
Recuerdo que en mi niñez, en Lincoln, las calles estaban arboladas, pero no había variedad de especies, prácticamente una sola, a la que llamábamos el árbol de la calle. Más tarde nos enteramos de que su nombre es Acer negunda, nombre que mi computadora se empeña en escribir con h. Somos gente que ama los árboles, pero a este árbol de la calle no le teníamos ningún respeto. Incluso mis primos, más chicos, prepararon una fogata de San Juan en sus proximidades y el árbol, aún sin hojas, se incendió. Después, en las calles de Lincoln fueron reemplazados por sóphoras, con el gran inconveniente de que su semilla caía y era maloliente y resbaladiza; los linqueños éramos paisanos fuertes que no reparábamos en esas minucias.
Pero en la esquina de mi casa, en Haedo, hay dos grandes y añosos Acer negunda, lo que me permite actualizar su descripción junto con la que se encuentra en la Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería, y las que realiza Peter Laharrague, de amplio y profundo conocimiento de la especie, en la publicación El jardín y sus plantas, de la Sociedad Argentina de Horticultura.
La enciclopedia nombra 12 especies de acers cultivados en el país, y la nota de Laharrague, 9, pero sin duda debe haber cultivadores curiosos que han introducido muchas más. El Acer negunda o arce es originario de América del Norte, tiene hojas compuestas por grandes folíolos y follaje denso, caduco, que amarillea antes de caer. Florece a fines de invierno, en flores dioicas, es decir, con los sexos separados en distintos pies. Las flores femeninas son muy abundantes y cubren el árbol con racimos colgantes de flores aladas, muy características. Los chicos las lanzábamos al aire para que bajaran dando vueltas, como un helicóptero. Si bien se reproduce fácilmente por semilla, también lo hace por retoños que suelen brotar de raíz y ser muy abundantes, por lo que habría que eliminarlos apenas asoman. Su tronco grueso y recto de áspera corteza suele presentar protuberancias que forman grandes bultos debajo de esa corteza, que puede permanecer sana o presentar desgarrantes heridas. Esto se debería a bacterias capaces de formar cancros, pero no he obtenido respuestas que lo aclaren. Pasa que, a veces, lo más familiar resulta lo más misterioso.





