzas Armadas metiéndolas en la lucha contra la subversión. El Ejército aconsejó a Perón acerca de que ése era un tema para las fuerzas de seguridad, pero la subversión había recibido mucho dinero para ensuciarnos y los mandos ambiciosos del Ejército fueron utilizados, cayeron en la trampa.
-Usted habla de los altos mandos, ¿justifica a los subordinados?
-Cuando asume Alfonsín no se enjuicia a las Fuerzas Armadas por haber roto el orden constitucional, sino por los derechos humanos. Eso provocó las reacciones de Semana Santa y Monte Caseros. A partir de 1983 comienza a crecer una corriente nacional en el Ejército que se opone a eso. Rico vio la agitación, la crisis. Había necesidad de resoluciones inmediatas y él las consiguió: las leyes de obediencia debida y de punto final.
-Rico hoy reclama su indulto, ¿superaron los enojos?
-Ni él ni nadie fue autorizado para reclamarlo en mi nombre. Yo a Rico ya lo perdoné espiritualmente, pero no lo sentaría a mi mesa. Yo no pido favores. Amí me educaron para dar testimonio de sacrificio. Este paso por la Tierra no es un lugar de descanso. He dado mi testimonio para recuperar a las Fuerzas Armadas. Para rebelarme tuve que romper la disciplina y eso me costó muchísimo, pero si no lo hubiera hecho habría sido un cobarde.
-¿Se arrepiente del 3 de diciembre, de las muertes de la rebelión?
-Me obligaron a hacerla, me metieron en una encerrona. Amí Menem me fue a buscar a Panamá para resolver el problema de las Fuerzas Armadas. Yo le dije cuál era el reclamo de mis camaradas: fortalecimiento de la institución, nacionalizada y respetada. Estuvo de acuerdo y firmó un documento para que lo difundiera en los cuarteles. La plata para las 10.000 copias me la dio Gostanian. Los militares lo apoyaron. Después me dejaron solo. Menem me ofreció varios cargos y los rechacé. Mi misión no era material, sino espiritual. Le ofrecí crear una fuerza de defensa constitucional y me mandó para trabajar en eso a Granillo Ocampo, a Beliz y a César Arias. Me ofreció ser general y la Dirección General de Comisarías, donde terminé yendo, pero preso. Después, me "colgaron" todos los muertos, ataques y atentados...
-Es responsable de la rebelión...
-Sí, y sabía que iba a perder, pero no podía quedarme quieto ante la anarquía del Ejército. Soy antianarquista. Hasta el día de hoy hay una cabeza. Derrotada o no, yo soy esa cabeza.
-¿Y las muertes?
-Me metieron en Palermo a los oficiales Pita y Pedernera para atacar a su propio regimiento, de noche y vestidos de civil. Los que se llamaron leales decidieron que para abortar la rebelión debían producir un hecho sangriento. No los matamos nosotros.
-Usted sabe que en toda rebelión puede haber muertos.
-Sí, y me responsabilizo por esas muertes, pero no los fusilamos.
-¿Su proyecto fracasó?
-Sí, fracasó.
-¿Volvería a intentarlo?
-No pude evitar el desmantelamiento del Ejército. Ya no hay nada que hacer. Jamás quise dar un golpe de Estado, como se dijo. La propia Cámara Federal lo entendió así.
-¿Ya no es más carapintada?
-Eso lo creó el periodismo. Yo soy un ex militar patriota y constitucionalista que detesta a los militares en funciones políticas.
-¿Es un fundamentalista?
-Soy un nacionalista católico y, si quiere, un idealista.
El preso, la visita y una extensa charla
Ya no viste traje de fajina, sino short y una chomba. Su radio de acción lo delimitan las paredes y los cercos del Penal Militar de Campo de Mayo, adonde esta cronista fue en calidad de visitante.
La curiosidad por saber qué pensaba Seineldín sobre la posibilidad de un indulto presidencial determinó que el viernes último se pidiera a voceros del ex militar que gestionaran oficialmente el ingreso en la cárcel.
Y así fue: 72 horas más tarde, los hombres de la guardia del penal tenían una autorización del Estado Mayor para permitir ese acceso.
Hacía mucho calor anteayer cuando, a las 10, Seineldín abrió la puerta de la dependencia que comparte con los ex coroneles Oscar Vega y Luis Baraldini, condenados a 20 años de prisión por la rebelión del 3 de diciembre de 1990. Amablemente, quien fue destinado a permanecer en la cárcel de por vida, tendió la mano y recibió a la visita que esperaba.
Fue una charla de cuatro horas con un almuerzo de por medio, durante el cual se consultó a Seineldín sobre la posibilidad de convertir el diálogo en una nota para La Nación .
No puso reparos. Lo que se había hablado daba para mucho más que para satisfacer una curiosidad periodística. Así nació esta nota.
"Que trabajen los presos"
En la entrada, una pequeña recepción con una mesa y cuatro sillas; luego, un pasillo donde desembocan tres habitaciones y un baño. Afuera, un jardincito que mantiene la esposa de Seineldín cada vez que lo va a visitar. Un poco más adelante, un chico montado sobre un triciclo comparte la mañana con un familiar carapintada.
En el cuarto de Seineldín, una pequeña cama con colcha azul y una computadora que aprendió a manejar porque le había salido una hernia en una mano de tanto responder de puño y letra las decenas de cartas que, asegura, recibe por mes.
Al lado de la cama, una pizarra y varios marcadores, que le servirán para demostrar cada cosa que dice, cada hipótesis, cada momento histórico que entienda necesario analizar.
Por momentos, uno se siente un soldado asistiendo a una clase de estrategia. Pero el interlocutor no es soldado y Seineldín es un ex militar.
No permite ni siquiera que su visita arrime una silla. "No. Que trabajen los presos", dice, mientras se encarga de acomodar el mobiliario. Todo lo hace rápido, con amabilidad, y hasta sorprende cuando sentados a la mesa para almorzar, cruza las manos para agradecer a Dios por la comida y para pedir por todos los comensales, incluida esta cronista.
Es cierto que son actos comunes en personas comunes, pero Seineldín hace rato que dejó de serlo.
En ningún momento se esfuerza por imponer ninguna idea. Es más, da la impresión de un Quijote que sabe que batalla solo y pide disculpas por extenderse demasiado en las respuestas. La medida del tiempo del preso contrasta con la de la visita, dispuesta a escuchar sus argumentos, pero urgida por saber cuáles fueron las razones que lo llevaron a quebrantar la ley y si se arrepiente de ello.
Seineldín tiene respuesta para todo y no se enoja, así se le pregunte si es un nazi, cosa que se autoinquirió mientras esta cronista luchaba por enderezar sus pensamientos, enredados por el recuerdo de la balacera, de la sangre de las víctimas y de los huérfanos que quedaron como consecuencia del 3 de diciembre.
"Yo no pido que se coincida conmigo, pero ésta fue mi verdad", dice. Y uno presume que algo de la perturbación debe habérsele dibujado en el rostro. A la hora de la despedida, Seineldín agradece una y otra vez y saluda al automóvil que se aleja, desde un alambrado que lo separa del camino. Se le pregunta al conductor si ése es su límite físico y dice que no, que también juega al fútbol en la canchita junto a la guardia.
Un perdón que se agita en Navidad
Como sucede desde 1995, el fin de año trae aparejadas versiones y desmentidas de posibles indultos a los carapintadas que actuaron en diciembre de 1990 y a los guerrilleros que coparon el regimiento de La Tablada un año antes.
Pero, a diferencia de otras veces, en esta ocasión, ante la proximidad navideña la mayoría de los funcionarios del Gobierno no ha puesto empeño en desmentirlo; es más, el ministro del Interior, Carlos Corach, reconoció que la posibilidad está en estudio. El ministro de Justicia, Raúl Granillo Ocampo, primero lo negó, luego lo aceptó y, finalmente, volvió a negarlo.
La cuestión del indulto no es nueva. Desde hace varios años, por ejemplo, organismos internacionales de derechos humanos vienen bregando para que los guerrilleros de La Tablada puedan gozar del beneficio presidencial.
En igual sentido, aunque en el otro extremo, cabe recordar que entre quienes pedían ese perdón para Mohamed Alí Seineldín se encontraban el hoy fallecido ex presidente Arturo Frondizi y, más recientemente, un foro de militares retirados de América latina.
En este caso, quienes piden el indulto para el líder carapintada también argumentan cuestiones humanitarias, ya que el coronel tendría un hijo muy enfermo al que no ve desde hace tiempo.
Sin embargo, tanto los guerrilleros que tomaron el regimiento (sobre lo que se informa en la página 13) como los carapintadas del 3 de diciembre actuaron en momentos en que en el país reinaba el pleno ejercicio de la democracia y los argumentos esgrimidos por ambos grupos para justificar sus acciones carecían de solidez, menos aún para dejar un resultado, entre los dos operativos, de 52 muertos y 234 heridos. {Subtítulo} La rebelión de los uniformados {Texto} Había pasado poco más de un año cuando, después de mucho tiempo de interrupciones institucionales, un presidente democrático le pasó la banda presidencial a otro elegido también democráticamente.
Eran las 3.30 del 3 de diciembre de 1990. De un camión y de un ómnibus bajaron algunos militares fuertemente armados en la entrada lateral del Edificio Libertador, frente a la Aduana. Los efectivos restantes permanecieron sentados hasta que, a las 4.35, descendieron para entrar en la sede de la jefatura del Estado Mayor. Se iniciaba "la cuarta etapa del Operativo Dignidad".
Media hora después, se reconocía que el Regimiento I, Patricios, en Palermo, y la fábrica de tanques (Tamse), en Boulogne, estaban tomados.
Empezó así el espanto de una batalla de 18 horas, que dejó 13 muertos (5 civiles) y 200 heridos (entre ellos, 5 periodistas y un miembro de la Cruz Roja). Y la locura.En Boulogne, un tanque carapintada aplastó a un colectivo de la línea 60. Murieron 5 pasajeros y hubo 20 heridos. Iban a trabajar.
Casi a la misma hora, y amparado por una tregua, el segundo jefe del Regimiento I, Patricios, teniente coronel Hernán Carlos Pita, de 44 años, casado y con cuatro hijos, intentaba contener a los sublevados. Un tiro de pistola le destrozó la cara. Murió instantáneamente. Dejó esposa y cuatro hijos.
También mataron allí al mayor Federico Pedernera y al cabo primero Morales. Se hizo cargo del regimiento el mayor carapintada Hugo Reinaldo Abete, para quien la fiscalía militar pidió el fusilamiento y recibió una condena a 18 años de prisión.
Ese día, en una conferencia de prensa, Abete dijo: "Esta es la continuación de Monte Caseros, porque no podemos permitir que un militar sea taxista o diariero". Nada comentó sobre médicos, abogados, arquitectos o maestros.
Estos asesinatos marcaron un hito en las escaramuzas de los carapintadas. Hasta entonces, "parecían casamientos mexicanos", decían los periodistas que cubrían los amotinamientos en obvia alusión a los tiros al aire. Hasta ese momento, los muertos y heridos habían sido accidentales. Pero esta vez era en serio. Otra vez balas, espoletas y cañonazos. Ahora se sumaron helicópteros y aviones Canberra y Sky Hawk, de la Fuerza Aérea, que hacían vuelos rasantes de intimidación sobre el Edificio Libertador...
Nueve meses después, y luego de cuatro meses y medio de juicio oral, la Cámara Federal de la Capital condenó a prisión de por vida a Mohamed Alí Seineldín y a penas que iban desde los 25 meses hasta los 20 años de prisión a los otros 14 jefes de la rebelión. Todos fueron destituidos del Ejército.
Quienes se verían beneficiados por el indulto presidencial serían aquellos que recibieron penas superiores a los 12 años de prisión. El resto quedó libre o está a punto de salir en libertad.
Estos carapintadas, como los guerrilleros, ahora esperan ser indultados por el Presidente. Pero las consecuencias de sus actos no podrán ser olvidadas nunca, al menos, por las familias de los 52 muertos ni por los 234 heridos.