El panorama inmobiliario poselecciones empezó a reacomodarse con bastante vigor, despejadas las incertidumbres que normalmente esta situación provoca.
Así, después de los comicios, comenzó a recuperarse el ritmo, aunque con bastante inquietud por parte de los compradores.
Desde hace tiempo la inversión está mayoritariamente enfocada en los inmuebles ya que, sin duda, el ladrillo es un seguro de ahorro en este sentido y la gente así lo entendió y lo aceptó, y por eso apostó a largo plazo.
Estos volúmenes de operaciones repotencian el mercado y generan un fenomenal despliegue de todas las partes involucradas.
La construcción es dinamizadora por excelencia y genera una enorme diversidad de opciones a la demanda. Los constructores van actuando en consecuencia y en función de eso van ajustando sus proyectos.
Todo esto funciona en la medida que las variables económicas no experimenten cambios sustanciales o que provoquen desconfianza o inseguridad.
Con reglas claras todo es posible, pero cuando se crea en el mercado una sensación de desconcierto con reglas indescifrables que añaden más confusión regresan los viejos fantasmas del pasado.
La inflación, un viejo conocido lamentablemente, distorsiona del todo el mercado y vislumbra con sus efectos una devaluación en puerta, con todo lo que esto implica.
Nuestro mercado, hay que entender, es altamente sensible y más aún cuando hay dudas jurídicas y ahora cambiarias.
Modestamente, creo que sin pretender hacer un análisis económico, que por otra parte no me corresponde ni sé hacerlo, refiriéndome simplemente a hechos de la realidad –que alguien dijo que es la única verdad–, no se están tratando los problemas de fondo y se actúa con los síntomas de la enfermedad.
Esto, espero equivocarme, puede significar un enorme retroceso en el nivel del pensamiento de la gente y, a la postre, en la toma de decisiones. No por no mantener la vocación o decisión de comprar, sino por no tener reglas claras que le permitan tomar decisiones con total libertad.
Siempre dije que en la vida no sólo hay que ser, sino parecer. Pero de ahí a tener que demostrarlo por mecanismos compulsivos, no solamente me parece desafortunado, sino también sentirse comparado y a la altura de quien no lo es.
Espero que esto se corrija lo antes posible para que no produzca un perjuicio importante en el desarrollo del mercado inmobiliario.
El autor es presidente del Colegio Unico de Corredores Inmobiliarios de la Ciudad de Buenos Aires