Una difícil mediación que concluyó en un hito de la diplomacia vaticana
La firma del Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile del 29 de noviembre de 1984 es considerada “un hito” de la diplomacia del Vaticano. Fue una de las mediaciones más exitosas de la Santa Sede en el siglo XX, que, junto a los episcopados de los dos países y las nunciaturas, tuvo un papel crucial en el destino de dos países que, a fin de 1978, por controversias territoriales en el Canal de Beagle, estaban a punto de enfrentarse en una guerra que hubiera tenido consecuencias devastadoras. Eran dos países mayoritariamente católicos, en ese momento gobernados por regímenes militares, que por 160 años habían resuelto sus controversias pacíficamente.
“El 22 de diciembre de 1978 los ejércitos de las dos partes se encontraban casi cara a cara y el papa Juan Pablo II intervino con todo su prestigio y autoridad moral enviando de inmediato a Buenos Aires al cardenal Antonio Samoré”, evocó el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, máximo orador en una muy interesante conferencia sobre esta histórica mediación, organizada por las embajadas de la Argentina y Chile ante la Santa Sede en la Pontificia Universidad Gregoriana en ocasión del 40 aniversario de la firma del Tratado.
En verdad, los esfuerzos diplomáticos habían comenzado antes con una carta que había sido enviada a Juan Pablo I, Albino Luciani, el papa de los 33 días, en la que las conferencias episcopales hacían llegar la urgencia de su participación para exorcizar un conflicto que hubiera sido desastroso para toda América latina.
Tal como recordó un testigo directo de las negociaciones, el embajador Enrique Candioti, de 88 años, Samoré, cardenal italiano que estaba en ese momento al frente de la Biblioteca y el Archivo del Vaticano, de 72 años, desplegó enseguida sus buenos oficios con energía y decisión. “Cruzando cuatro veces la Cordillera en enero de 1979 consiguió hacer retornar a los dos gobiernos a la mesa de negociaciones, que éstos se comprometieran a desmantelar sus despliegues bélicos y que solicitaran formalmente la mediación de la Santa Sede”, evocó.
Fue tan sólo el comienzo de una mediación larga, muy difícil, que a veces pareció a punto de colapsar, interrumpida por la Guerra de las Malvinas y “resucitada” con la llegada de la democracia en la Argentina. Una mediación que, gracias a la paciencia, determinación, habilidad, pero, sobre todo, al “aura moral”, liderazgo y prestigio del máximo líder de la Iglesia católica culminó con un acuerdo que no solamente solucionó definitivamente los problemas limítrofes. Estableció, además, un programa de paz y amistad como eje inspirador de toda la relación argentino-chilena que, desde su entrada en vigor, dio frutos en múltiples campos. Justamente por eso, tal como hizo el papa Francisco en un acto recordatorio que tuvo lugar en la Sala Regia del Palacio Apostólico –marcado por la ausencia del canciller Gerardo Werthein–, el cardenal Parolin subrayó que el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile sigue siendo un ejemplo para seguir e imitar, hoy más que nunca.
“Es un modelo para la resolución pacífica de conflictos y deja en claro el rol fundamental de la diplomacia”, subrayó el brazo derecho del Papa, que resaltó que para el Vaticano su importancia no reside en la mirada hacia el pasado, sino en su proyección al presente y al futuro. Especialmente en un mundo como el actual, convulsionado por guerras con miles de muertos y destrucción pavorosa, con los organismos multilaterales debilitados, amenazado por la polarización ideológica y arsenales nucleares al acecho, indicó.
Con 60 años de carrera sobre sus espaldas, Candioti, condecorado dos veces por la Santa Sede y que participó de la coronación de Pablo VI -la última coronación de un papa-, durante la conferencia hizo un impecable repaso de la mediación. Más allá de la audaz intervención de Juan Pablo II, que se arriesgaba justo al comienzo del pontificado con tratativas de resultado incierto, resaltó la figura de Samoré. “Pude apreciar las notables cualidades personales y habilidad diplomática del cardenal Samoré, su conocimiento profundo de la realidad latinoamericana, y de la Argentina y Chile en especial, su absoluto dominio del castellano y su pleno compromiso con la búsqueda de una solución a la controversia”, contó. “Samoré se consagró a la mediación hasta los últimos días de su vida (murió en febrero de 1983, sin ver su resultado) y llevó adelante su tarea con un enfoque realista de las dificultades y de la situación y al mismo tiempo con objetividad”, remarcó.
Candioti, que durante la negociación también pudo conocer de cerca a Juan Pablo II, el primer papa no italiano en siglos, que lo recibió junto al entonces canciller Oscar Camilión en la residencia veraniega de Castelgandolfo en septiembre de 1981, puntualizó otras claves. “El escenario solemne del Vaticano –la famosa Casina Pío IV, bellísimo edificio renacentista enclavado en los Jardines Vaticanos–, el hecho de que el mediador y sus representantes fueran hombres de Iglesia, el estilo confidencial, sosegado, minucioso e imparcial con que ellos abordaron su tarea, fueron las características salientes de esta larga mediación, en la que lo espiritual, lo jurídico, lo político y lo diplomático se conjugaron de un modo singular”, afirmó.
Candioti identificó, además, a los “cinco hombres de Iglesia” decisivos: además de Juan Pablo II –que tenía una influencia directa en la negociación– y Samoré, los otros tres fueron el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado que siguió y completó la mediación tras la muerte del mediador, y los monseñores Gabriel Montalvo Higuera, colombiano, y Faustino Sainz Muñoz, español, “distinguidos prelados, de formación jurídica y hábiles diplomáticos que venían actuando con Samoré y conocían perfectamente todos los aspectos del problema”. “De todas las reuniones Samoré y su colaborador Sainz Muñoz tomaban prolija nota en minutas manuscritas que guardaban para sí”, precisó asimismo Candioti.
Testigo privilegiado de una mediación ardua e histórica, finalmente el embajador reveló que Samoré, para interiorizarse de las ideas y argumentaciones de las dos partes, mantuvo una cantidad impresionante de entrevistas separadas con cada delegación, aunque también, cuando eran necesarias, conjuntas. “El cardenal comentó en una ocasión que ya llevaba realizadas más de doscientas, y al cabo de su gestión se las estimaba en alrededor de seiscientas”, rememoró, en un fiel reflejo de esa “paz artesanal” a la que suele llamar con insistencia el papa Francisco.ß





